A Antonio, un mal día, le diagnosticaron un cáncer de pulmón. Le ingresaron rápidamente en el hospital, debido a lo avanzado de su enfermedad. Antonio prohibió tajantemente a su familia más directa comentar nada a nadie al respecto, hasta que el diagnóstico fuera lo más claro y definitivo posible.
Cuando el médico le comunicó su próximo fin, Antonio permitió a su esposa que comunicara la mala noticia a quien le pudiera interesar.
José, su mejor amigo, fue el primero que acudió al hospital. Se conocían desde niños, eran lápiz y papel.
- Hola, Antonio.
- Hostia, José… ¿Qué coño haces aquí?
- Pues nada, pasaba por aquí y me dije… Tu mujer me lo ha dicho y he venido, ¿qué coño quieres que haga? Tú harías lo mismo, ¿no?
Antonio sonrió:
- No sé, no sé. Depende, si no tuviera nada mejor que hacer, igual sí…
- Ya, vale, capullo, que eres un capullo. ¿Pero es verdad o no?-, respondió José.
- Si, si, tío. La estoy palmando, te lo juro.
José se quedó mudo. Antonio no.
- Qué quieres, es la vida. Unos vienen, otros se van.
- Joder… No somos nadie.
Antonio se tiró un cuesco.
.- Para lo que me queda en el convento, me cago dentro.
- Si, del polvo venimos y en polvo nos convertiremos.
- Ya estamos,,, Fue tan corta la desdicha…
- La vida son cuatro días…
- Hay que joderse…
- Si, es lu qui hay.
Al oir esto último, Rosa, la enfermera que acababa de entrar, echó a José de la habitación con cajas destempladas.
En el hospital todos creían que Rosa cumplía las normas de manera demasiado estricta.
Además, Antonio no fumó en su vida.