Blas era mi vecino, pared con pared. Yo había alquilado un piso en el barrio del Gas, donde vivían la mayoría de mis amigos. Era la época joven fiestera, uno se puede imaginar lo que se cocía en casa. Lo compartía con dos más, el Yemen y el Juanma, ya que mi sueldo no daba para pagar el alquiler yo solo.
Mi puerta era el tercero segunda. La de Blas, el tercero tercera. Era repartidor de donuts. El tipo se dedicaba también a hacer trapicheos de hachís, lo cual a todos nosotros nos iba de perlas.
Mi puerta era el tercero segunda. La de Blas, el tercero tercera. Era repartidor de donuts. El tipo se dedicaba también a hacer trapicheos de hachís, lo cual a todos nosotros nos iba de perlas.
Camello. Obsérvese los dientes marrones, de tanto fumar porros...
Un camello en tu propia planta, vaya lujo. Ni el propio Maradona gozó de tal privilegio.
Blas era más bien alto, de chata nariz, de la que habitualmente le colgaban mocos que retiraba estratégicamente de vez en cuando con ruidosos sonidos nasales (bueno, eso fue luego, cuando se cambió de droga), y vivía con su pareja, la Candelaria, una mujer delgada con cara de loca, que daba miedo e iba vestida extremadamente mal. Perdón, de manera extremada, que queda más fino. Era funcionaria de prisiones en Wad-Ras, la cárcel de mujeres de Barcelona –una vez salió en las noticias, disfrazada con una peluca rubia, por un parto de una reclusa, sin asistencia médica, a pelo, que tuvo lugar una noche en la prisión. Según parece, ella era la que estaba de guardia-. No la veíamos mucho, aunque sí escuchábamos su voz de vez en cuando.
Sus gritos, más bien.
Y no eran por follar, qué va. Cuando en mi casa no había sarao, algo no demasiado habitual, y había silencio, se oían de vez en cuando las peleas entre la Candi y el Blas, siempre a grito pelado, berridos mezclados con ruidos de objetos que se rompían, golpes en las paredes, portazos y esas cosas.
Nosotros no hacíamos mucho caso. De hecho, más bien nos daba la risa.
Entré un par de veces en aquel piso (normalmente era él quien nos hacía la visita comercial). Estaba todo hecho un desastre, la mugre campaba encantada a sus anchas. Estaba mucho peor que el nuestro, que ya era decir. Pero no me quiero extender en lo guarros que eran: sólo diré, a modo de muestra, que los ceniceros los vaciaban directamente en el suelo.
Una tarde-noche nos encontrábamos Raúl (q.e.p.d) y yo sentados en la barra del Musical, nuestro bar habitual y punto de reunión. No había nadie más, aparte del Vicente, el dueño, detrás de la barra. Supongo que sonaban los Kool & The Gang de los cojones, o los Earth, Wind & Fire, para variar.
Sigue pinchando lo mismo, el muy paliza.
Entró Blas.
- Hombre, Blas, qué haces, cómo te va la vida-, le preguntó Raúl.
- Pues ya ves, aquí a pedirme un bocata, que hoy no he comido nada, y estoy harto de tanto donut.
- No me extraña, seguro que los odias, de tanto verlos-, tercié yo.
- Ya te digo… Vicente, hazme un bocata de lomo con queso, y me pones una cerveza-, dijo mientras se sentaba en un taburete, algo alejado de nosotros.
Seguimos Raúl y yo con nuestros quehaceres, o sea, dejar pasar el tiempo, fumando un cigarro, mirando al suelo, a la ventana, al Blas, al Vicente, a la rubia que pasaba delante de la puerta del bar, etc. De vez en cuando comentábamos alguna cosa, más que nada por decir algo.
Hacíamos lo mismo, más o menos, que los ancianos que miran las obras.
Al Blas le sirvieron el bocata y empezó a comer.
Al cabo de pocos minutos, apareció la Candi en la puerta del bar, en posición antidisturbios pero sin porra:
- ¡Ah, estás aquí, hijo de la gran puta!
Se dirigió a Blas con paso decidido y le arreó una bofetada en la cara que le lanzó el bocadillo a la otra punta del bar.
Un camello en tu propia planta, vaya lujo. Ni el propio Maradona gozó de tal privilegio.
Blas era más bien alto, de chata nariz, de la que habitualmente le colgaban mocos que retiraba estratégicamente de vez en cuando con ruidosos sonidos nasales (bueno, eso fue luego, cuando se cambió de droga), y vivía con su pareja, la Candelaria, una mujer delgada con cara de loca, que daba miedo e iba vestida extremadamente mal. Perdón, de manera extremada, que queda más fino. Era funcionaria de prisiones en Wad-Ras, la cárcel de mujeres de Barcelona –una vez salió en las noticias, disfrazada con una peluca rubia, por un parto de una reclusa, sin asistencia médica, a pelo, que tuvo lugar una noche en la prisión. Según parece, ella era la que estaba de guardia-. No la veíamos mucho, aunque sí escuchábamos su voz de vez en cuando.
Sus gritos, más bien.
Y no eran por follar, qué va. Cuando en mi casa no había sarao, algo no demasiado habitual, y había silencio, se oían de vez en cuando las peleas entre la Candi y el Blas, siempre a grito pelado, berridos mezclados con ruidos de objetos que se rompían, golpes en las paredes, portazos y esas cosas.
Nosotros no hacíamos mucho caso. De hecho, más bien nos daba la risa.
Entré un par de veces en aquel piso (normalmente era él quien nos hacía la visita comercial). Estaba todo hecho un desastre, la mugre campaba encantada a sus anchas. Estaba mucho peor que el nuestro, que ya era decir. Pero no me quiero extender en lo guarros que eran: sólo diré, a modo de muestra, que los ceniceros los vaciaban directamente en el suelo.
Una tarde-noche nos encontrábamos Raúl (q.e.p.d) y yo sentados en la barra del Musical, nuestro bar habitual y punto de reunión. No había nadie más, aparte del Vicente, el dueño, detrás de la barra. Supongo que sonaban los Kool & The Gang de los cojones, o los Earth, Wind & Fire, para variar.
Sigue pinchando lo mismo, el muy paliza.
Entró Blas.
- Hombre, Blas, qué haces, cómo te va la vida-, le preguntó Raúl.
- Pues ya ves, aquí a pedirme un bocata, que hoy no he comido nada, y estoy harto de tanto donut.
- No me extraña, seguro que los odias, de tanto verlos-, tercié yo.
- Ya te digo… Vicente, hazme un bocata de lomo con queso, y me pones una cerveza-, dijo mientras se sentaba en un taburete, algo alejado de nosotros.
Seguimos Raúl y yo con nuestros quehaceres, o sea, dejar pasar el tiempo, fumando un cigarro, mirando al suelo, a la ventana, al Blas, al Vicente, a la rubia que pasaba delante de la puerta del bar, etc. De vez en cuando comentábamos alguna cosa, más que nada por decir algo.
Hacíamos lo mismo, más o menos, que los ancianos que miran las obras.
Al Blas le sirvieron el bocata y empezó a comer.
Al cabo de pocos minutos, apareció la Candi en la puerta del bar, en posición antidisturbios pero sin porra:
- ¡Ah, estás aquí, hijo de la gran puta!
Se dirigió a Blas con paso decidido y le arreó una bofetada en la cara que le lanzó el bocadillo a la otra punta del bar.
- ¡Mamón!¡Cabronazo!¿No te he dicho esta mañana que no tenía llaves de casa? Me cago en la puta, llevo dos horas en la calle llamando para que me abras!¡Y aquí el señorito comiendo tranquilamente!-, escupió la Candelaria, fuera de si.
Raúl, el Vicente y yo nos quedamos absortos, quietecitos, sin saber qué hacer. Igual a la Candelaria le daba por pegarnos también.
Mientras ella seguía despotricando, el Blas no dijo nada. Se mesó la mejilla, se levantó del taburete y fue a recoger el bocadillo desparramado por el bar, lo arregló como pudo y lo volvió a dejar en el plato. Luego se dirigió a la Candi y la cogió por el brazo:
- Anda, vamos pa fuera.
Nosotros nos quedamos de pasta de boniato, sin decir nada por la emocionante visión de aquel espectáculo.
Al cabo de cinco minutos volvió el Blas. Sin decir palabra, volvió a sentarse en el taburete y se acabó el bocadillo. Qué guarro.
Raúl, el Vicente y yo nos quedamos absortos, quietecitos, sin saber qué hacer. Igual a la Candelaria le daba por pegarnos también.
Mientras ella seguía despotricando, el Blas no dijo nada. Se mesó la mejilla, se levantó del taburete y fue a recoger el bocadillo desparramado por el bar, lo arregló como pudo y lo volvió a dejar en el plato. Luego se dirigió a la Candi y la cogió por el brazo:
- Anda, vamos pa fuera.
Nosotros nos quedamos de pasta de boniato, sin decir nada por la emocionante visión de aquel espectáculo.
Al cabo de cinco minutos volvió el Blas. Sin decir palabra, volvió a sentarse en el taburete y se acabó el bocadillo. Qué guarro.
El bocata, antes de volar por los aires.
Supongo que el Blas se llevó a la Candelaria a una esquina y, antes de darle las llaves, le arreó unos cuantos guantazos. Apuesto una caja de quintos a que ocurrió exactamente eso.
Como bien se puede apreciar, se amaban con locura.
9 comentaris:
beautiful pictures (first one)
i am sad because spanish is hard for me
Como siempre, una pasada tu relato!
Qué tiempos aquellos y qué bien
los recoge tu memoria!
Me divierto con cada personaje.
Los inventas o son reales?
Ese camello de dientes marrones
debido al constante fumar de
porros, no tiene desperdicio!
Con esos compañeros de piso,
nada de qué preocuparse: donuts
y hachis, a placer!
La Candi y el Blas, una pareja
cuyo amor, expresado a guantazos,
lo hallé elocuentísimo.
Y esa entrada de la Candi a ese
bar, interrumpiendo el disfrute
de ese suculento bocadillo,
y en posición antidisturbios,
aterroriza al más pintado!
Yo no auguro un final feliz
para el pobre Blas.
Saludos cordialísimos y
petons (mira que me lo aprendí)
BB
Hay amores que se entretejen entre guantazo y guantazo y muchas de esas peleas acaban en la cama.
En cierto modo, todos tenemos algún componente sadomasoquista.
Recuerdo una vez que estaba con un amigo en un bar y un tipo empezó a pegar a su mujer. Cuando quisimos interceder ella nos dijo cabreadísima: déjadlo que es mi marido. En fin...
Parece que la Candi, no era tan candida y el blas, si que emula al monstruo de las galletas, recibiendolas y dandolas.
Enhorabuena, eres genial, se nota tu genética al-urgellenç.
Lo siento, pero me he reído.
Más que ná por la foto del bocadillo.( y el texto que le pones a la foto).
Aunque también me ha dao pena .
Pegarle a alguien mientras come me parece una vileza espantosa.
Sí, la verdad es que hay amores que no son amores, son contratos de supervivencia o costumbre .
En fin .
Yo les conocí a estos dos (sus nombres son fictícios)eran tan asquerosos que en todo el barrio se conocían por su mediocridad..qué asco!
Me estoy riendo, y al igual que Reyes lo siento. Más que nada porque estos amores reñidos son muy frecuentes, y encima no te metas en ellos, que sales con un guantazo y desterrado de sus vidas. Por eso lo siento.
Pero me río por cómo lo cuentas, y por las fotos. Lindo camello, mucho sarro, sí. Buena pinta tienen los bocatas, me acaba de entrar hambre. Menuda hostia tú, casi me ha dolido. La foto de cabecera es tipo "yo amo a Laura", fantástica.
Beso.
Muy buen relato, una delicia todo, el repartidor de donuts, la escena en el bar... Me ha gustado mucho. Sólo te pondría un pero: ¿por qué no tenía esa mujer llaves de casa? Eso no lo aclaras ;-)
Ahora en serio: buenísimo el cuadro de costumbres. Está escrito con mucho desparpajo. Un gustazo
Yes, LESOY, yes...
BB, hay personajes inventados y otros no. En este caso todos son reales, hasta yo.
Petons.
ELPA, de estas parejas que hablas también he visto alguna, pero ninguna como ésta. Todo era muy surrealista (y lo que no cuento...);tanto, que da risa. Eran tal para cual...
Home, MIRANDA! Jaja, ja saps, els gens són els gens. Ens veiem el dia 11, oi?
REYES, si los hubieras conocido también te acabarían dando risa. Otros casos no, pero éste...
Petons.
Escolta, SALVEM-TOST, fes el favor de no escampar les meves fonts d'inspiració! Mira que et trec a tu, eh?
Muacs.
TOR, ¿"Yo amo a Laura"?. Si lo sé pongo otra foto, jaja. Ya sé que en el fondo es triste, pero es que no tenían desperdicio, estos dos...
Petons.
MIGUEL, no tengo ni idea, supongo que se daría cuenta de que se las había olvidado en casa, o las había perdido, yo qué sé.
Gracias, tenía que contarlo, jo jo.
Salut.
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