- ¿Salimos al jardín?
- Si, claro…
Pierre y Didier se sentaron en las escaleras del porche, observando de lejos la animada conversación que, en el salón, mantenían sus respectivas esposas
- Cómo se divierten, ¿no es cierto?
- Pues sí, se están riendo mucho. Hacía tiempo que no estaban juntas; tendrán muchas cosas que contarse. Deberíamos repetir estas veladas más a menudo.
- Tienes razón, Pierre. Oye, ¿de dónde has sacado este calvados? ¡Está impresionante!
- ¿Verdad que sí? Se lo regala a mi tía un vecino suyo, que es bretón. Se ve que él mismo lo destila…
- Pues está delicioso.
- Sí…
(…)
- Pierre…
- Dime, majo…
- ¿Cuánto hace que nos conocemos?
- Hace mucho, Didier, hace mucho. Desde que fichaste por el Toulouse, en juveniles. Yo ya estaba en el equipo. Más de veinte años…
- Cómo pasa el tiempo…
- No somos nadie…
- La vida son cuatro días, te das cuenta y ¡zas!, al hoyo…
- Si, hay que aprovechar, que todo lo bueno se acaba…
Pierre y Didier se echaron a reír al darse cuenta de que sólo decían topicazos. Mientras se secaban las lágrimas, se miraron a los ojos, y desaparecieron de golpe las risas. El sentido de las miradas y las expresiones en las caras de los dos amigos cambiaron por completo. Ahora significaban algo muy distinto.
- Didier…
- Pierre…
- Qué tiempos aquellos, ¿verdad?
- Si… La verdad es que echo de menos algunas cosas…
- Yo también, Didier, yo también. No sabes cuántas veces he soñado con aquellos momentos. En los vestuarios, en el bosque, en el mar…
- Ay, Pierre…
Y sin darse tiempo a pensar, el deseo y la lujuria se apoderó de sus mentes y se fundieron en un beso frenético y esplendoroso. Las copas cayeron al suelo, dispersándose en mil pedazos por el jardín.
El ruido de los cristales provocó que Annette y Charlotte, las esposas de los dos hombres, salieran al jardín.
- ¿Qué habrá sido eso?
- Vamos a ver qué les ha pasado…
Las dos mujeres, copa en ristre, se asomaron al porche. Lo que vieron las dejó sin poder articular palabra: los dos fornidos amigos, antiguos jugadores de rugby, continuaban con su profundo (y lascivo) beso, sin importarles lo más mínimo lo que hubiera a su alrededor.
Annette y Charlotte, con los ojos como bolas de billar, acabaron sus vasos de un solo trago.
- Caramba con estos dos…¡Vaya, vaya! ¡No me lo puedo creer!- dijo Annette.
Charlotte rió discretamente:
- Jajaja! ¡Vaya escenita, madre mía! Qué callado se lo tenían… ¿Y ahora qué hacemos?
Annette la agarró por el brazo.
- Nada, no hagamos nada. Dejémosles que disfruten. Entremos, como si no hubiéramos visto nada.
Al cabo de un rato, Pierre y Didier volvieron al salón, despeinados, atusándose la vestimenta, rojos de excitación y sin sus copas.
Annette, con media sonrisa, preguntó:
- ¿Qué habéis estado haciendo? Por vuestras pintas, parece que hayáis recordado viejos tiempos jugando un partidito de rugby en el jardín.
Pierre, mientras se servía, de espaldas a ellas, un vodka en el mueble bar, respondió:
- Si, si. Hemos recordado viejos tiempos… ¡Didier! –gritó-: ¿Una copa?
Didier estaba en el lavabo.
- ¡Triple, por favor!
Al cabo de un par de horas, Pierre y Annette, ya de vuelta a casa, iban camino de casa en su flamante coche.
Amanecía.
- ¿Qué, cómo ha ido?- inquirió ella.
Pierre, sin dejar de mirar la carretera, respondió con aire ausente:
- Bien, no ha estado nada mal. ¿Y a ti?
- Bueno, todo llegará. Habéis tardado muy poco, necesitaba más tiempo.
- Ya, bueno, ya sabes…
- Si, ya sé…
Continuaron unos minutos sin hablar, hasta que Pierre miró sonriente a su esposa:
- La verdad es que, de vez en cuando, recordar viejos tiempos tiene su gracia.
Y añadió:
- Aunque le picara la barba.
