divendres, 23 de gener del 2009

VICENTE


Estamos predestinados, mis compañeros y yo… Inmediatamente después de nacer, nos encierran en una celda diminuta y meten a veinte: ni uno más, ni uno menos. Me han comentado que actualmente existen también celdas dónde sólo colocan a quince de nosotros, pero el espacio también es menor, así que viene a ser lo mismo.
Una vez dentro, pegados los unos a los otros, nos mantienen así durante un tiempo indefinido, sin alimentarnos, ni darnos de beber ni nada de nada. Ni tan solo abren de vez en cuando para ver qué tal estamos.
Ni eso.
Sin embargo, ninguno de nosotros queremos que se abra la puerta. sabiendo que nos van a matar a todos. No quedará ni uno.
El procedimiento habitual que usan es la incineración. Incineración en vivo. Nos van sacando de uno en uno, a veces de dos en dos. En el mejor de los casos, antes de quemarte, te descuartizan un poco y te embadurnan con hierbas relajantes y eso provoca que, al menos, la muerte sea más llevadera.
Siento que pronto lo comprobaré. Soy el unico que queda en la celda.
Ya está. La puerta se abre: creo que me ha llegado la hora.
Aquí se acaba la vida de un Winston.

* Una vez oí o leí que Winston es Vicente en inglés. No sé si es cierto, pero me hace gracia que así sea.

ESCATOILÓGICO

De repente cayó al pozo, oscuro como una noche sin alma, arrastrado por una tromba de agua pestilente que le caló hasta las entrañas. Sentía cómo la fuerza de la corriente le iba desplazando hacia abajo, cada vez a mayor velocidad. Le faltaba la respiración, notaba cómo iba ahogándose por momentos, sin poder hacer nada por evitarlo…
La situación era cada vez más crítica…
Súbitamente dejó de caer en picado y fue a parar en plancha a un río ocanal; el agua le iba cubriendo cada vez más su maltrecho cuerpo. La corriente descendía velozmente, tropezando con todo tipo de objetos: piedras, papeles, cartones, colegas en su misma situación, madera, algas, plásticos… Y ratas, sobretodo ratas, que parecían sentirse a sus anchas en aquel río tan asqueroso.
Iba hundiéndose cada vez más, las fuerzas empezaron a fallarle; notaba cómo se le iba la vida, y que ya no podía luchar más por conservarla. Dio un repaso fugaz a su también fugaz existencia y gritó, antes de morir:
- Realmente, esta vida es una mierda!
Y exhaló el último suspiro.

Así acabó la existencia de un furullo cualquiera.





Bella tapa de cloaca.