dimarts, 22 de setembre del 2009

UHLISES (cap. V). Circe, la hechicera (2)








Al cabo de un rato, Hermes y Uhlises volvieron de entre el follaje, y nunca mejor dicho.
- Ay, ay, ay…- gimió Uhlises.
- Va, va, no te quejes, que te has portado como un machote… ¡¡Machote, que eres un machote!! Incluso diría que te ha gustado un poco- comentó Hermes entre risitas.
Uhlises puso mala cara.
- No me los toques más, dios de las narices. Anda, dame la pócima esa antes de que me tope con la hechicera Circe y me convierta en cerdo, en lobo o en facocero. Porque la veré sí o sí, verdad?
Hermes extrajo debajo de su túnica un pequeño frasco lleno de un líquido verdoso:
- Pues claro, ya lo sabes. Te aconsejo que vayas ahora mismo a su casa y directamente resuelvas el problema, que si no tu ohdisea va a ser más larga de lo que ya será. Toma, bébete esto; está realmente asqueroso, pero te aguantas. Además vale la pena, te lo pasarás bien con Circe, ya lo verás.
Uhlises tomó el frasco, arrancó el tapón de un mordisco y lo escupió a ciento treinta y ocho metros de distancia.
- Bueno, vamos pallá, qué cojones- masculló antes de beberse la pócima de un solo trago-; ¡uuuuaaaarghhssss! ¡Pero qué asco, por Hestia! ¿De qué está hecha esta mierda?
Hermes, tapándose la boca para ocultar su sonrisa de pillín, contestó:
- Mejor que no lo sepas, Uhlises. Acompáñame, te mostraré el camino que lleva a casa de Circe. ¡Y haz el favor de hablar bien, mecagüen Edipo!
Dejando a su tripulación, perdón, a sus lobos y leones, paciendo tranquilamente (eran vegetarianos) en un prado cercano, el dios y el hombre se adentraron en el bosque. Al poco, Hermes se detuvo.
- Bueno, aquí te dejo, majo. Sigue por esa vereda y no la abandones. Llegarás a un claro del bosque: allí se encuentra la casa con la hechicera dentro. Que te vaya bien. Ah, y a ver cuando repetimos, ¿eh? ¡Ja, ja, ja!- rió Hermes mientras emprendía el vuelo.
- No lo llevas claro ni nada…- refunfuñó Uhlises.
Efectivamente, al cabo de un rato el bosque se abrió y ante nuestro héroe apareció una gran casa de piedra rebozada de hiedra por todas partes. Tenía un aire entre bucólico e inquietante. Uhlises no sabía con qué aire quedarse.
- No sé si tumbarme en el suelo a contemplar las nubes o largarme de aquí como alma que lleva Ares. Mas… ¡no es el momento ahora de mostrase dubitativo, por Perséfone!¡Además, nadie le pisa las flores al gran Uhlises!- proclamó ante la puerta de entrada de la mansión, adoptando una pose parecida a la de Chucnórrides, hijo de Manitú y Alexea.
- No, las flores las pisas tú, por lo que veo.
Una voz femenina, dulce y embriagadora, resonó en el aire y envolvió al momento el cuerpo y los sentidos de Uhlises.
- Haz el favor de sacar tus pies de mi parterre: te me acabas de cargar unos cuantos geranios- volvió a decir la misma voz melodiosa.
- Uy, perdón, perdón- respondió Uhlises pegando un salto-, no me había fijado. Con… con… ¿con quién hablo?
Aquella voz había descolocado al de Hítaca. Su atracción era tan profunda que no sabía qué hacer. Sólo deseaba escucharla de nuevo y abandonarse en su éxtasis.
Entonces se abrió la puerta.
- Pasa, Uhlises, que vas a coger frío- sonó la voz entre susurros.
Éste, como un imbécil y poniendo cara de imbécil, obedeció.
Y en cuanto vio a Circe tumbada estratégicamente en un lecho de plumas mirándole con deseo irrefrenable, la cara de imbécil se acentuó por catorce y empezó a caerse la baba.
- Acércate, no temas. Siéntate a mi lado- dijo Circe con suavidad, levantándose con grácil gracia. A la vez le ofreció un pañuelo de seda para que se limpiara los hilillos de saliva.



Uhlises se apalancó al lado de Circe. Sus cuerpos se rozaban. Aceptó el pañuelo. Se limpió la boca y, con voz trémula, miró a la hechicera con ojos bobalicones y le soltó:
- Qué-her… her… mo… sa-so… sois… Que… que… queréis salir con… con… conmigo?
Circe no pudo evitarlo.
- ¡Jajajajajajajaja! ¡Jajajajajajajaja! Perdona, pero es que esto ya no se lleva, Uhlises. Anda, tómate esto, que te quitará la tontería que llevas encima.
“Esto” era un encantamiento para convertirle en cerdo bellotero.
Uhlises se bebió la copa que le ofreció sin un solo rechiste.
Y, gracias al antídoto del simpático Hermes, no sucedió nada. Uhlises seguía siendo Uhlises, rey de Hítaca. Aunque en estado imbécil, eso sí.
Circe se quedó flipada. Jamás en la vida le había fallado un mejunje de los suyos. No sabía qué hacer ni qué decir, ni qué postura tomar. Entonces e fijó en los ojos azules cobalto de Uhlises, su profundidad, su meloso brillo, y… Y se enamoró perdidamente de él. Le agarró por la pechera y le dio un beso tan profundo que casi le limpia los pies por dentro con la lengua. Tras casi ahogar al extasiado Uhlises con tamaño ósculo, le desnudó en un santiamén. Algo la detuvo.
- Perdona, amado Uhlises, pero es que te canta todo. Ven conmigo, te daré una buena friega (y algo más), que buena falta te hace.
Uhlises, imbecilizado, siguió a Circe, asido a su mano, al baño.
Lo que ocurrió allí y más tarde en el lecho de la hechicera no queda recogido en los anales mitológicos, lo siento.
Está claro es que ambos disfrutaron de lo lindo, durante largo tiempo.




Uhlises, en su éxtasis, se olvidó de todo: de su esposa, de su hijo, de Hítaca, del “Bribónides IV” y de su tripulación, la cual seguía pastando tranquilamente en los prados propiedad de Circe.

Al cabo de muchos meses, para variar de tanto forniqueo, la hechicera llamó a un juglar para que amenizara sus encuentros.
- Ya verás, amado mío, la maravillosa voz que posee este magnífico trovador. Te va a encantar. Dicen de ella que insufla renovados bríos para las prácticas amatorias.
Uhlises asintió con la cabeza. Seguía con la tontería encima, pero empezaba a notar cierta debilidad en ciertas partes de su cuerpo.
- “Cualquier día se me desprende”- pensó un poco inquieto mientras se la observaba.
Esa noche apareció el afamado cantor. Demisroussos de Peloponeso, se llamaba: un tipo excesivamente orondo, de elevada estatura, vestido con túnica de mil colores y cenefas, con larga cabellera negra y barba repleta de bucles artificiales.



- Sé bienvenido, insigne Demisroussos. Cuando seas capaz de traspasar la puerta, deléitanos con tu hermosa voz.
No sin esfuerzo, el juglar consiguió entrar en la estancia. Y empezó a cantar:
- Triqui triqui tri quitriqui badabu, triqui triqui quiti quitiiiiii…
Circe le interrumpió.
- No, esa no, esa no, que está muy vista y me da rabia. Cántanos otra, por favor.
- Como gustéis. Os sublimaré pues con una canción que aprendí en uno de mis viajes a Iberia, si os parece.
Y se arrancó:
- “Penélope, con su bolso de piel marrón y sus zapatitos de tacón y su vestido de Domingo, Penélope, se sienta en un banco en el andén y espera que llegue el primer tren meneando el abanico”…
Uhlises, al escuchar esas palabras, rompió a llorar como un niño.
- ¿Qué te ocurre, adorado mío? ¿No te agrada la canción?
- No es eso, amada Circe, es que… acabo de recordar que debería estar de vuelta a Hítaca. Mi esposa, mi hijo y mis súbditos largos años hace que aguardan mi regreso.
La hechicera frunció el ceño, adoptando un semblante entre pena y enfado.
- Sabía que algún día llegaría este momento. En fin… fue bonito mientras duró.
Uhlises abrazó a Circe con cariño.
- Lo siento muchísimo, pero debo partir. Te agradecería que, por el maravilloso tiempo que hemos pasado juntos y revueltos, devuelvas a su estado normal a mi tripulación, y también, ya puestos, me indicaras cómo puedo regresar a mi hogar.
Circe se enjugó un lagrimita y asintió:
- Tendrás todo lo que me solicitas, oh, gran Uhlises. Vete haciendo los preparativos, que ahora estoy contigo. Tengo un asuntillo pendiente que debo resolver ahora mismo.
En cuanto el rey de Hítaca desapareció, Circe se volvió furiosa hacia el juglar Demisroussos y con una sola penetrante mirada le convirtió en una ristra de chorizos picantes.
- Hala, estúpido, eso por chafarme la lira…

dimarts, 15 de setembre del 2009

UHLISES (cap. IV). Circe, la hechicera (1)




El dios del mar fue puntualmente informado del percance de Polifemo y, como era de esperar, se puso furioso. ¡Un humano había osado herir al hijo de un dios!¿Pero dónde se había visto tamaña desfachatez?
- Uhlises y los suyos se van a enterar de lo que vale un peine! ¡Sabrán lo que es la ira de Poseidón!
Dicho y hecho. Al momento se desencadenó una furiosa tormenta alrededor del “Bribónides IV”: olas gigantescas barrían la cubierta, hacían oscilar el navío casi hasta posición horizontal, de un lado a otro, y caían rayos y centellas sin cesar por todas partes. Por fin, Poseidón acertó en su puntería y un pertinente rayo partió en dos el palo de mesana. Si Vatericles estuviera aún vivo (se lo comió el cíclope) hubiera quedado reducido a carbonilla.
Carne de cañón, Vatericles…
Uhlises gritaba y daba órdenes en vano. Tal era el estruendo de las aguas que nadie, ni con una trompetilla de tres metros de diámetro, le hubiera escuchado.
Euríloco vio a Bolígrafo y a Metástasis, dos miembros de la tripulación, cómo eran arrastrados a las profundidades marinas por una monstruosa ola. Hizo ademán de lanzarse tras ellos para salvarlos, pero se detuvo:
- Si, hombre, para que me ahogue yo también. Que les den-, pensó juiciosamente.
Parecía que el “Brobónides IV” y sus ocupantes tenían las horas contadas.
Se oyó un crujido terrible, y el barco se quedó quieto: habían embarrancado. No se apercibieron que la tormenta los había acercado a la costa.

De golpe, la tempestad amainó, desaparecieron las negras nubes y el sol volvió a brillar. A Poseidón, después de comer, le había entrado la modorra y se había quedado frito, con lo que desapareció el encantamiento tormentero.
Los tripulantes, exhaustos por el esfuerzo de no morirse, contemplaron el relieve de la costa contentos, pero también temerosos por las calamidades que sufrían cada vez que pisaban tierra.
Uhlises se dirigió a sus hombres una vez más:
- Bueno, vamos a ver, esta vez vamos a cambiar de táctica: vais vosotros a inspeccionar el terreno y yo me quedo aquí a vigilar el barco. ¿Ha quedado claro?
- Siempre dices “ha quedado claro”, oh, Uhlises – exclamó Puñétides desde un rincón mientras escurría su túnica, empapada de agua -, ¿qué te crees, que somos imbéciles? Me recuerdas a Udinea, una profesora de mi infancia que siempre, después de acabar una frase, decía: ¿eh que me entiendes?, como si fuéramos imbéciles, como tú parece que nos estés tratando a todos.
- Rambocles, en cuanto piséis tierra rebánale la cabeza a este, efectivamente, imbécil. Aquí no, que me dejaría la cubierta toda roja, y esto no es la entrega de los Sócrates- contestó distraído el rey de Hítaca.
Con Euríloco al mando y Uhlises en el barco echando una siesta, la tripulación se dirigió a tierra y desapareció en la espesura.
Al cabo de catorce días, Uhlises empezó a impacientarse.
- Les debe de haber sucedido algún percance, para variar. Lo mejor será que vaya a buscarlos.
Abandonó el barco, ya flotando debido a la marea, y puso pie en tierra firme. Unos cuantos pasos después, al pasar un recodo, le entró un pánico atroz: una manada lobos y leones se acercaban a él. Sin embargo, Uhlises observó que estaban sorprendentemente tranquilos, sin atisbos de ferocidad. Le rodearon despacio. Una leona empezó a rascarse la cabeza en él, como hacen los gatos, para gran pasmo del de Hítaca.
- Ca…caramba! Caramba carambita carambiruri…- y sin querer Uhlises inventó el flamenco, aunque esto no se descubriera para el gran público hasta el cabo de miles de años.
Toda la manada mixta de leones y lobos se arremolinó en torno a él, arrumacándole sin cesar.
- ¡Vaya, pero si son más mansos que la tortuga que cayó del cielo y mató a Esopo de un caparazonazo!¡Missi-missi-missi!- susurró a un gigantesco león. Éste se acercó y le lamió la mano con su enorme lengua-. Deben sufrir un encantamiento, porque esto no es normal.
En esas que se acercó volando Hermes, calzado con sus sandalias aladas.

- ¡Hombre, Uhlises¡¡Cómo tú por aquí? Estás un poco lejos lejos de tu hogar…
- Si tuviera tu calzado otro gallo me cantaría, Hermes. Oye, ¿no has visto por aquí a mi tripulación? Hace un montón de días que no sé nada de ellos…
- Los tienes ante tus reales narices-, respondió, sonriente, Hermes.
- ¿Cómo?
- Ese león que acaricias, precisamente, es Rambocles. Circe les ha hechizado a todos.
Uhlises se levantó de un salto.
- ¿Circe?¿La maga Circe? ¿Está buena o qué?-, dijo con los ojos abiertos como platos
- Noto que hace tiempo que no te arrimas a nadie, ¿eh? Vaya, que si lo está… Y si yo te contara de lo que es capaz de hacer en la cama…
Ojos como planetas.
- Cuenta, cuenta, oh, excelso mensajero de los dioses!-, inquirió Uhlises mientras se le caía la baba a capazos.
- No, no, no cuento intimidades. Si te lías con ella ya intercambiaremos impresiones, pero de momento te aguantas. Pero no creo que tengas suerte, Circe va a hacer lo mismo contigo que con tus compañeros, a no ser que…
- ¿A no ser qué?
Hermes sonrió maliciosamente.
- Pueeees verás, tengo una pócima mágica que contarresta los efectos de la bebida que te ofrecerá cuando te pille. No te ocurrirá nada.
- Vale, pues dámela.
El dios mensajero sonrió aún más maliciosamente.
- Si, hombre, y qué más. Aquí no se da nada a cambio de nada.
Uhlises se rascó la cabeza y se encogió de hombros.
- Pues vaya, Hermes, si estuviera en mi reino te podría obsequiar con todo lo que te apeteciera, pero aquí no tengo nada de nada, soy un pobre desgraciado, ya ves lo harapiento que voy. No sé qué podría tener de tu interés…
- Tienes algo que me atrae mucho,- dijo Hermes pillinamente, observando con lascivia los bajos de Uhlises.
- ¡Ah, no, no, ni lo sueñes¡- vociferó Uhlises -. Ya lo probé en el sitio de Troya, acuciado por las circunstancias, y juré que jamás de los jamases repetiría.
- Bueno, como quieras, pues te convertirás en un lobo, en un león, en un cerdo o en lo que le apetezca a Circe-, contestó Hermes mientras se arreglaba los cordones de las sandalias, dispuesto a irse volando.
Uhlises se lo repensó. No estaba dispuesto a convertirse en cerdo así como así.
- Bueno, está bien, acepto. Pero no seas bruto, que luego me tiro cuatro días sin poderme sentar.
- De acuerdo, de acuerdo, seré prudente, no te preocupes. Anda, acompáñame allí, detrás de esos matorrales, que te vas a enterar…(*)






* Escena censurada, lo siento.

dijous, 3 de setembre del 2009

UHLISES (cap. III). Los Cíclopes


Pasaron varios días y los pocos víveres que tenían los tripulantes del “Bribónides IV” empezaban a brillar por su ausencia. Y no gracias a Vatericles, el cual, por si las moscas, continuaba atado al palo de mesana. Apenas quedaban unos cuantos puñados de arroz podrido y medio odre de agua potable. La tripulación empezaba a estar inquieta.
- Euríloco, como no avistemos tierra pronto vamos a tener un problema gordo con toda esta chusma-, comentó Uhlises a su contramaestre.
- Razón llevas, oh, insigne Uhlises, rey de Hítaca… Las peleas gratuitas empiezan a menudear por cubierta. Incluso Placidón, quien no se altera ni que lo maten, se ha sumado a las reyertas. Y el perro ha desaparecido: apuesto a que se lo han comido.
- ¿Al perro? Pobre… Bueno, la verdad es que era un taladro, no paraba de ladrar a todas horas. No creo que se le eche de menos. Y hablando de perros, ¿qué habrá sido de mi buen Argos?¿Vivirá aún?- reflexionó el héroe mirando al horizonte con semblante pensativo.
Euríloco, sin venir a cuento, refunfuñó violentamente:
- ¿Y a mí qué me importa si tu perro Argos vive o no?¿Crees que es el momento de ponerse sentimental, con los problemas que tenemos? Uhlises, el héroe de Troya… Vaya timo de tipo…
Uhlises, sin volverse, respondió:
- Mira, Euríloco, porque nos encontramos en situación complicada y porque me debes dos mil quinientos hemióbolos, que si no, te arrancaba todos tus miembros de cuajo, que lo sepas.
Euríloco se encaró a Ulises con ojos centelleantes:
- ¿Ah, si? Tú a mi me vas a comer la…
En ese momento resonó un grito:
- ¡Tierraaaa!¡Tierra a la vistaaaaa!
De nuevo era Dioptrío, el vigía, berreando desde lo alto del palo mayor. Sin querer había evitado una desgracia mayúscula.
La tripulación al completo corrió hacia estribor (excepto Despístides, que se fue a babor, como siempre). Efectivamente, a lo lejos se divisaba una costa abrupta.
- Pues parece mentira, pero tiene razón Dioptrío.
- Espero que haya algo más que alfalfa, esta vez.
- Yo, si hay perros ya me conformo.
- Ah, fuiste tú?
Uhlises ordenó dirigirse a tierra firme. Antes de anclar el “Bribónides IV” reunió a todos sus hombres en cubierta:
- Espero que esta vez todo el mundo se atenga exclusivamente a mis órdenes. Si alguno de vosotros, sin motivo justificado, me desobedeciera, daré orden instantánea a Rambocles de que no sintáis las piernas nunca más. Os las cortará de un solo tajo. ¿Ha quedado claro?
Uhlises siempre utilizaba a Rambocles para amedrentar a los marineros más pendencieros.Era el más fuerte, agresivo y despiadado de todo el barco. Hubiera sido un gran héroe en Troya y se le hubiera colocado al nivel de Héctor, Áyax y Aquiles, pero venía de familia de míseros pastores de caracoles, y en esa época el sueño americano aún no se había inventado.
Esta vez descendió la tripulación al completo, incluso Vatericles, al que por fin desataron del palo de mesana. Fondearon el “Bribónides IV” en una pequeña cala y se dirigieron a tierra firme en una barca preparada para estos menesteres.
Atracaron en una minúscula playa y se dispusieron a explorar.
- Ojo avizor, muchachos. No hagáis el burro, ya que no sabemos con qué nos puede sorprender el destino -aconsejó Uhlises con su innata sabiduría - ; Despístides, tú no te muevas de mi lado, que te conozco.
Se adentraron en la maleza, avanzando a duras penas por el intrincado follaje. El terreno ascendía poco a poco, haciendo cada vez más difícil la marcha. Apenas se veían los unos a los otros.
- ¡Cogeos de las manos, como cuando ibais a la escuela, que no se ve un pimiento!-, ordenó Euríloco.
Al cabo de un buen rato, llegaron al final del bosque. Todos los esforzados marineros estaban repletos de arañazos por todo el cuerpo, a causa de los malditos zarzales. Incluso Uhlises, a quien su condición de héroe y tal no le eximía de tener una piel como la de todo el mundo.
- Descansaremos aquí un poco. Hala, ya os podéis soltar de las manos.
Se encontraban al pie de una montaña árida, seca, pedregosa.
Uhlises alzó la vista. Observó que, separadas por una distancia considerable, la montaña había horadado numerosas cuevas, gigantescas, de aproximadamente 30 pies de altura cada una (9,1 m), y otro tanto de ancho.
Entonces olió. Un penetrante perfume envolvió todo el ambiente. Los más escrupulosos y refinados, como Pulcro de Macedonia, se taparon las narices con sus túnicas, horrorizados ante tal pestilencia.
- ¡Oigh, qué asco, por Eufrósine!
- ¡Pero bueno! ¿Es que nadie se lava los pies aquí, pandilla de cerdos?- protestó enfurecido Euríloco.
- Calla, contramaestre de las narices, -respondió Uhlises- que creo no va por ahí la cosa: no sé si te has fijado que no hace mucho hemos salido del agua. Este olor tan potente no proviene de nuestros pies, sino más bien de ahí arriba, de esas cuevas tan grandes.
Si es que Uhlises era de un listo…
El gran héroe ordenó a sus hombres dirigirse hacia allí cautelosamente.
Entraron en la cueva. Por el suelo había utensilios de todo tipo, cuencos, platos vasijas, mantas, cuchillos… Sólo tenían una peculiaridad: eran de tamaño gigante. En un solo cuenco casi cabía la tripulación entera.
“Esto debe ser la cueva de un ser gigantesco. Habrá que andarse con ojo”, pensó Uhlises, mas no dijo nada para no asustar más aún a los demás.
El hedor allí dentro era insoportable. Vatericles, desesperado por el hambre, siguió a su olfato, vio una especie de pared curva y sin pensárselo dos veces le hincó el diente.
- ¿Pero tú eres imbécil o qué? ¿Se puede saber qué ninfas estás haciendo?- le gritó Euríloco, el contramaestre.
Vatericles, con la boca llena, se giró hacia él, alborozado:
- ¡Quezo!¡Ez quezo!¡Un quezo gigante! ¡Ezo era eze olor!
Agarró su espada y empezó a darle al queso a diestro y siniestro. El resto de la tripulación le imitó.
En pocos minutos el queso quedó reducido a una tercera parte.
- No comáis tanto, golafres, que luego os sentará mal y no habrá quien os mueva-, aconsejó, divertido, Uhlises.
- ¿Y vino? ¿No hay vino por aquí o qué? ¡Queremos vino!- protestó Bolingo de Tales.
- ¡¡Vino, vino, vino!!-, gritó al unísono la tripulación al completo, mientras pateaban el suelo con fuerza.
Uhlises escaló un gran ánfora que se encontraba en un rincón. Se asomó al borde y con todas sus fuerzas la empujó al suelo. El líquido se desparramó por toda la cueva.
- ¡Aquí tenéis vino, impacientes!- exclamó, exultante- ¡No se os olvide mezclarlo con agua, que éste tiene mucha graduación!
El único que no obedeció dicha orden fue Bolingo de Tales, evidentemente.
Al cabo de un buen rato, todo el mundo estaba saciado de queso y vino. Únicamente la insaciabilidad de Vatericles continuaba dale que devoro.
- Reposemos un poco- dijo Uhlises-; luego cargaremos con todas las provisiones posibles y nos largaremos pitando de aquí, antes de que vuelva su morador.
Mal hecho.
Al poco, un gran temblor despertó a la tripulación de su marasmo digestivo. Grandes golpes retumbaban en el suelo, y se acercaban cada vez más.
- ¡Escondeos todos, rápido!-, susurró Uhlises a sus hombres.
Una gran sombra oscureció la cueva casi completamente.
Uhlises, agazapado tras una tinaja de vino, asomó la cabeza. Lo que vio le dejó helado.
Un ser horroroso de 17 pies de altura se alzaba ante ellos: peludo por todas partes, barbudo, iba vestido con cuatro harapos zarrapastrosos, llevaba el pelo enmarañado e imposible de domar y únicamente tenía un ojo, un ojo colosal situado encima de su enorme nariz.
- ¿Quién osa penetrar en la humilde morada de Polifemo, el cíclope? ¡Aquí huele a carne fresca!-, tronó el monstruo mientras olfateaba el ambiente con ansia furiosa.
Uhlises había oído hablar de los cíclopes, y sabía bien que no eran lo que se dice muy hospitalarios.
Más bien todo lo contrario.
Polifemo vio el queso a medias y la ánfora en el suelo vertida, y supuso, con buen crietrio, que allí pasaba algo. Escudriñó un poco más y entonces vio a Vatericles rebozándose en queso, extasiado ante tanto placer. También se apercibió de que Pulcro de Macedonia soltó un gritito, asustado por un ratón, y se dejó ver. El cíclope rió sonoramente, se agachó, agarró a ambos con una sola mano, los acercó a su sonriente boca y se los zampó en un par de bocados.

- Bueno, los he comido mejores-, comentó Polifemo mientras escupía unos huesecillos.
“Lo tenemos magro, por Eufrónides”, pensó Uhlises mientras observaba tamaña trágica escena.
El gigante de un solo ojo apartó los utensilios y descubrió al resto de la tripulación del “Bribónides IV”. Rápidamente agarró una gran roca del exterior y taponó la entrada de la cueva, impidiendo la huida de los hombres.
- Esto os enseñará a robar la comida a Polifemo. Luego me divertiré con vosotros: os tengo preparados unos juegos estupendos, con unas maneras de morir tan originales que ríete tú de la futura Inquisición.
Uhlises comprendió que debía hacer algo si no quería que aquella maldita cueva se convirtiera en la tumba de todos.
Se acercó a Polifemo con cautela, y empezó a lustrarle:
- Oh, gran cíclope, hijo de Poseidón y la ninfa Toosa, eres el más grande entre los grandes, el más todo, y será un honor para todos nosotros que hagas con nuestros cuerpos lo que más te plazca, pues así lo habrán decidido los dioses y lo que decidan los dioses es estupendo pues para eso son dioses y nosotros sus humildes y asquerosos servidores. Y para demostrarte lo mucho que te respetamos y te reverenciamos te voy a descubrir un placer increíble, digno de tu señorío, prestancia, temple, saber estar y todo eso que se suele decir.
Polifemo se repantingó en el suelo.
- Mira que llegas a tener labia, enano roñoso… A ver, ¿qué es eso tan maravilloso que tienes que mostrarme?
Uhlises sonrío. Había picado.
- ¿A que no has probado nunca el vino sin aguar?
- Anda, pues no, ahora que lo dices… Nunca se me había ocurrido semejante cosa. Es que soy muy tradicional, ¿sabes?
- ¡Pues mira! ¡Nunca te acostarás sin saber una cosa más! Anda, prueba y verás qué delicia te has estado perdiendo todos estos años.
Polifemo agarró un ánfora, probó tímidamente el vino y soltó una carcajada:
- Jo, jo, jo, jo!!¡¡ Pues tienes razón, enano asqueroso, no está nada mal!¡ Pero que nada mal!
Y se acabó el ánfora de un solo trago.
Uhlises continuó con su perorata pelotera:
- Jamás en mi pobre vida se me ocurriría engañarte, oh, insigne Polifemo, gran cíclope entre los cíclopes. Te mereces eso y muchísimo más. Anda, bébete otra, comprobarás los beneficiosos y placenteros efectos que posee el vino sin aguar.
Polifemo cogió otro ánfora y se la bebió en un periquete.
Y luego otro, y otro, y otro… Así hasta catorce.
Y claro, pilló una cogorza impresionante:
- El vino... hips… que tiene Nereidaaa… no es blan…hips…co ni es tinto ni… hips… tiene colooooooooooooor…
Finalmente se desplomó estrepitosamente en el suelo, sin sentido.
Uhlises no perdió el tiempo: cogió el palo de la escoba gigante, la partió de un golpe de espada y fabricó una lanza en un santiamén, sacándole punta. Luego la clavó con todas sus fuerzas en el único ojo de Polifemo, el cual, en el estado en que se encontraba, no se enteró de nada.
- Bueno, muchachos, éste lo va a ver todo negro, a partir de ahora.
En un rincón de la cueva había un pequeño establo con unas cuantas ovejas, también gigantes.
- Cuando Polifemo despierte y seguro que estará muy furioso, os agarráis con fuerza al vientre de una oveja. Allí no se le ocurrirá buscarnos. En algún momento tendrá que sacarlas a pastar, digo yo. Así podremos escapar-, razonó Uhlises.
Toda la tripulación se preparó impaciente para el momento en que el cíclope volviera a la vida.
Al cabo de unas horas, Polifemo despertó y se palpó el ojo destrozado y sangriento:
- ¿Pero qué me han hecho estos humanos? ¡No veo!¡No veo!¡Me han dejado ciego!-, y empezó a destrozarlo todo, de tan rabioso que estaba- ¡Os mataré a todos!¡Desearéis no haber nacido!
Uhlises y sus hombres, aterrorizados, se asieron fuertemente a los vientres de las ovejas. Polifemo buscó y rebuscó por toda la cueva, palpó las ovejas, pero no encontró a nadie.

Furioso, le pegó una patada a la roca que taponaba la entrada. Las ovejas, nerviosas, salieron corriendo al exterior.
Una vez fuera, los marineros se soltaron de los animales. Ulises apremió:
- ¡Hala, todos corriendo al bote! Los gritos de Polifemo pueden alertar a los demás cíclopes y entonces sí que habremos bebido aceite.
Así lo hicieron. Al cabo de poco se encontraban de nuevo en el “Bribónides IV” dispuestos para zarpar.
- ¡Levad anclas! ¡Y humo de aquí, pitando!
Una vez en cubierta, a Uhlises se le ocurrió burlarse de Polifemo.
“No, mejor que que no le diga nada”, rectificó. “Aún tendríamos más complicaciones. Además, me da un poco de pena, pobre”.
Polifemo, mientras Uhlises y sus hombres se alejaban, gritaba tanto que el resto de los cíclopes (Politono, Políglota, Polidíaz, Politicastro, Policío, Polígono, Policarpio, Polisemio, Polydor, Polimili, Politburó y Poliéster) se acercaron corriendo a ver que le ocurría.
El cíclope herido les explicó lo sucedido entre sollozos y gritos de rabia y dolor.
-¡Me chivaré a Poseidón!¡Esto no quedará así!
Policío miró hacia el mar y vio cómo se perdía el “Bribónides IV” en el horizonte. Les lanzó unas cuantas rocas, pero incluso la fuerza de un cíclope era poca para tan larga distancia.

“Está demasiado lejos, y además no sabemos nadar. Bah... Poseidón se encargará de ellos. Que no les pase nada."