dimarts, 15 de setembre del 2009

UHLISES (cap. IV). Circe, la hechicera (1)




El dios del mar fue puntualmente informado del percance de Polifemo y, como era de esperar, se puso furioso. ¡Un humano había osado herir al hijo de un dios!¿Pero dónde se había visto tamaña desfachatez?
- Uhlises y los suyos se van a enterar de lo que vale un peine! ¡Sabrán lo que es la ira de Poseidón!
Dicho y hecho. Al momento se desencadenó una furiosa tormenta alrededor del “Bribónides IV”: olas gigantescas barrían la cubierta, hacían oscilar el navío casi hasta posición horizontal, de un lado a otro, y caían rayos y centellas sin cesar por todas partes. Por fin, Poseidón acertó en su puntería y un pertinente rayo partió en dos el palo de mesana. Si Vatericles estuviera aún vivo (se lo comió el cíclope) hubiera quedado reducido a carbonilla.
Carne de cañón, Vatericles…
Uhlises gritaba y daba órdenes en vano. Tal era el estruendo de las aguas que nadie, ni con una trompetilla de tres metros de diámetro, le hubiera escuchado.
Euríloco vio a Bolígrafo y a Metástasis, dos miembros de la tripulación, cómo eran arrastrados a las profundidades marinas por una monstruosa ola. Hizo ademán de lanzarse tras ellos para salvarlos, pero se detuvo:
- Si, hombre, para que me ahogue yo también. Que les den-, pensó juiciosamente.
Parecía que el “Brobónides IV” y sus ocupantes tenían las horas contadas.
Se oyó un crujido terrible, y el barco se quedó quieto: habían embarrancado. No se apercibieron que la tormenta los había acercado a la costa.

De golpe, la tempestad amainó, desaparecieron las negras nubes y el sol volvió a brillar. A Poseidón, después de comer, le había entrado la modorra y se había quedado frito, con lo que desapareció el encantamiento tormentero.
Los tripulantes, exhaustos por el esfuerzo de no morirse, contemplaron el relieve de la costa contentos, pero también temerosos por las calamidades que sufrían cada vez que pisaban tierra.
Uhlises se dirigió a sus hombres una vez más:
- Bueno, vamos a ver, esta vez vamos a cambiar de táctica: vais vosotros a inspeccionar el terreno y yo me quedo aquí a vigilar el barco. ¿Ha quedado claro?
- Siempre dices “ha quedado claro”, oh, Uhlises – exclamó Puñétides desde un rincón mientras escurría su túnica, empapada de agua -, ¿qué te crees, que somos imbéciles? Me recuerdas a Udinea, una profesora de mi infancia que siempre, después de acabar una frase, decía: ¿eh que me entiendes?, como si fuéramos imbéciles, como tú parece que nos estés tratando a todos.
- Rambocles, en cuanto piséis tierra rebánale la cabeza a este, efectivamente, imbécil. Aquí no, que me dejaría la cubierta toda roja, y esto no es la entrega de los Sócrates- contestó distraído el rey de Hítaca.
Con Euríloco al mando y Uhlises en el barco echando una siesta, la tripulación se dirigió a tierra y desapareció en la espesura.
Al cabo de catorce días, Uhlises empezó a impacientarse.
- Les debe de haber sucedido algún percance, para variar. Lo mejor será que vaya a buscarlos.
Abandonó el barco, ya flotando debido a la marea, y puso pie en tierra firme. Unos cuantos pasos después, al pasar un recodo, le entró un pánico atroz: una manada lobos y leones se acercaban a él. Sin embargo, Uhlises observó que estaban sorprendentemente tranquilos, sin atisbos de ferocidad. Le rodearon despacio. Una leona empezó a rascarse la cabeza en él, como hacen los gatos, para gran pasmo del de Hítaca.
- Ca…caramba! Caramba carambita carambiruri…- y sin querer Uhlises inventó el flamenco, aunque esto no se descubriera para el gran público hasta el cabo de miles de años.
Toda la manada mixta de leones y lobos se arremolinó en torno a él, arrumacándole sin cesar.
- ¡Vaya, pero si son más mansos que la tortuga que cayó del cielo y mató a Esopo de un caparazonazo!¡Missi-missi-missi!- susurró a un gigantesco león. Éste se acercó y le lamió la mano con su enorme lengua-. Deben sufrir un encantamiento, porque esto no es normal.
En esas que se acercó volando Hermes, calzado con sus sandalias aladas.

- ¡Hombre, Uhlises¡¡Cómo tú por aquí? Estás un poco lejos lejos de tu hogar…
- Si tuviera tu calzado otro gallo me cantaría, Hermes. Oye, ¿no has visto por aquí a mi tripulación? Hace un montón de días que no sé nada de ellos…
- Los tienes ante tus reales narices-, respondió, sonriente, Hermes.
- ¿Cómo?
- Ese león que acaricias, precisamente, es Rambocles. Circe les ha hechizado a todos.
Uhlises se levantó de un salto.
- ¿Circe?¿La maga Circe? ¿Está buena o qué?-, dijo con los ojos abiertos como platos
- Noto que hace tiempo que no te arrimas a nadie, ¿eh? Vaya, que si lo está… Y si yo te contara de lo que es capaz de hacer en la cama…
Ojos como planetas.
- Cuenta, cuenta, oh, excelso mensajero de los dioses!-, inquirió Uhlises mientras se le caía la baba a capazos.
- No, no, no cuento intimidades. Si te lías con ella ya intercambiaremos impresiones, pero de momento te aguantas. Pero no creo que tengas suerte, Circe va a hacer lo mismo contigo que con tus compañeros, a no ser que…
- ¿A no ser qué?
Hermes sonrió maliciosamente.
- Pueeees verás, tengo una pócima mágica que contarresta los efectos de la bebida que te ofrecerá cuando te pille. No te ocurrirá nada.
- Vale, pues dámela.
El dios mensajero sonrió aún más maliciosamente.
- Si, hombre, y qué más. Aquí no se da nada a cambio de nada.
Uhlises se rascó la cabeza y se encogió de hombros.
- Pues vaya, Hermes, si estuviera en mi reino te podría obsequiar con todo lo que te apeteciera, pero aquí no tengo nada de nada, soy un pobre desgraciado, ya ves lo harapiento que voy. No sé qué podría tener de tu interés…
- Tienes algo que me atrae mucho,- dijo Hermes pillinamente, observando con lascivia los bajos de Uhlises.
- ¡Ah, no, no, ni lo sueñes¡- vociferó Uhlises -. Ya lo probé en el sitio de Troya, acuciado por las circunstancias, y juré que jamás de los jamases repetiría.
- Bueno, como quieras, pues te convertirás en un lobo, en un león, en un cerdo o en lo que le apetezca a Circe-, contestó Hermes mientras se arreglaba los cordones de las sandalias, dispuesto a irse volando.
Uhlises se lo repensó. No estaba dispuesto a convertirse en cerdo así como así.
- Bueno, está bien, acepto. Pero no seas bruto, que luego me tiro cuatro días sin poderme sentar.
- De acuerdo, de acuerdo, seré prudente, no te preocupes. Anda, acompáñame allí, detrás de esos matorrales, que te vas a enterar…(*)






* Escena censurada, lo siento.