dijous, 13 d’agost del 2009

UHLISES. La partida (cap. I)


Troya, tras lo del caballo, ardía por los cuatro costados.
Uhlises estaba hasta el gorro frigio de la maldita guerra, después de tantos años pegando espadazos a diestro y siniestro.
- Mira, Agamenón- le dijo al comandante en jefe de todos los griegos, limpiando de su cuerpo serrano la sangre de sus enemigos después de la última batalla-, me da lo mismo que tu cabeza y ojos sean como los de Zeus, tu faja como la de Ares y tu pecho, aunque con pelo, como el de Poseidón. Me la barniza, en serio, y me largo, si no te importa. Mi mujer Penélope, a la que Serrat, al cabo de infinitas lunas, le hará una canción, igual me espera aún, aunque mucho lo dude, ya que la carne débil es.
- ¿Y qué pasa con Telémaco?- respondió Agamenón.
- Tienes razón, oh, gran jefe… También hubiera podido componérsela a él, total… “Telémaco, con su bolso de piel marrón y sus zapatitos de tacón y su vestido de Domingo, Telémaco, se sienta en un banco en el andén y espera que llegue el primer tren meneando el abanico”…- cantó Uhlises, alardeando de voz-; ejem… La verdad es que si lo viera ahora no lo reconocería, partí de Hítaca cuando él acababa de venir al mundo. Supongo que debe de ser todo un mocetón. Ardo en deseos de reencontrarme con ellos y ver de nuevo el monte Nérito, Agamenón. Esto… Pues eso, que vuelvo a mi hogar. Que los dioses os sean propicios y con lo que de ello se desprende.
- Que Manitú te acompañe y proteja en tu azaroso y largo viaje, oh, gran Uhlises de Hítaca-, contestó Agamenón solemnemente.
- ¿Manitú? ¿Es un dios nuevo, éste? ¿Qué pasa, no hay suficientes en el Olimpo?
- Bueno, éste vaga por las praderas, según parece. Es un dios extranjero. Como puedes observar, querido Uhlises, Grecia ya no es lo que era-, replicó el aún jefe de los helenos.
- Cuánta sabiduría recogen tus palabras, oh, Agamenón de Micenas. A mí tanto dios me confunde un poco, como la noche a Dinio de Éfeso. Dale recuerdos a Clitemnestra cuando regreses a Creta. Hala, adiós.
- “¿Clitemnestra? ¿Ésa? Cualquier día me mata, en cuanto le dé la espalda. A eso se le llama tener el enemigo en casa; aunque tampoco me extraña, sacrifiqué a los dioses a nuestra hija…”- pensó Agamenón mientras observaba zarpar al rey de Hítaca y a su tripulación – “Si por mi fuera, me quedaría por aquí, con mi ejército. Además, no echo mucho de menos su lecho: después de haber probado el pescado, no sé qué es mejor, la verdad”.
Uhlises también tenía el enemigo en su hogar, pero eso él aún no lo sabía.
Y tardaría mucho tiempo en averiguarlo.