dilluns, 30 de juny del 2008

USURA



Usura iba por el campo, paseando a la vera del río, tranquilamente, como quien no quiere la cosa. Le gustaba andar por allí, sintiendo el frescor, el murmullo del río, el trinar de naranja de los pájaros...
Usura era de natural alegre, excepto cuando se acordaba de sus padres en el momento que acordaron ponerle ese nombre. Pero esa es otra historia, que ahora no viene al caso.
La noche anterior había llovido copiosamente, tras muchos días de pertinaz sequía, como se decía antes. La senda por donde transitaba Usura estaba resbaladiza, por tanto, pero ella no prestó mucha atención.
Así que, en un recodo del camino, Usura resbaló, con tanta mala suerte que se torció el tobillo y se clavó una astilla que andaba por allí, provocándole un profundo corte en la espinilla.
Usura estaba en el suelo hecha polvo, quejándose del dolor que le producía el percance de marras; tuvo la suerte de que en ese preciso momento pasaba por allí, canturreando, el cura Tribujena, el que, con los años, murió de pena ajena.
Vió a Usura en el suelo, agarrándose la pierna, y le gritó:
- Usura!! Usura!!¿ La cosa tiene cura?
- Si, pero necesita puntos de sutura.
Y les salió una rima.

divendres, 27 de juny del 2008

DE ASCENSORES Y ESCALERAS




Benito no soportaba los ascensores, y no era por una cuestión de claustrofobia, entre otras cosas porqué no sabía qué coño significaba aquella palabra. Siempre evitaba montarse en uno, y por esa razón era todo un campeón subiendo escaleras: llegó al punto comprarse un ático en un bloque de veinte pisos sin ascensor, e incluso participó en la carrera esa tan estúpida de subir las escaleras del Empire State Building, quedando tercero.
Hasta que un día, harto ya de tanto ir parriba pabajo, decidió que ya no volvía a acercarse a unas escaleras. Les cogió tanta rabia al tema que hizo de tripas corazón de su odio a los ascensores y a partir de entonces los utilizó, sin excesivos problemas.
Paradójicamente, fue su nueva aversión a los escalones lo que arruinó su vida, negándose a ligar una escalera en una partida de póker en la que se había jugado hasta el alma: perdió la mano, la partida, su dinero y todas sus posesiones, que no eran pocas.
Benito lo perdió todo, menos el alma, que se ve que no tenía.
“Tanto subir y bajar, bajar y subir, para al final sólo descender”, se dijo mientras se tiraba en plancha desde el campanario de la catedral de Astorga.


dijous, 26 de juny del 2008

ASUN I


Hace ya bastante tiempo tuve, durante unos años, a una compañera de trabajo que se llamaba Asun. Era… Era, es, diferente, por adjetivarla de alguna manera. Como pienso contar más anécdotas de la colega, que cada uno la defina como quiera.
Pero es mucho más que eso.
Entraba a las tres de la tarde, después de comer. Trabajábamos en un ambulatorio, en admisiones, de cara al público. Asun llegaba una hora más tarde que los demás con la modorra post-comida, y a las tres, también, empezaban las visitas de los médicos de la tarde.
Llegaba: - Holabonatardaaaaaa…-, decía con su peinado de los años 40 del día de la tortilla, su bata blanca que no renovaba desde hacía años aunque apenas le cabía (parecía un embutido con patas), y sus labios pintados de rojo carmín, como la Bette Davis (pronúnciese tal cual, Betedavis). Se sentaba en su silla, siempre la misma, y entonces hablaba de su padre y de su madre. Nadie le hacía ni caso de lo pesada que era siempre con el mismo rollo, así que poco a poco se iba callando hasta que se quedaba medio traspuesta de sueño, en el mostrador. Apoyaba la cabeza en la mano, así no se le caía, e iba echando cabezaditas disimuladas.
Tenía práctica, la mujer.
Un día llegó más sobada que de costumbre. Debíamos estar en pleno verano. Se sentó en su silla, se incrustó en ella y, después de decir lo de siempre, adoptó su postura favorita, aguantándose la cabeza. Así de paso haría pesas, pensaba yo, ya que era propietaria de un buen cabezón. Si a eso le sumamos que se lavaba poco el pelo, mas las pinzas que se le olvidaba quitarse cuando se peinaba estilo tortilla day, se puede deducir que, junto con la roña que llevaba hacía que aumentara el peso de su cráneo.
Y se quedó roque. Yo, que soy un poco cabroncete, no le dije nada. Que se duerma, que se duerma, a ver qué pasa. Al cabo de poco llega un señor mayor al mostrador, se la quedó mirando y le dijo:
- ¡¡Señora, que se está durmiendo!!
Como el chiste del chino del bar.
Se despertó sobresaltada, dando un brinco en su silla baja. Se la regulaba lo más bajo posible para estar lo máximo de cómoda; desde fuera del mostrador sólo se veía el cabezón.
Asun mantuvo la mano en el moflete, y le contestó al señor:
- No, noooo, qué va, lo que pasa es que tengo un dolor de muelas… Pero un dolor… Llevo así desde ayer!
- Coño, pues parecía que se estaba pegando una siesta.
Yo me partía por dentro.
Asun se pasó toda la tarde con la mano en la cara, disimulando conmigo y con los demás compañeros de trabajo que se acercaban por allí. Claro, yo se lo contaba a todo el mundo: ven, escucha la última de la Asun.
De vez en cuando, para que el rollo pareciera más real, se quejaba:
- Ay, pero qué dolor, qué dolor, mare meva.

dimecres, 25 de juny del 2008

DE TÓRTOLAS Y SUEÑOS


Me levanto muy pronto para ir a trabajar. La alarma del móvil (el mayor legado de la telefonía actual, te ahorras darle cuerda al despertador y oír el molesto tic-tac tic-tac) está puesta a las 6,45h (en realidad a las 6,35h, llevo la hora diez minutos avanzada), y, maravillas de la ciencia, suena cada día, llueva, nieve, granice o haga sol.
Esto del reloj biológico debe ser cierto, ya que suelo abrir algún ojo antes de que me avise el teléfono. Cuestión de costumbres. La puta rutina.
Y, si algún día me despisto, siempre tengo a las tórtolas.
En cuanto empieza a asomar el sol por el horizonte, o incluso antes, ya están en movimiento, y suena sin cesar su característico sonido: uuh-huuuiii, uuh-huuuiii!, un grito constante y mecánico, monótono incluso.
Y al final, pesado.
Y, por si no hubiera suficiente, de vez en cuando sobrevuela una gaviota encima de casa y también suelta su alarido matutino.
Así que lo tengo complicado, quedarme dormido.
Dicen los interpretadores de sueños lo siguiente sobre las tórtolas:
"Representa la fidelidad y el afecto, que serán perfectos si las tórtolas soñadas se hallan en libertad, y se tratará de un amor contrariado y desgraciado si se hallan enjauladas."
Bueno, los sueños, sueños son, y yo las escucho, no las sueño. En todo caso se incrustan en mis sueños, de buena mañana.
Y que duren, los sueños, y el sueño que tengo cada mañana.

dimecres, 18 de juny del 2008

JUSTINA (versión libre, reducida y mala de "Justine", del Marqués de Sade)


La vida de Justina no fue un camino de rosas, precisamente… Sus padres, campesinos de pocos recursos, apenas alcanzaban para llevar un plato de sopa a la mesa, a pesar de que trabajaban de sol a sol y acababan deslomados día sí, día también. Además, lo poco que ganaban iba a parar a los graneros del marqués, su amo el marqués.
A pesar de ello, sus padres le procuraron una buena educación en los valores cristianos, protegiéndola de todo lo malo que corría por el mundo, que era mucho, por esa época. Aunque no pudo acudir jamás a la escuela, Justina, así, creció pura e inocente.
Toda ella era virtud.
Ayudaba en las faenas de la casa y del campo alegremente, sin una sola queja ni pesar. Rezaba muy a menudo, y todos los días daba gracias a Dios por tener una vida tan llena y por haberle permitido gozar de este mundo tan maravilloso.
Cuando llegó a la adolescencia, Justina se transformó en una hermosísima muchacha, poseída por un halo de pureza indescifrable.
Ella no se apercibió de su propia transformación, aparte de los estrictamente físicos: seguía siendo esa niña vital, candorosa e inocente, feliz con cualquier cosa.
Pero sus padres no. Observando el cambio físico de su hija y conocedores de los vicios e imperfecciones del hombre, temieron por ella, puesto que con un cuerpo semejante despertaría todos los malos instintos a cualquiera que se fijara un poco en ella. Así que la sobreprotegían aún más, procurando que pasara desapercibida.
Afortunadamente, la casa donde habitaban estaba lejos de los núcleos urbanos: de esta manera era más sencillo tenerla controlada, libre de peligros y tentaciones.
Pero ocurrió la tragedia. Una tarde, los padres de Justine se habían adentrado en el bosque en busca de leña, dejando a la hermosa Justine en casa. Mientras estaban en plena faena recolectora, por el camino aparecieron a caballo un grupo de soldados alabarderos, los cuales, al ver a la madre de Justina agachada, con el culo en pompa, no dudaron un momento en apearse del caballo para beneficiársela. Su marido intentó defenderla, pero uno de los soldados, de un hachazo certero, le cortó la cabeza de cuajo.
Agarraron a la pobre mujer, la desnudaron violentamente y la violaron uno tras otro. Cuando acabaron, el mismo alabardero que cortó la cabeza al marido, hundió su espada en el cuello de la madre de Justina.
Y se alejaron de allí, entre sonoras risotadas.
Justina esperó en vano que sus padres regresaran. Los buscó desesperadamente por la espesura, en vano.
Al cabo de una semana de esperar, pensó que sus padres ya no volverían y se alejó de su hogar. Devota que era del Señor, pensó en acudir a un convento y dedicar su vida a la oración y esas cosas tan devotas y tan… Bueno, dejemos eso, que mis opiniones no vienen al caso.
No sabía dónde dirigirse, así que cogió el primer camino que le pareció. Un par de horas más tarde, se encontró con un hombre bien vestido, a caballo. Se quedó mirándolo, curiosa, pues no estaba habituada a ver gente. El caballero se paró también, sorprendido por aquella mirada. Sin mediar palabra, se apeó del caballo, agarró a Justina y allí mismo la violó. Cuando acabó, se ajustó sus vestidos, montó y se alejó sin más.
Justina, aturdida, pensó que lo que le acababa de pasar era una prueba que Dios le había puesto en el camino.
Siguió andando. Al poco divisó un grupo de campesinos arando un campo. Al verla, se abalanzaron sobre ella y la violaron de nuevo, uno detrás de otro.
Luego siguieron con sus quehaceres.
Justina, derrengada, se sentía extraña, pero siguió pensando que los caminos que llevan a Dios son inescrutables, y que aquello era otra prueba más.
Al cabo de dos días, divisó a lo lejos lo que le pareció un monasterio, o un convento.
Alborozada, se dirigió, andando a duras penas, pues la violó todo el que se la encontró, a la entrada del edificio.
Tenía grandes muros, y una puerta inmensa con un picaporte tan pesado que casi no podía con él. Llamó. La espera le pareció a Justina una eternidad, pero finalmente el portalón se abrió, chirriando escandalosamente.
Un monje orondo, de ojos diminutos y penetrantes, le hizo pasar, después de que ella le rogara que la acogiese, explicándole someramente sus penas y desgracias. El monje la acompañó amablemente al interior. Después de interminables pasadizos, la invitó a entrar en una habitación que estaba casi a oscuras. Al franquear Justina la puerta, ésta se cerró de golpe y se oyó una llave girar dentro la cerradura.
No me extenderé mucho con los detalles: después de pasarle por una ventanilla un cuenco con agua para lavarse un poco y otro con un poco de comida, entraron varios monjes y la volvieron a violar, como siempre, uno detrás de otro.
La convirtieron en su esclava sexual.
Así estuvo durante un tiempo, siendo objeto de los vicios y depravaciones de los llamados servidores de Dios.
Justina aceptó sumisa el papel que, según ella, el Señor le había reservado en la vida, pero empezaba a sentir que algo fallaba en todo aquello.
Al cabo de unos meses, la vigilancia de los monjes sobre ella menguó, pues casi ya era de la casa. Un buen día, al carcelero se le olvidó cerrar la puerta de su celda. Casi inconscientemente, Justina abrió la puerta y se alejó corriendo por los oscuros pasadizos del convento. Intentando que no la vieran y escondiéndose a cada ruido que oía, se vio finalmente ante una puerta.
La abrió y un fuerte resplandor le quemó los ojos. Cuando se acostumbraron a la luz, se dio cuenta de que estaba en el exterior del convento. Sin mirar atrás se alejó corriendo, adentrándose en el bosque y dejando a sus espaldas a aquellos monjes, indignos de vestir sus hábitos.




Corrió y caminó durante días y noches, sin apenas descansar ni comer, y escondiéndose de todo ser humano que pasara cerca de ella, visto el resultado que tenía su presencia ante los demás.
Una noche, después de muchos días huyendo de todo, no podía más, estaba totalmente derrengada. El cuerpo le pedía tumbarse a dormir, y no levantarse más. Llegó hasta un jardín muy florido, lleno de plantas de muy diversa índole: geranios, cactus, rosales, ficus, tomateras, moreras, y un sauce llorón.
Le pareció un sitio tranquilo y apacible, silencioso y seguro, y se acurrucó en el primer lugar que encontró.
Y allí sigue aún, descansando en el jardín de la casa de mi madre.



dimarts, 17 de juny del 2008

CALCETINES




Estos son mis calcetines preferidos… ¿Y por qué?, se preguntará alguien, si es que alguien me lee. Realmente, hay que reconocer que no tienen nada de especial. Ya están un tanto gastados, aunque mis afiladas uñas (cuando no me las corto) aún no han conseguido agujerearlos. Son unos supervivientes, estos calcetines.
Tampoco tienen un color que destaque mucho… De hecho, no destaca nada, no se sabe exactamente qué color es. Son negros sin serlo, son grises pero tampoco, son azules pero nadie lo diría, a no ser que aparezca el típico listillo que domina los pantones y te dice que ese color es el Pantone 2985.
Tampoco sé de qué material están hechos, si son de nylon, de poliéster, de algodón o de esparto… Deben tener un poco de todo, como un potaje de garbanzos.
Pero me gustan, estoy cómodo con ellos: me los pongo con cualquier cosa (excepto con sandalias, que no tengo), no me sudan los pieses, y si ando sin zapatos por el parquet cojo carrerilla para resbalar, y a veces bato el récord de Catalunya de resbalar en parquet. Los niños de hoy tienen zapatillas con rueda incorporada en la suela, pero si probaran mis calcetines, la empresa que vende este calzado no hubiera hecho un duro.
De todas maneras… Prefiero ir descalzo.
Te los regalo.

dilluns, 16 de juny del 2008

MANOLO



A mi novio Manolo le gusta salir de fiesta, ir de conciertos y fumar porros, entre otras muchas cosas buenas que tiene.
Hace unos días, volvía a casa andando. Venía de ver tocar a un grupo en una sala, no muy lejos de donde vive. En la calle, coge su paquete de Marlboro y se da cuenta de que sólo le queda uno. “Vaya”, piensa. “Pues me hago un porro con el último cigarro. Quién sabe qué me deparará el destino, igual me parto la crisma por el camino. Si es así, que la parca me pille fumao”.
Dicho y hecho… Con su temple, poderío y saber estar, se ruló el peta andando, sin detenerse. Lo encendió y empezó a impregnar la calle de olor a marihuana.
Al poco, se le cruza un chaval de unos veintipocos años, con aspecto de niño bien. Se dirige al Manolo y le dice:
- Perdona, me das un cigarro?

El chaval, haciendo el gesto característico de pedir...
Manolo, que es todo un señor, aunque no lo parezca, le responde alegremente:
- Pues lo siento mucho, pero he usado el último que me quedaba para liarme un porro. Si quieres fumar, toma…
El otro se queda parado un momento, se lo piensa y dice:
- No, no gracias.
- Bueno, pues adéu.
Cuando se habían separado ya unos metros, el chaval se vuelve y le grita:
- Perdona!...
- Dime, majo…
- Me puedes dar dinero para comprar tabaco?
El Manolo se queda un poco perplejo y le dice:
- Hombre, ahora para comprar lo tienes un poco difícil, por aquí estará todo cerrado.
Era la una y pico de la noche, y realmente el barrio estaba muerto.
Y el otro le responde:
- No, ya lo sé, pero ya lo compraré mañana, delante de mi casa.
- Vaya! Pues entonces, pide el dinero mañana, si te parece. ¿No crees?
Al tío le sorprendió la contestación. Puso mala cara, y se giró, alejándose, mientras le decía:
- Hala, adéu! Que te den!!

Este es el patrón del Manolo, claro. Es tope de creyente.
El Manolo se encogió de hombros, aspiró el humo de su amado porro y dijo:
- Bueno, pues que me den.
Y continuó su camino a casa, donde le esperaba, ansiosa, su novia María.

dilluns, 9 de juny del 2008