dimarts, 30 de setembre del 2008

Couché III (cap. VI)




- Una noche de verano, antes de empezar la guerra, fuimos los tres a la fiesta mayor de Mazerolles, un pueblo que se encuentra cerca de aquí. No sé si lo sabrás, con los de París ya se sabe, pero en los pueblos se hacen fiestas en honor al patrón de cada municipio. Baile, orquesta, vino y esas cosas…
- Perdone, pero yo soy de Dax, del sur…
- Pues tienes una pinta de ciudad que tira para atrás, hijo…
Couché observó el vaso de cerca, y, viéndolo vacío, lo volvió a llenar. Vaya saque tenía el tío, yo ya había perdido la cuenta de cuántos llevaba. Él también, probablemente.
- Cuando acabó de tocar la orquesta, todo el mundo se fue retirando hacia sus casas. René, François y yo nos fuimos andando hacia Pions. Al salir de Mazerolles, François, que había bebido lo suyo, se sentó a los pies de un nogal.
- Vamos a tumbarnos aquí un rato. Hoy hace una noche increíble.
René también estaba achispado, miró al cielo y se tumbó en la hierba. Yo, que no bebía nada por entonces, les imité.
Después de un buen rato hablando poco y mirando mucho las estrellas, François dijo:
- Nosotros somos muy amigos, verdad?
- Pues claro - dijo René -, los más amigos del mundo.
A mí me sorprendió la pregunta de François. Nunca me había planteado si éramos poco o muy amigos. Lo éramos, y ya está. Pero en aquel momento, y ellos también lo sintieron, me di cuenta de que nuestra amistad nos unía hasta lo más recóndito de nuestro interior, y que así iba a ser toda nuestra vida. No sé si era por el cielo o porque acababa de ver una estrella fugaz, pero eso fue lo que sentí.
- Los más amigos del mundo -, repetí.
- Tenemos que demostrárnoslo a nosotros mismos – respondió François -; podríamos ponernos una prueba, un juramento o algo así.
Después de un buen rato diciendo tonterías y discutiendo sobre qué podríamos hacer, René me miró y me dijo:
- Yo juro por nuestra amistad que si algún día te mueres daré la vuelta al mundo en patinete.
- Eso no tiene ningún valor – dije yo -, tiene que ser algo que odies con todas tus fuerzas, y a ti te encanta ir en patinete.
- Ya, pero tiene su mérito también, no?
- Si, pero no vale- respondí.
- No vale- reafirmó François-; tiene que ser alguna promesa más dura, que cueste muchísimo más cumplir, que vaya en contra de tus principios, morales, físicos, mentales o de otro tipo, pero que nos joda de verdad.


(Continuará)