dimecres, 28 de juliol del 2010

SEGURETAS

Guardia jurado de principios de siglo XX. Cuidao...

Me dan mucha rabia los uniformes. Me refiero a los de los cuerpos represores, no a los de las colegialas, por ejemplo, o a los de los bomberos. Me da igual que sean de la guardia civil, del ejército, de la guardia urbana, de los mossos, de la gendarmerie, de la Ertzaintza o de los bobbies de Londres. Todos son cuerpos represores, básicamente. Por el sólo hecho de que les den una pistola, una porra, esposas y toda la parafernalia ya se sienten superiores a los demás, se creen por encima del bien y del mal. La razón principal de todo esto es, supongo, que tienen la potestad legal de usar la fuerza, si se tercia. El resto de las personas, a callar, que te meto.
El ejemplo más claro son los antidisturbios: les ordenan que peguen y ellos, hala, a porrazo limpio a diestro y siniestro. Si casualmente pasa la madre, la cascan también.
- Pero, hijo mío, ¿cómo puedes haber pegado a tu madre? Me han cosido cuarenta puntos en la cabeza por tus porrazos!
- No haber estado allí, mamá, a mí qué me cuentas. El curro é el curro, y yo soy mu pofesioná. Sluurp, sluurp…- responde el hijo mientras se come la sopa, preparada amorosamente por su madre.

Pues bien, de un tiempo a esta parte (aunque de hecho los primeros son de mediados del siglo XIX, creo. Se crearon para vigilar los latifundios) ha aparecido otro cuerpo represor. No tiene rango de policía, pero el objetivo viene a ser el mismo: controlar al personal.
Me refiero a los seguretas.

Miércoles:
A media mañana se ha puesto a llover, y he aprovechado para dejar la moto en el mecánico para que me mire un ruido raro que suena desde hace días. Por tanto, he ido andando hasta la estación, a coger el tren. Me siento en la plataforma, como siempre. Hay un perro suelto que va deambulando por el vagón, levantando la cabeza, olisqueando, mirando hacia el exterior a cada momento. Supongo que necesitará aire, estará harto de olores enlatados. Parece un perro de presa, de esos catalogados como peligrosos, pero se le ve muy tranquilo. Es muy bonito, me gusta. Su amo está detrás de mí, al final del vagón. Nadie se queja, cosa rara.
Al cabo de dos o tres paradas, entra la pareja de seguretas. Se colocan de pie, en la misma plataforma donde yo estoy. Vaya, hombre, ¿no había más sitio en el tren?
Van con todo el equipo reglamentario: pistola reglamentaria, cartuchera reglamentaria con muchas balas, bien a la vista de todo el mundo, como los vaqueros, porra reglamentaria de medio metro de largo, esposas reglamentarias en la parte de atrás, walkie-talkie reglamentarios, guantes reglamentarios, chaleco reglamentario amarillo pistacho, pantalones reglamentarios negros con bolsillos laterales y botas reglamentarias de media caña, colocadas al estilo antidisturbios, con los pantalones por dentro. Todo muy profesional y reglamentario.


El más alto de los dos es puro nervio. No para de observar a todo el mundo ni de moverse: mueve las manos continuamente, como si fuera a desenfundar, cosa que afortunadamente no hace, aunque seguro que se muere de ganas. El otro es más bajito y pausado. Los dos van con el pelo muy corto. Se han encontrado, en la misma plataforma, a un compañero que se va a casa, a descansar. Viene de doblar turno.
- Jo, colegas, estoy hecho polvo, no he dormido casi en dos días.
- ¿Y cómo ha ido la cosa?¿Has tenido problemas?
- No, poca cosa, sólo en San Andrés de Llavaneras, uno que… Pero nada de especial, lo que pasa es que son muchas horas seguidas.
Traducen hasta los topónimos. Normal, después de todo, pienso, ya que todos los seguretas hablan en castellano, ninguno en catalán. Me gustaría saber la razón.
En ese momento el perro, que se ha vuelto a levantar, pasa delante de ellos y hace lo mismo que antes. El segureta alto lo mira fijamente, como para arrearle un guantazo, e indaga con la vista a quién pertenece. Descubre quién es el dueño, y le grita desde lejos:
- ¡Eh tú, el perro tiene que ir con correa y con bozal!
El amo, que está detrás de mi, unos metros más allá, no se inmuta y le responde:
- Este no hace nada, es muy manso.
- Ya, pero las normas son las normas, y tiene que llevar bozal y correa.
Ha cambiado el orden para no repetirse y parecer más listo.
La voz trasera no se inmuta y le contesta:
- Pavo, que te estoy diciendo que es muy manso…
- Y qué si es manso, que te estoy diciendo que las normas son las normas. Además, éste es de raza peligrosa, y las normas son las normas.
- Jo, qué pesao- murmura el dueño- No todos los perros son iguales, joder… Que éste no hace nada!
Parece que la cosa va a ir a mayores, el segureta cada vez hace más ademanes de desenfundar, pero no. El perro le pasa por delante, lo observa y le dice a su compañero:
- Es guapo, eh? Siempre me ha gustado tener uno de estos.
- Si que mola, si. Mira qué mandíbulas, y qué cuello. Te mete un bocao y te arranca la cabeza.
El compañero que no está de servicio asiente con la cabeza y sonríe:
- Vaya que si te la arranca…
Me bajo en la siguiente estación. También se baja el perro, su amo y el colega de los seguretas.
- Venga, tío, que descanses!
- Vaya que no, ahora mismo en cuanto llegue me tiro a la cama en plancha. Nos vemos.
Bajamos las escaleras. El del perro y el segureta, delante de mí, charlan animadamente sobre lo chulo que es el animal, aunque no lleve correa ni bozal.

Jueves:
La moto sigue en el mecánico, y subo el tren de nuevo. Me siento en la plataforma. En la siguiente parada, sube la misma pareja de seguretas. Vaya… El más bajito está charlando con un amigo cachetas que marca bíceps. Todo el vagón los escucha, evidentemente:
- Pos sí, tío, ya hablaré con el encargao y seguro que te encuentra alguna cosa.
- Gracias, estaría de puta madre.
- A más, ya te conozco y le puedo hablar bien de ti y tal, sé que si hay problemas no te achantas y si hay que repartir no tienes manías…
- Pues no, pa qué te voy a engañar, si hay que dar se da y punto, pa eso estamos.
- Espera, que lo llamo ahora mismo, qué coño…
Saca el móvil y marca un número: pi-pi-pi-pi-pi…
- Ya verás, colega, como hay suerte… ¿J.? Hola, soy P. G., de aquí de la línea de la costa, sabes quién soy, ¿no? Mira, te llamo para comentarte que, como el otro día te oí decir que necesitabas personal, yo tengo un amigo que lo haría de puta madre, es un tío de confianza, está preparao, quiero decir que si hay que ponerse duro se pone, no se corta ni ná… A más, ya ha trabajao en esto, sabe de qué va la historia. (…) Si, si, claro que es de confianza, le conozco de hace tiempo y es de fiar (…) Vale, vale, pues le digo que se pase mañana por la oficina y que pregunte por ti. Ya verás como te sirve. Venga, muchas gracias, J., hasta luego.
Como he dicho antes, se ha enterado todo el vagón. La cara del futuro segureta rebosa de felicidad. Afortunadamente, llego a mi destino y me bajo. Menos mal.

Viernes:
La moto de las narices aún no está lista. Sigo viajando en tren. Me siento en la plataforma. En la siguiente parada, vuelve a subir la misma pareja. Joder…
Me cambio de vagón.
Empiezo a creer en la mala suerte.

Esto no es mío, pero ya me vale.

dimecres, 14 de juliol del 2010

LA ENFERMERA

A Antonio, un mal día, le diagnosticaron un cáncer de pulmón. Le ingresaron rápidamente en el hospital, debido a lo avanzado de su enfermedad. Antonio prohibió tajantemente a su familia más directa comentar nada a nadie al respecto, hasta que el diagnóstico fuera lo más claro y definitivo posible.

Cuando el médico le comunicó su próximo fin, Antonio permitió a su esposa que comunicara la mala noticia a quien le pudiera interesar.

José, su mejor amigo, fue el primero que acudió al hospital. Se conocían desde niños, eran lápiz y papel.

- Hola, Antonio.

- Hostia, José… ¿Qué coño haces aquí?

- Pues nada, pasaba por aquí y me dije… Tu mujer me lo ha dicho y he venido, ¿qué coño quieres que haga? Tú harías lo mismo, ¿no?

Antonio sonrió:

- No sé, no sé. Depende, si no tuviera nada mejor que hacer, igual sí…

- Ya, vale, capullo, que eres un capullo. ¿Pero es verdad o no?-, respondió José.

- Si, si, tío. La estoy palmando, te lo juro.

José se quedó mudo. Antonio no.

- Qué quieres, es la vida. Unos vienen, otros se van.

- Joder… No somos nadie.

Antonio se tiró un cuesco.

.- Para lo que me queda en el convento, me cago dentro.

- Si, del polvo venimos y en polvo nos convertiremos.

- Ya estamos,,, Fue tan corta la desdicha…

- La vida son cuatro días…

- Hay que joderse…

- Si, es lu qui hay.

Al oir esto último, Rosa, la enfermera que acababa de entrar, echó a José de la habitación con cajas destempladas.

En el hospital todos creían que Rosa cumplía las normas de manera demasiado estricta.

Además, Antonio no fumó en su vida.

dimarts, 13 de juliol del 2010