dimecres, 31 de desembre del 2008

LA ÚLTIMA ESPERA



Llego con antelación a la estación, cosa rara. Compro el billete en el bar (así matan dos pájaros de un tiro, barman, taquillero y un solo sueldo), le pregunto al maromo sobre un abono mensual. De paso le pido una cerveza, ya puestos. Para hacer tiempo, abro el macuto para seguir leyendo una biografía de Gary Cooper, pero me lo he olvidado encima de la cama de casa. No pasa nada, seguro que tengo otra cosa para leer. Encuentro el historial militar de mi bisabuelo, que mi madre sacó del archivo militar de Salamanca un día que se pasó por allí. Lo dejo para después, lo leeré dentro del tren. Me acabo la cerveza y salgo al andén, que en el bar ponen vídeos de los 40 principales y dan un poco de asco. Vuelvo a abrir el macuto y saco un libro de poemas de Joan Margarit.
El tren ya debería haber hecho su aparición.
Leo un poco, pero con mi dispersión habitual no acabo de concentrarme en la lectura, y dejo el libro entreabierto en el banco donde estoy sentado.
Pienso en sobre qué escribir en el próximo post.
El tren sigue sin dar señales de vida.
Miro a ver si tengo una libretita para escribir una idea que me ronda por la cabeza, pero me la he olvidado en casa.
Levanto la cabeza, ninguna luz que se acerca es la del tren.
Me fijo en la gente, pero no hay nadie que destaque por alguna razón. Me estoy meando, pero me acuerdo del otro día, que entré en un lavabo de no sé qué estación y el que estaba en el urinario de al lado se estaba haciendo una paja, así que me aguanto un rato.
Y el tren que no llega.
Y ya me estoy hartando.
Es entonces que recuerdo la solución mágica: enciendo un cigarro.
“Ya verás como ahora viene y lo tengo que apagar. Nunca falla”.
Flash. Efectivamente, a la tercera calada aparece, a lo lejos, el tren que se acerca.
“Joder! ¿No podía haberse esperado un par de minutos más y dejarme fumar tranquilamente?”, me quejo para mis adentros mientras recojo, me levanto del banco y apago el cigarro.
Si es que uno no está nunca contento, caramba.

Pd: Lo del cigarro y el tren que llega es mentira. Con la Renfe, falla hasta la ley de Murphy. BON ANY A TOTHOM!

dimarts, 30 de desembre del 2008

TINIEBLAS




Son días oscuros
Tristes
Las nubes permanecen
En reposo
En remojo
La gata en medio
Y no veo nada

Salgo al balcón
Todo son tinieblas
La lluvia y el frío
Entran en mí
La gata sigue estando en medio
Y aún veo menos

Sin embargo,
-Aún puedo pagar-
percibo una luz
A lo lejos


Aunque llegue el invierno
Hacia allí voy

Gordon McLight, poeta escocés (1897-1936).

dimecres, 24 de desembre del 2008

ZAPATOS



Trad:
¡Qué buena compra que he hecho! Es que hay unos cuantos, como el Bush...

Y para quien quiera practicar el tiro de zapato, María (la novia de mi novio) me ha enviado esta chorrada: http://www.zappingmcsaatchi.com/xmas/emailing/ .

Bon Nadal a tothom.

dimarts, 23 de desembre del 2008

LOS CALCETINES DE ARIADNA



Ariadna era una niña muy introvertida, desde que tuvo uso de razón. Apenas hablaba, no tenía amigos y en los juegos de la escuela se quedaba en un rincón, debajo del limonero que había al lado de la fuente. Se quedaba mirando cómo caía el agua e iba formando círculos antes de ir desapareciendo por el desagüe. Los niños la dejaban en paz, entre otras cosas porque no comprendían su peculiar carácter. En clase no abría la boca: a duras penas respondía cuando la maestra, intentando espabilarla, le formulaba preguntas. Sin embargo, eso no era obstáculo para que Ariadna sacara buenas notas. De hecho, era la mejor de la clase con diferencia.
Sus padres estaban muy preocupados con su actitud. No se quejaba nunca, no daba signos de alegría, pero tampoco de tristeza. En el jardín de su casa había otro limonero, y allí se sentaba Ariadna, esta vez mirando absorta Le hicieron un hermanito para ver si así espabilaba. Pues no. Le compraron animales, perro, gato, hasta un loro. Tampoco. La llevaron a numerosos especialistas, pero ninguno atinó a saber exactamente qué tenía la niña.
Así iba pasando el tiempo, y Ariadna continuaba refugiada en el limonero y en sí misma.
Una tarde estaba como siempre, acurrucada bajo el árbol, sumida en sus pensamientos. El fuerte viento que hacía le envió dos calcetines a sus pies. Eran largos, de los que llegan hasta las rodillas, con miles de rayas horizontales de todos los colores. Ariadna, sin saber porqué, sonrió. Se quitó los zapatos, los calcetines grises que llevaba puestos y se los cambió por los nuevos que habían aparecido ante ella como por arte de magia.
En su cara se dibujó una inmensa sonrisa. De repente, le entró tal sopor que allí mismo, bajo el limonero, se durmió profundamente.
Y soñó que volaba, que le crecían unas alas enormes, y veía desde lo alto cómo se alejaba de su pueblo, de su casa, de la escuela, y pasaba planeando rozando el campanario de la iglesia mientras las campanas repicaban con fuerza, como si saludaran a la nueva Ariadna voladora. Y se iba alejando inexorablemente, y cruzó mares y océanos, rojos desiertos, frondosas junglas, y los pájaros se unían a ella en su viaje sin fin, y sobrevoló palacios, ciudades exóticas, y se hizo amiga de las nubes, y su sonrisa cada vez era mayor.
Cuando despertó, se sintió muy feliz. Se levantó y soltó una carcajada que resonó en toda la calle.
El problema que Ariadna tenía, simplemente, era que no había soñado nunca.
A partir de entonces, jamás volvió a dormir sin sus nuevos calcetines.

dilluns, 22 de desembre del 2008

VIVA STALIN




Me gusta ir en tren. Tiene muchas ventajas, para mi gusto:
1. Puedes mirar las formas de las nubes.
Puedes leer.
2. Puedes dormirte sin miedo a tener un accidente (aunque te puedes pasar de estación, como me ocurrió el domingo por la mañana después de una noche tonta).
3. No estás pendiente de si te van a parar los Mossos, omnipresentes en la carretera.
4. Puedes observar a la gente.
Esto último tiene su punto divertido en muchas ocasiones.
Estaba yo casi llegando a mi destino, quedaban dos o tres paradas. A mi lado se encontraba una familia de magrebís: el marido, la madre con su pañuelo en la cabeza, la hija de unos ocho años y la suegra (no sé si de él o de ella) y un par de maletas voluminosas que medio obstruían el pasillo. Me preguntaba si hablarían en darija o en tamasigh*.
Ya me estaba quedando medio frito cuando en una parada subió un anciano. Era diminuto, caminaba con un bastón a duras penas y llevaba una americana del mismo azul que los porteros de las fábricas, un azul tirando a chillón. También se había puesto una gorra americana, de béisbol, del mismo color que la chaqueta. Pasó ante mí, dándome la espalda, y se sentó unos asientos más allá.
Olé sus cojones, pensé, tan mayor y yendo en tren solo.
Al cabo de muy poco tiempo se levantó y se dirigió a la puerta, para bajarse en la siguiente parada. Entonces vi la inscripción que llevaba escrita en la gorra.
En letras grandes ponía:
VIVA STALIN.
¡Coño! ¿Viva Stalin? Me quedé muy sorprendido, la verdad. Pensé que este hombre sería un nostálgico de los tiempos en que el comunismo soviético tenía buena prensa, hasta que se conocieron las barbaridades que ordenó cometer el tío Josif. Me extrañó que llevara este tipo de gorra, ya que no creo que se llevaran en sus tiempos de juventud. Quizás se la trajeran de Cuba… Y por cierto, ¿por qué era azul, y no roja?
Pero el tío allí, en medio del tren, todo ufano con su gorra, su bastón y su americana, mientras movía la boca, como si murmurara, como hacen las personas mayores a las que se les mueve la dentadura postiza. Intenté hacerle una foto con el teléfono, pero como es nuevo y aún no lo pillo bien, no me dio tiempo, pasó ante mí y ya no pude hacerla.
Paró el tren, se bajó a duras penas y se alejó despacito por el andén.

Pues no sé… No sé qué tendrá Stalin, pero dudo mucho que a alguien se le ocurra ir por el mundo con una gorra donde ponga “Viva Hitler”.
Por compararlo con alguien coetáneo con el dictador rojo, digno de él.

* En Marruecos la lengua más hablada es el darija, que es una variante coloquial del árabe clásico. Éste sólo se usa escrito, y en los medios oficiales, como la televisión. El tamasigh (del pueblo amazigh) es el idioma que hablan los bereberes, la gente del Rif y del Atlas. El gobierno marroquí realiza hacia ellos un ejercicio de opresión sistemático, ya que poseen una cultura muy diferente de la oficial, son muy independientes, y ya se sabe que el primer paso es eliminar las señas de identidad de un pueblo (¿a qué me suena esto?), como la lengua. Todo empezó cuando a Hassan II lo recibieron a pedradas cuando hizo una visita al Rif, según me contaron... Pero esa es otra historia.

divendres, 19 de desembre del 2008

BON DANAL (Feliz Nadivad)


Trad:

- VAMOS O QUÉ?

- No. Este año no me va bien. Da recuerdos a todos.

- La crisis, tío. Además, para un año que no pillen no creo que se mueran...

- Ve tú, que lo tienes todo pagado, y no tienes vicios ni nada.


dijous, 18 de desembre del 2008

FRASES




Me topé con Armando en la estación de tren. Es cubano, aunque parece más bien dominicano, y músico, toca el trombón. Siempre va elegantísimo, para su gusto: para el mío, no. Abrigo negro, tejanos negros, zapatos de punta de pico de pato de charol brillantes, también negros, camisa negra, y supongo que, ya puestos, también gayumbos negros. Me resulta raro que un caribeño vaya vestido tan oscuro.
Mientras esperábamos la llegada de nuestros respectivos trenes, charlamos un poco de todo, menos del tiempo. Por una vez, el puto tiempo se quedó en casa.
Me contó que iba a tocar en un garito del Raval, en Barcelona, una sala de baile donde tocan música caribeña. Toca todos los jueves. Me extrañó que, para la hora que era (casi las ocho de la tarde, según el reloj de la estación), era muy pronto para hacer un concierto… Así se lo comenté. Armando me respondió que era una sala que cerraba a las diez de la noche, debido a los vecinos, y a las nuevas ordenanzas municipales, que se dedican a prohibir todo lo que no sea políticamente correcto (odio esta frase). Cada vez hay menos salas de baile y para hacer conciertos.
- Al final las pondrán en un centro comercial, ya verás,-le dije.
Entonces, solemnemente, dejó ir la frase :
- La gente no se divierte.
Cuánta razón tiene, este Armando…

dimecres, 17 de desembre del 2008

FALTA DE RIEGO


Por el Catipén, el programa de radio en el que estoy metido desde hace demasiado tiempo (mi novio me tiene prohibido que lo deje), ha pasado bastante gente. El Rafa, el Alfons, el Jordi…Unos duraron más, otros menos, otros aún continuamos dando la vara todos los lunes.
Si es que alguien nos escucha, claro.
Uno de los personajes que circuló por el programa era el Dolby. Le pusieron este mote porque, según oí una vez, fue de los primeros en su pueblo en tener un equipo de música estereofónico. Otra versión es porque tocaba la guitarra eléctrica, y muy bien, por cierto. Aunque, como era tan disperso, era incapaz de acabar una canción entera. Empezaba la melodía y a los dos minutos se ponía a hacer un solo y desvariaba y desvariaba, hasta que se hartaba.
El Dolby imitaba muy bien a mucha gente, sobretodo al Cruyff. El número de teléfono de su casa, anteriormente, era de una empresa que trabajaba para toda la península. Había muchos clientes que no se sabían el nuevo número, así que llamaban a su casa cada dos por tres. Harto, se compró un contestador, y cada semana cambiaba el mensaje, imitando al ex entrenador del Barça. Lo hacía tan bien que la voz empezó a correr, y llamaba gente de todo el Estado, únicamente para escuchar las burradas que decía.
Un día le comenté si quería participar en nuestro programa, y aceptó. Al principio aprovechábamos su presencia como Cruyff para hacer una mini-tertulia futbolística, pero no acababa de quedar bien la cosa; además pensábamos que él estaba un poco desaprovechado, que podía dar más de sí. Así que le dije que se preparara su propio espacio en el programa, como hacíamos los demás: el Manolo, mi novio (y María, la novia de mi novio) escribía el editorial y entrevistaba a quien le parecía; entre Jordi y yo hacíamos un espacio de westerns antiguos. Aparte, yo también escribía cuentos chorras y surrealistas. Y no sé qué más, ahora no recuerdo.
Pero el Dolby era incapaz de pensar ni prepararse nada, entre otras cosas porque lo suyo no era la escritura, precisamente.
Así que le dije:
- Ya se me ocurrirá algo, para ti.
Y se me ocurrió: pensé en hacerle una especie de test, parecido a estos que hacen los psicoanalistas y psiquiatras (y psicólogos), cuando te muestran dibujos y tienes que comentar qué te sugieren. Lo mismo, pero con palabras.
Escribí la presentación del espacio como si fuera un parte médico, imitando a un psiquiatra argentino, claro (se me da fatal imitar, pero después de mucho ensayar, aún me quedó bien):
“El Hospital de la Santa Compaña comunica que el pasiente en cuestión no sufre de problemas mentales, ni depresiones pasajeras, ni tampoco triquinosis múltiple. El pasiente en cuestión, simplemente, adolese de FALTA DE RIEGO. Así, sin más”.
Algo así, era.
Entonces poníamos música de concentración, solemne, apagábamos la luz del estudio y yo le decía, por ejemplo: TRUCULENTO. Siempre procuraba plantear palabras no habituales, ya que el Estéreo no destacaba precisamente por su amor a los libros, ni por su gran vocabulario. Y soltaba lo primero que le brotaba de su neurona (eso ya se lo decía él mismo), siempre una chorrada de lo más surrealista y monumental. Siempre. Así hasta diez o doce palabras.
Nos tirábamos por el suelo, de la risa. A veces yo no podía ni formularle la pregunta., de tanta lágrima caída.
Cuando se me ocurrió el título, se lo comenté:
- Oye, que tu espacio se va a titular "Falta de riego". ¿Te parece bien?
- ¡Ah, si, si, está de puta madre!

Al cabo de dos semanas, lo vi en el bar de costumbre y me gritó, medio en serio, medio en broma:
- ¡Tú eres un cabrón!


Tardó quince días en pillarlo.

dimarts, 16 de desembre del 2008

divendres, 12 de desembre del 2008

LOS PASTORCILLOS VAN PA BELÉN



En estos días que se acercan, tan blancos y luminosos, llenos de bondad, alegría y buenos deseos de la peña allá por donde va (también la policía. Llevan, en vez de porra, un ramo de hinojo, y la pistola dispara escupitajos de polvorón), y asimismo de felices reuniones familiares donde aparecen los buenos recuerdos y donde florecen las tradiciones más arraigadas que forman parte de nuestro ser y estar, qué menos que recordar historias y cuentos que hacen alegrarnos un poquito esta vida tan azarosa, intangible, incierta y carvegilística que llevamos.
Eso sí, ya que últimamente la tendencia actual (y no veo que la gente se queje mucho) es la de prohibirlo todo, ¿porqué no suprimen los villancicos de los cojones de las calles? Qué rabia dan, joder…
(Claro que igual entonces sonaría Phil Collins, y entonces serían unas nadivades donde habría una marabunta de suicidios por todas partes, el mío el primero. No sé, no sé, casi que mejor esperemos a que se ahoguen los peces en el río, y así se acaba la canción).
En fin, no empecemos a quejarnos, que es muy pronto.
Ahí va un mítico cuento tradicional nadiveño.

Érase una vez unos pastorcillos que se encontraban en la montaña, alrededor del fuego; habían cercado convenientemente el rebaño de ovejas, y estaban apretujados unos junto a otros, puesto que era noche cerrada, fría, típicamente nadiveña (y eso que en aquellos tiempos aún no existía la Nadivad…)
Habían empezado ya a entrar en calor, a comer choricillos, morcillas, foigrases, quesos de varios tipos, longanizas, fuetes y demás manjares que habían en la cesta que le tocó en una rifa a uno de ellos, además de unas ánforas de vino de Canaán cosecha -9 a.C., cuando de repente un inmenso resplandor surgió de entre una colina cercana, dirigiéndose rápidamente hacia ellos. Los pastorcillos se quedaron petrificados. Estaban jiñados, verdaderamente.
La intensa luz se detuvo encima de los árboles adyacentes a la hoguera, y se convirtió en un ángel. Con alas, claro.
Ante el pasmo pastoril, el ángel se arrancó diciendo:
- Hola qué tal comostamos, me llamo Ángel, Ángel Cristo, y estoy aquí no por nada, sino porque he venido a anunciaros que el Ninio Jesús ha nacido esta noche en el portal de Belén, y… Bueno, que tenéis que ir a adorarlo pero ya, si no el Señor va a pillar un cabreo de mil pares de cojones y ya sabéis de la mala leche que se gasta. Recordad el Álamo, digo, recordad el Diluvio y las Plagas de Egipto y tal.
Uno de los pastores, prudente él, iba a preguntarle: ¿Señor qué? ¿No tiene apellido?, pero se lo pensó dos veces.
Los pastorcillos, repuestos a duras penas de la sorpresa, le preguntaron a Ángel Cristo cómo podrían dirigirse a Belén, puesto que no estaban muy puestos en geografía. Cristo (Ángel) les indicó que sólo con seguir a la estrella fugaz que relucía en la noche ya tendrían suficiente, pero, si lo preferían, podían también coger la línea roja y parar en Belén, la estación anterior a Nazareth.
Y si no, que se compraran un GPS. No te jode, pensó, a ver si voy a ser yo la oficina de información.
El Ángel Cristo se esfumó, no sin antes recordar a los pastorcillos que debían llevar al Ninio Jesús unos presentes para adorarlo, que para eso era el hijo de Dios.
Decidieron emprender el viaje siguiendo a la estrella, pues no tenían sestercios para pagarse el abono del metro.
Junto con sus ovejas, los pastorcillos iniciaron el camino. Uno de ellos escogió como regalo un trozo de chorizo; otro, un palillo de cobre, ideal para quitar los restos de papilla de los dientes; otro, una invitación para ir a la misa del gallo del año 23 d.C.; otro, una piedra pómez de la época de Asurbanipal; otro, el más práctico, una oveja enferma de triquinosis; otro, más cachondo, un ejemplar del Private de Galilea, para que el ninio fuera aprendiendo ya de pequeño lo que es la vida; otro, un sujetador de la talla 90, por si le daba de mayor operarse… En fin, cada uno agudizó el ingenio como pudo, pues eran pobres y no podían acercarse a comprar nada en el Corte Hebreo.
El viaje transcurrió sin más sobresaltos que un apagón momentáneo de la estrella, momento de oscuridad que aprovechó el pastor del Private para aliviarse con la oveja que estaba más cañón.
El establo estaba a las afueras de Belén. Cruzaron el pueblo, medio desierto, a esas horas. Al pasar por delante del bar Arimatea, oyeron ruidos de risas, gritos y jolgorio.
- Quizás estén celebrando el nacimiento-, dijo uno de los pastores.
- Bueno, bueno, vamos primero a adorar al ninio este y luego ya nos tomaremos unos copazos-, respondió el de más edad.
Así lo hicieron. Llegaron al establo, que pegaba un pestazo a animal que tiraba para atrás.
Allí se encontraban un buey, un burro y un ñu, durmiendo plácidamente sobre la paja. María, que así se llamaba la madre, estaba haciendo calceta, y el niño se encontraba a sus pies, liándose un porrito dentro de una cesta de mimbre.
- Vaya una madre-, pensó el pastor más de derechas.
Se acercaron, uno a uno, depositando los obsequios a los pies de María. Ésta, sin levantar la cabeza, absorta en su quehacer, agradecía los presentes:
- Gracias, muchas gracias, aunque no entiendo nada, y además no sé de dónde ha salido este ninio, no sé si es mío o qué.
- Pues vaya tela de madre-, volvió a pensar el pastor más de derechas.
El ninio no se enteró de nada, tenía los ojos rojos y no veía un pijo. Acabaron con su misión los pastorcillos, y se volvieron por donde habían venido.
- Perdone, señora, ¿sabe dónde está San José?
María puso cara de incredulidad.
- ¿Ya le han hecho santo? Caramba, qué rapidez. Pues dónde va a estar, en el bar, con Ángel Cristo. Vaya dos…
Los pastorcillos se dirigieron hacia allí.
- Qué, ¿unos lingotazos?
- Pues claro, aún falta mucho para que inventen los controles de alcoholemia para pastores de ovejas.
El garito estaba a rebosar. Las copas iban de un rincón a otro sin parar, el griterío era ensordecedor. Parecía que el CF Nazareth hubiese ganado la Copa del Sanedrín ante el Jerusalén United.
En la barra se encontraba San José, con una turca impresionante:
- El vino que tiene Yahveh, no es blanco ni es tinto ni se puede bebeeeer…-, berreaba el hombre, izando la copa. Según se supo más tarde, el pobre estaba en ese estado por el tema de su paternidad. Si su esposa era virgen, ¿cómo se explicaba que tuviera un hijo? Ante la imposibilidad de comprender tal cosa y para no tener problemas peligrosos con María, optó por ahogar sus penas en el bar Arimatea, propiedad de un tío de Mesala (el de Ben-Hur).
Ángel Cristo estaba subido encima de la barra, haciendo un stríptis que ríete tú de la Kim Basinger, mientra iba rociando a todo el mundo con vino.

San José, dale que te pego.
Los pastorcillos pidieron unas jarras, y pronto se encontraron en su salsa. Como no tenían costumbre de fiesta, en seguida pillaron una cogorza monumental, integrándose perfectamente en el ambiente baril.
A la mañana siguiente, despertaron todos en el establo donde el día anterior había tenido lugar el acontecimiento divino, con una profunda resaca.
Entonces fue cuando se apercibieron de que había desaparecido el rebaño de ovejas. Por mucho que indagaron, no encontraron ni rastro de ellas.
Esto provocó una profunda depresión en todos ellos. Uno de pastor, el del Private, incluso se suicidó, por la pena de no volver a ver a la oveja cañón. Los demás, más fuertes, aguantaron la pena como pudieron, pero ninguno de ellos volvió a ejercer su antiguo oficio, yendo la mayoría de ellos a engrosar la cola del paro.
Porque la crisis ya existía en tiempos de Herodes, no es un fenómeno actual. Y antes, y todo.
De San José y María no se sabe bien qué pasó con ellos. Dicen las malas lenguas que se convirtieron en prósperos ganaderos de ovejas. El Ninio Jesús, por su parte, siguió fumando como un condenado, hasta que, ya de mayor, de tanto hacerlo se le giró la cabeza, dejó el vicio y se puso a predicar y a comer el coco a todo el mundo que se le ponía por delante, así por las buenas.


Con los resultados que todo el mundo sabe.

dijous, 11 de desembre del 2008

HORAS



Nueve y media de la mañana.

- Déme hora para el Dr. Gutiérrez.
- Dígame el nombre.
- Ya se lo he dicho, el Dr. Gutiérrez.
- No, que me diga su nombre.
- Gutiééérrez, se lo estoy diciendo.
- Señora, el suyo, el nombre de usted...
- Ah, sí. Sebastiana Bascuñana.
- ¿Y el segundo apellido?
- Garrido. Déme hora a las doce.
- Vale, pues vuelva a las doce y se la doy.

dimecres, 10 de desembre del 2008

dimarts, 9 de desembre del 2008

EL SEÑOR BUENO


Al señor Bueno todo el mundo le llama señor Bueno. Todo el mundo. Sus amigos, vecinos, compañeros de trabajo, Antonia la quiosquera, Vicente el del bar, Ceferino el del estanco…
- Buenos días, sr. Bueno. Paquete de Ducados?
- Dame un cartón, Cefe, así ya no te veo la cara durante unos días.
El estanquero ya conoce el peculiar carácter del sr. Bueno, así que no le da mayor importancia a sus comentarios.
-Bueno, bueno, sr. Bueno, son veinticinco euros.
El sr. Bueno paga y se va sin abrir la boca.
Es hombre de poco hablar, el sr. Bueno.
Sus hijos y su esposa también le llaman señor Bueno, aunque han conseguido quitarle el señor, por aquello de la familiaridad y de la sangre.
- Bueno, a la mesa, que la sopa se va a enfriar!
- Bueno, me dejas el coche? Tengo que ir al Ikea y tu coche me mola más, caben más cosas.
- Bueno, puedes hacerme de canguro esta mañana? Tengo que ir a la pelu…
- Bueno, bueno, Bueno… A que me vas a dar cien euros para que vaya al mercado?
Nadie sabe el nombre de pila del sr. Bueno.
- Oye, tú sabes cómo se llama el sr. Bueno?
- Pues señor Bueno, no?
- No, de nombre.
- Pues ni idea, ya ves tú.
Y el señor Bueno sigue siendo señor Bueno.
El señor Bueno, aunque parco en palabras, sabe escribir. Gracias a esto, conoció a su futura esposa.
Cuando estaba haciendo el servicio militar, tenía un compañero de armas que no era muy ducho en el arte de la escritura. Éste, viendo que el recluta Bueno (supongo que aún no le llamarían señor) tenía facilidad para la pluma (no pensar mal), le pidió que le escribiera las cartas a su novia, la cual vivía en un pueblecito perdido de la provincia de Teruel. El recluta Bueno accedió amablemente, y durante meses redactó cartas de amor a una mujer a la que no conocía, en nombre de su colega.
Cuando acabó el servicio militar, los dos consiguieron un trabajo en Australia. Allí, con el tiempo, el amigo se enamoró de una australiana y se olvidó de la turolense. El ya señor Bueno, mientras tanto, trabajó durante tres años allí hasta que se hartó, y se volvió a España.
Al llegar, recordó las cartas escritas a la antigua novia. Ni corto ni perezoso, agarró un autobús, se presentó en el pueblo de aquélla y le propuso sin más miramientos que, ya que el otro la había plantado y estaba sola, pues que convirtiera en la novia de él.
La moza, que casi no se había movido del lugar donde nació, vio la oportunidad de abandonar la aburrida vida que llevaba, y se imaginó recorriendo medio mundo, conociendo culturas nuevas y esas cosas.
Y aceptó.
Se fueron a Barcelona, la muchacha del pueblo se convirtió en la señora Bueno, y tuvieron dos hijos.
De viajes y aventuras, nada de nada. No se han movido de Barcelona, en treinta años.