diumenge, 14 de març del 2010

UN GATO EN EL BOLSO





- Tengo malas noticias-, dijo Claire al ponerse al teléfono.
Kurt ya estaba acostumbrado a que sus conversaciones con su novia empezaran de esta manera. Siempre malas o buenas noticias, aunque habitualmente eran pequeños detalles sin demasiada importancia, que daban vidilla a la rutina cotidiana.
Pero aquella mañana Kurt sabía que había algo más.
- La Chinchette, ¿verdad?
- Si. Está en las últimas.
- Vaya, lo siento muchísimo. ¿Y tú cómo estás?
- Bien, bien. Bueno, es ley de vida, qué le vamos a hacer. Luego, cuando cierre a mediodía, iré a ver cómo está. Ya he quedado de acuerdo con el veterinario: a las nueve de la noche irá a administrarle la definitiva, según cómo la vea. Ya te contaré.
- Vale. Dime cosas. Te quiero mucho.
- Si, ya, y yo. Hasta luego.

Por la tarde, Claire llamó a Kurt:
- Ya está. La Chinchette ha muerto.
- No sé qué decir... Ha ido todo muy rápido...
- Pues si. El otro día le detectaron el maldito cáncer y ya ves, cuatro días que ha durado la pobre. En fin...
Kurt pensó que a continuación pronunciaría la consabida frase: “no somos nadie”, pero no, afortunadamente. Claire dijo esto otro:
- Hay que reconocer que la vida tiene su vis cómica.
- ¿A qué te refieres?
- He colocado el cuerpo en una bolsa de plástico, pero como me daba cosa llevarla así por la calle, la he metido dentro del bolso. Y no veas cómo pesaba...
- ¿En el bolso? ¡Jajaja!
- Si, si. Y cuando he llegado al trabajo, mi jefe, sin dejar que me quitara el abrigo ni nada, me ha pedido que atienda a un cliente indeciso.

- Vale, pues toma, guárdame el bolso ahí detrás.
- Joder, si que pesa esto... ¿Pero qué llevas aquí dentro?
- Luego te lo cuento, Peter, luego... Hola, qué tal! Qué es lo que está usted buscando exactamente?- digo, girándome hacia el cliente.
- Hola, pues... Busco algún libro de novela negra, donde hayan muchas muertes, si pudiera ser.
(Si quieres te enseño el bolso y te inspiras, pienso).
- ¿Ah, ya... ¿Algún autor en concreto? ¿Qué acostumbra usted a leer?¿Dashiell Hammet?¿James Ellroy?¿Simenon?
- No sé, no leo mucho, más bien veo películas, veo muchas películas. Me encanta Tarantino, es el mejor. Mi preferida es “Pulp Fiction”. Y bueno, querría leerme alguna novela de este estilo.
- Muy bien. Creo que tengo lo que busca- saco un libro de una estantería de la derecha-: “El poder de las tinieblas”, de John Connolly. Es el segundo de la serie del detective Charlie Parker; es bestial, se acojonará vivo. Aquí el malo es el más malo que uno se pueda encontrar: es el diablo en persona.

(http://www.youtube.com/watch?v=9bLzez2DLxY)

El cliente agarra el libro , le da la vuelta, lo acaricia...
- Le va a encantar, se lo aseguro.
- Vale, me lo quedo.

- Esto ha sido como besar el muerto, digo, el santo- dijo Kurt, jocoso.
Claire rió con ganas.
- Si, y que lo digas, Bueno, a las penas puñaladas, que se suele decir. Voy a dónde ha metido Peter a la pobre Chinchette. Cuando vaya para casa te llamo.
- Vale. Te quiero.
- Ya, y yo, qué te pensabas. Hasta luego.



Hacía poco que Claire y Kurt vivían juntos, y los tres gatos de ella aún vivían en su antigua casa. Bueno, realmente, sólo quedaban dos: Théo, un precioso gato de color zanahoria, había muerto hacía pocos meses, y lo habían enterrado en plena montaña, en los Alpes, en una finca perdida propiedad de la família de Kurt(*).
Sólo quedaban Otto y Chinchette. Bueno, Chinchette ya no.
Kurt abrió el congelador, sacó todo lo que había dentro y lo dejó como los chorros del oro. Colocó los alimentos en la estantería de arriba y la otra la dejó vacía, con espacio suficiente.


Por la noche, Claire llegó a casa sudorosa.
- Anda que no pesa esto! Menos mal que he pillado a tiempo el autobús...- masculló sonriente, mientras dejaba el bolso encima de la mesa del comedor.
- Mira...- dijo Kurt, abriendo la puerta del congelador.
- ¡Haaaala, qué bien! Eres un monstruo.
Claire sacó del bolso una caja de zapatos.
- No veas, Kurt, la historia para meter a la Chinchette aquí dentro. Se lo he contado a Peter, no he tenido más remedio, y después de la sorpresa me ha ayudado a cambiarla de de lugar, que con el rigor mortis no había manera.


- Creeck!

- Vaya, Claire, lo siento. Creo que le he partido una pata, intentando meterla dentro de la caja...
- No te preocupes, ya no viene de aquí. ¿Así cabe, no? Pues ya está bien.


- No, si lo que a ti no te pase...- rió Kurt.
Colocó la caja en el congelador. Claire dijo:
- Perfecto. De a quí a dos semanas la enterraremos al lado de Théo. Estarán bien.
- Pues claro.

Al la mañana siguiente, Kurt dormía profundamente, tenía fiesta. Claire, antes de salir de casa, le susurró al oído:
- Para comer tienes salchichas en el congelador. Te quiero mucho- dijo, dándole unos cuantos besos en las mejillas.
- Mmmm... Vale, gracias. Ya, y yo, qué te pensabas...- y Kurt, sonriente y feliz, se giró hacia el lado contrario.

Aquel día, Kurt comió, de menú, en el Deux Mille, una estupenda brasserie cercana a su casa.