dimecres, 15 de juliol del 2009

NO SOMOS NADIE

(*)

Esto me lo contó un ATS durante una guardia, cuando trabajé en urgencias, hace unos años largos. El tipo, del que no recuerdo su nombre, era alto e imponente, enorme: pesaría 130 kg como poco. A pesar de eso, se movía con presteza y dinamismo, el tío era puro nervio.
Y muy simpático, me caía bien.


Felipe (por ejemplo, le llamaré así) no tenía plaza en la SS (tampoco en las SA ni en la GESTAPO), pero hacía guardias de vez en cuando como suplente, para redondear su sueldo. El trabajo estable lo tenía en las ambulancias que operan en las autopistas, esas equipadas con todo lo necesario para las grandes desgracias y, preparadas para salir zumbando y socorrer como puedan en caso de accidente. Y en las autopistas suelen haber pocos, pero cuando haylos casi siempre son bastante graves.
Como digo, estaba con él en una guardia. Ya era de noche. En ese momento no había faena, y estábamos charlando en la sala, matando el tiempo. Claro, por mucho que se intente no hablar de trabajo, al final la conversación acostumbra a versar sobre temas laborales y “de lo que de ello se desprende” (me encanta esta frase).
Me explicó a qué se dedicaba . Al cabo de un rato, para ilustrarme el espectáculo que podía llegar a encontrarse, me puso un ejemplo.
- Las he visto de muchos colores, pero esto, tío, es lo más bestia que he vivido. Es muy difícil imaginar que pueda llegar a ocurrir una cosa así. Ni en sueños.
Los ojos y las orejas y ya está se me ensancharon automáticamente.
Una noche Felipe se incorporó a su turno. Se subió a la ambulancia junto con sus compañeros y se dirigieron, desde Barcelona, hasta el campamento base desde donde salían cuando tenía lugar un accidente por su zona. Ésta comprendía un radio de acción bastante extenso, creo que llegaba hasta la frontera francesa, si no recuerdo mal.
Así, marchaban los integrantes del comando ambulanciero en pos de su deber, charlando animadamente (eso lo supongo, sabiendo del entusiasmo y del cascar de Felipe) por la A-7 en dirección Girona, cuando, en una larga recta, vieron, a unos quinientos metros, un coche que iba en dirección a Barcelona que cruzó volando al otro sentido de la autopista, el de ellos, estampando su panza en el carril central. Eso fue lo que a Felipe le pareció, pues se encontraban varios vehículos delante y no vio exactamente cómo fue la película, en aquel instante.
Luego si, y tanto que sí.
La ambulancia se detuvo en seguida frente a los coches hechos trizas.
Un todoterreno había perdido el control (bueno, el conductor) y se había precipitado al otro sentido de la autopista. Tuvo la mala suerte de chocar con la valla, reventarla e ir a parar a un baden que había en la mediana, con lo cual, con la velocidad que llevaba, salió disparado por el aire, voló sobre el tercer carril (pasó por encima de otro vehículo) y fue a estamparse encima de un Mercedes que circulaba tranquilamente por el carril central.
Le tocó al Mercedes.
Los dos coches estaban destrozados, hechos añicos, uno encima del otro. Felipe se dirigió primero al todoterreno, pero allí no había nadie. Supuso que el conductor habría salido disparado, así que se dispuso a buscarlo, mientras los otros ambulancistas inspeccionaban el Mercedes.
Encontró al pobre conductor en la cuneta, a unos metros del choque. Efectivamente, se había ido a tomar viento, desgraciadamente en todos los sentidos.
En el Mercedes, la cosa aún era peor.
Con la persona que conducía, un hombre, ya no había nada que hacer: estaba incrustado entre el volante y el techo del coche, aplastado por el todoterreno. El acompañante, una mujer, aún vivía.
Murió poco más tarde.
Los asientos traseros estaban en el mismo estado, pero no parecía haber ninguna otra persona. Cuando acabaron la búsqueda, inspeccionaron también los alrededores, como manda el protocolo, por si las moscas. Fue entonces cuando Felipe se encontró tirado un cochecito de bebé.
¡Un bebé!, se exclamó. ¡Llevaban un bebé! Entre el amasijo de hierros tenía que haber un niño. Y volvió corriendo hacia el Mercedes, avisando a sus compañeros del hallazgo. Reanudaron la búsqueda, aunque con pocas esperanzas de encontrar al bebé con vida.
Al poco, lo hallaron por allí debajo, y aún vivo.

Es curioso lo que nos atraen las historias truculentas, ¿no es cierto? Yo estaba flipado, pero es que además Felipe lo contaba muy bien. Te metía en el escenario.
- Jo, tío, vaya tela… Sabes qué ha sido del niño? ¿Se salvó?
Felipe sonrió.
- Si. Está bien, con la familia.
Y aún sonrió más.
Un gran tipo, el Felipe.

Todo esto iba por un día en que me dio por pensar en lo volátiles que somos todos. Hormigas, personas o ñandús. A veces me pasa, que pienso.
Como dicen en los entierros los que no saben qué decir pero tienen que decir algo adecuado para la ocasión, no somos nadie.

Pues yo prefiero NO SEMOS NADIE, queda mucho mejor, como la isla griega esa.
(*) La foto no tiene mucho que ver ,pero, ¿a que es bonita?