dilluns, 29 de setembre del 2008

Couché III (cap. V)




- Pues claro que no le creo!! Y más sin pruebas!! Cómo es que el tiempo que dice que hizo no aparece en los anales, en las clasificaciones oficiales?
Me miró divertido:
- Muy fácil: se estropeó el cronómetro. Antes pasaban estas cosas. Los organizadores del campeonato, en Rennes, sintieron tanta vergüenza por lo sucedido que, aprovechando que había muy poca gente en el estadio (llovía a cántaros) lo taparon como pudieron a los pocos periodistas que se encontraban allí, sobornándolos con unas botellas de vino y alguna cosa más carnal – me hizo un guiño-, de modo que no se mencionó en ningún periódico. El asunto quedó como un rumor, una especie de leyenda, que con el tiempo se fue olvidando.
Perplejo, observé con detenimiento a Couché. Mostraba todo el aspecto de estar completamente convencido de lo que decía. Pero lo que me estaba relatando era de lo más difícil de creer que había oído jamás, y más aún por la sencillez de sus razonamientos. Todo aquello podía haber sucedido, pero era simplemente imposible.
- Caramba, no sé qué decir ahora mismo… Permítame usted que tenga mis reservas sobre su récord; convendrá conmigo que es lógico que adopte esta postura, digamos un tanto escéptica. Y por cierto – le pregunté con cierta sorna -, ¿se enteró Zatopek de esto? ¿Se lo contó usted?
- Si, se enteró. Mejor dicho, se lo demostré.
Aquello ya era demasiado.
- Perdone, Couché, pero empiezo a tener la sensación de que me está tomado el pelo, o quizás se le está subiendo el pastís a la cabeza.
- Aún falta, aún falta, para eso… Tal vez si me dejas seguir con mi historia y no me interrumpes tanto, puedas creerte todo esto. Lo de Zatopek te lo contaré al final: tiene relación con lo que te estoy contando.
Aún era pronto; y bueno, la verdad es que no perdía nada escuchando un rato más a aquel chiflado fantasioso. Tampoco me esperaba nadie.
- En fin…- repliqué, dejándome caer sobre el sillón -; continúe, continúe. Le queda aún pastís?


- No te lo acabarás -, dijo, sonriendo y levantándose de un salto. Volvió al cabo de un momento con un vaso, una jarra de agua y otra botella, y sirvió.
- Esa fue la última carrera que gané. A partir de entonces, siempre acabé tercero.
Guardamos silencio los dos unos instantes.
- Supongo que querrás saber la razón, verdad?
- La hay?
Couché se levantó y se dirigió a la ventana, mirando al exterior.

- Éramos tres amigos: François, René y yo. Nos conocíamos desde la infancia: pasábamos el día juntos, en la escuela y fuera de ella, y esa amistad se fue afianzando con fuerza, a medida que íbamos creciendo. François era el hijo del carpintero de Pions: bajito, rechoncho, era un mal estudiante, se reía de todo y hacía reír a todo el mundo. René, en cambio, era alto, delgado, parecido a mí físicamente. Más bien serio, estudioso y aplicado. A pesar de nuestras diferencias de carácter, éramos, como se suele decir en estos casos, culo y mierda. Bueno, en este caso, culo, mierda y papel higiénico, ya que éramos tres – y rió de su propia gracia.
Espero que no se me ponga sentimental, pensé.


(Continuará)