divendres, 31 de juliol del 2009

EL GRAN DUELO (una de vaqueros)

Nabo City, el día de la fiesta de las carretas, en 1889.








En Nabo City(1) se avecinaban nubarrones de desmedida violencia sangrienta. Era mediodía, habitualmente la parte del día con más ajetreo en las polvorientas y destartaladas calles de la ciudad, pero aquel día no se avistaba un alma: todas las ventanas permanecían cerradas a cal y canto, selladas, los habituales perros sarnosos a la sombra habían desaparecido como por arte de magia, los caballos atados a los postes delante del saloon habían mordido sus correas y habían huido despavoridos hacia el desierto desierto, los buitres encaramados al cartel de madera en la entrada de la ciudad habían emigrado al cartel de Khalahorra Creek(2), el pueblo vecino, con el charlatán vendedor de crecepelo tras ellos intentando colocarles su mercancía, ya de paso; el sherif, Pat Garrido(3), casualmente, mira tú por dónde, había ido a pescar barbos al río Lunares(4), y eso que estaba seco (el río, claro, Pat Garrido llevó siempre encima su legendaria petaca de whisky). Incluso los matojos rodantes de rigor dejaron de hacer acto de presencia por la avenida principal, a pesar del fuerte viento.




Hasta el whisky se había evaporado (menos el de Pat Garrido).


Y es que aquel mediodía todos sabían que Perkins “The Capullo”(5) y Flannagan “The Vacilón”(6) iban a ajustar cuentas.


El duelo tuvo su origen en una solemne estupidez, como siempre. Dos días antes Perkins entró en Nabo City a lomos de su caballo “Flecha” (que tenía la mili hecha), cuando pasó por delante de “The Vacilón”, el cual se encontraba en el porche de la barbería vacilando (cómo no) con la mirada a todo el mundo, incluso a las gallinas que correteaban por las calles.


Se fijó en la cara de “The Capullo”: era acorde con su alias. Avanzó hacia él, cortándole al paso.


- ¿Tú eres Perkins “The Capullo”, no es cierto?

- Pues sí. ¿Pasa algo?


Flannagan “The Vacilón” separó las piernas vacilonamente, cómo no, y colocó las manos en el cinturón. Miró fijamente a Perkins.


- Tu caballo me ha relinchado.


Perkins “The Capullo” le devolvió la mirada y escupió al suelo, pero el viento reinante cambió el sentido del escupitajo y fue a parar a su propio ojo derecho.


- Desde luego, hijo, haces honor a tu nombre-, sonrió socarronamente Flannagan “The Vacilón”.


Perkins se limpió la cara con cara de pocos amigos.


- Bueno, y qué, si te ha relinchado. Suele hacerlo habitualmente. No le he oído jamás hablar, ni rebuznar, ni ladrar, ni se ha marcado nunca un maullido de puma.


- No me gusta que me relinchen-, respondió Flannagan, arqueando aun más sus patas. La culata blanca anacarada de su Colt calibre 38, repleta de muescas, ya asomaba, y resplandecía al sol abrasador del sur de Texas.
Revólver de Flannagan "The Vacilón". Museo del Forajido, Carson City.



- ¿Y qué quieres que haga, que lo mate? ¿Que le meta una colleja? ¿Que le deje sin postre?,- masculló irónicamente “The Capullo”.


“The Vacilón” le miró más fijamente aún, si cabe.


- Esta ciudad es demasiado pequeña para los dos.


- Y tú nunca debiste cruzar el río Lunares.


- No era el Mississipi?


- Es que le dado a la frase un punto más personal.


- Ah… Bueno, pues que sepas que ya sé que eres el hombre más duro al sur del Lunares… Después de mí.


- No era el Picketwhite?


- Si, pero hoy tengo el día original.


- Te voy a freír a balazos.


- Lo siento, pero no me gusta la carne frita.


- Siempre llevas el revólver encima?


- No, sólo cuando lo llevo.



Así se tiraron horas, diciendo las frases de rigor, hasta que empezó a ponerse el sol.


Se acercó Ben T. Packah(7), el dueño del saloon:


- ¿Qué? Os hago un plano? Para cuándo el duelo de marras? ¿Y porqué no lo acabáis de dirimir en mi garito, en vez de acabaros de achicharrar al sol?


Perkins “The Capullo”, alzando los ojos hacia el rojizo sol en su retirada diaria, dijo:


- ¿Quieres un trago?


Flannagan “The Vacilón”, mientras liaba un cigarrito mirando al suelo, respondió:


- Ya que he empezado de buena mañana con whisky, no veo por qué cambiar… Pero mejor que te bajes del caballo antes de entrar en el saloon, “Capullo”.


- Pues también tienes razón.


Dentro del garito, después de unos cuantos copazos, unas partidas al poker, unas magreadas a las desvergonzadas bailarinas y un par de peleas múltiples con sus correspondientes destrozos de mobiliario, Perkins “The Capullo” y Flannagan “The Vacilón”, a pesar de que ya se habían hecho colegas de barra, entre risas etílicas decidieron la hora del duelo: al cabo de dos días (para pasar la resaca), delante del saloon, a mediodía, cuando el Lawrence más pega.


Las doce, dos días después. Por la entrada sur de Nabo City se acercaba lentamente una silueta. Por la norte, otra. Los brazos entreabiertos, las piernas arqueadas, el clinc clinc de las espuelas, el sudor en la frente.


Por un lado, Perkins “The Capullo”. Por el otro, Flannagan “The Vacilón”.


Después de irse acercando durante tres horas, finalmente se detuvieron a la distancia pertinente.


- Ya era hora, cojones. Qué rollo de parafernalia… -, pensó Perkins “The Capullo”.


- Coño, me pesan las piernas, de andar tan despacio…-, reflexionó Flannagan “The Vacilón”.


Media hora más, mirándose el uno al otro fijamente a los ojos.


- Seguro que se está pensando en la frase más pomposa...-, pensó el uno.


- “Dale recuerdos a Dios, Capullo”… No, demasiado zafia… “Voy a darle trabajo al sepulturero, Capullo”… Jo, tampoco… Algo que rimara estaría mucho mejor…-, pensaba el otro.


Por fin, Flannagan “The Vacilón”, un poco más impaciente que su adversario, gritó, orgulloso de su frase:


- ¡Lo siento, majo, que te la pique un escarabajo! ¡Saluda de mis partes al Señor, con él vivirás mejor!


Perkins “The Capullo” respondió divertido:


- Que patético eres, hijo!¡Vaya mierda de rima!¡ Lástima que no tengas más tiempo para practicar la métrica… ¡Sólo por lo malo que eres te voy a dejar hecho un colador! ¡“Vacilón”!


Momentos de suspense, las manos que rozan las respectivas culatas.



...........


Desenfundaron ambos al mismo tiempo.


Clic!


Clic!


Clic clic clic!


Clic clic clic!


- Mecagüen San Manitú! ¡Olvidé las balas en casa de Molly!-, exclamó Perkins “The Capullo”.


- ¡Cagüen el diez de picas!¡ ¡Me he dejado las balas en casa de Virgil!- , maldijo Flannagan “The Vacilón”.


Los dos pardillos se estuvieron un buen rato con los brazos en jarras, sin saber qué hacer ni qué cara poner. Al cabo de un cuarto de hora, se entreabrió una ventana del piso de arriba de la tienda de ultramarinos desde donde resonó una voz:


- ¿Qué? ¿Os hago un plano? ¡Que es para hoy!


Era Ben. T. Packah, con su frase favorita, ávido de sangre, como toda la ciudad.


Perkins “The Capullo” se secó el sudor de la frente y quitándose su Stetson negro de 20$ se rascó la cabeza:
El Stetson de Perkins "The Capullo". Museo del Far West, San Diego.


- Bueno, ¿y ahora qué hacemos? ¿Has traído un puñal, al menos? Yo me lo he olvidado, ya se sabe, con las prisas…


- Pues a ver que mire…- respondió Flannagan “The Vacilón”. Se palpó los bolsillos, las botas… Nada.- Pues no, ni tan solo llevo el cortaúñas, ya ves tú.


- Jo… ¿Nos pegamos pues? Aunque darse de puñetazos, con este Lawrence…


- No, pegarnos no, que llevo la camisa de domingo y la calle está muy guarra.



Continuaron los dos en la misma posición, brazos en jarra y piernas arqueadas, como buenos pistoleros que sentían ser.


Finalmente…


- Oye, Perkins…


- Dime, majo…


- ¿No crees que estamos haciendo el ridículo?


- Si te soy sincero, hoy siento más que nunca que mi apodo es apropiado.


Flannagan “The Vacilón” sonrió:


- Nos lo pasamos bien el otro día en el saloon, eh?


- Anda que no, hacía un porrón de tiempo que no me divertía tanto-, respondió, jocoso, Perkins “The Capullo”.


Flannagan se relajó y se acercó a su aún adversario.


- Te propongo una cosa… ¿Y si nos vamos al saloon a continuar la fiesta del otro día y nos dejamos de duelos y tanta tontería?


Perkins carraspeó mientras se sacudió el polvo de su Stetson:


- Me parece perfecto, Flannagan. Pero mejor sería que nos fuéramos a otra ciudad, no me apetece nada ver las caras de chufla que pondrán todos los habitantes de aquí.


- Sí, es preferible, estos cabrones lo único que querían era ver sangre fresca. Cómo se nota que sólo leen el “Pink Herald”.


- Deberíamos matarlos a todos.


- Bah, no vale la pena, Perkins. Además, no tenemos balas. Anda, larguémonos de aquí. Cabalguemos hacia un lugar donde sirvan buen whisky y hayan mujeres espléndidas y hombres macizorros.


- Y peleas, que también hayan peleas-, respondió Perkins “The Capullo”, mientras se dirigía hacia su caballo “Flecha” (que tenía la mili hecha).


- Y si no hay, ya las provocaremos nosotros, juajuajua-, rió sonoramente Flannagan “The Vacilón”.


Y se alejaron de Nabo City a lomos de sus respectivos, dejando a todo el mundo sin espectáculo y con un palmo de narices.


Cuando la vista de las dos cabalgaduras desapareció en el horizonte Nabo City, poco a poco, volvió a la normalidad.


A su aburrida y monótona vida.


(1) Nabo City: ciudad fronteriza con México, en el estado de Texas, entre los ríos Pecos y Lunares. Fundada en 1864 por desertores confederados que huyeron de la batalla de Gettysburg, pronto se convirtió en una próspera ciudad comercial aprovechando su lugar estratégico, pues por allí pasaba la ruta ganadera que transportaba los grandes rebaños vacunos desde Texas hacia Denver. Tras el frustrado duelo de Perkins y Flannagan, Nabo City se llenó de maleantes y advenedizos, lo peor de cada casa, hasta que la ira de Dios se cernió sobre ellos: una noche cayó encima de la ciudad un meteorito de 197 m. de diámetro, borrándolo completamente del mapa y de la historia(menos mal que yo me lo sabía, si no de qué).



(2 ) Khalahorra Kreek: Ciudad vecina de Nabo City, aunque a ésta la fundaron colonos de Riojaville (Massachussets) que huyeron de la ley seca que se implantó en ese estado en 1856. Fue abandonada al cabo de pocos años de secarse el río Lunares, hacia 1892. Con el tiempo, el desierto la engulló completamente.


Khalahorra Kreek, en sus buenos tiempos.


(3) Pat Garrido(1848 – 1901): célebre sheriff, famoso por poner pies en polvorosa ante el duelo de Perkins y Flannagan, mala fama que arregló matando accidentalmente de una pedrada a Jimmy “The Ninio”,el famoso pistolero, mientras tiraba guijarros al río Lunares para hacerlos rebotar varias veces en el agua (y eso que estaba seco), asunto que aprovechó para hacerse el chulo y adquirir fama y tal. Cuando vio que ya no podía vivir más del cuento, por la edad, le entró la depre y se pegó un tiro entre ceja y pómulo, o sea, en pleno ojo.


Pat Garrido posando. Grabado. Museo de Frederick Remington, NY.

(4) Lunares: Río que era con el Pecos lo que el Tigris con el Éufrates pero en Texas, hasta que se secó. Eso no impidió que Pat Garrido fuera allí a pescar barbos.


El río Lunares, en la actualidad.

(5) Perkins “The Capullo” (1852 – 1896). Tras semanas y semanas continuas de fiesta junto con Flannagan “The Vacilón”, finalmente se hartó de llevar una vida tan disoluta y tan vacía y se largó a vivir a las montañas con Betty, la jefa del burdel de Levinston, que iba a hacerse monja, para gran pasmo de Flannagan. Falleció de la manera más capulla, claro: se equivocó y agarró un cuchillo en vez de un cepillo de lavarse los dientes. Murió desangrado frente a una Betty desolada e impotente.

Perkins "The Capullo". Gunmen's Museum, Tucson.

(6) Flannagan “The Vacilón” (1849 – 1907). Cuando fue abandonado así sin más por Perkins deambuló más solo que la una y sin ton ni son por Texas y estados limítrofes, hasta que se estableció definitivamente en San Francisco. Allí se asoció con Frank Gabannon, escocés macizorro con el que creó Flannagan & Gabannon, afamada marca de ropa que llegó a vestir al mismísimo presidente McKinley antes de que lo asesinaran. Murió de un paro cardíaco, como todos, durante una noche loca.

Flannagan "The Vacilón". Gunmen's Museum, Tucson.

(7) Ben T. Packah (1839 – 1917). Tras lo de Perkins y Flannagan se hartó de Nabo City y se trasladó a Tucson (Arizona), y desde allí a Tennessee, donde siguió con sus negocios en el mundo cabaretero. Se arruinó completamente en una mala noche jugando al poker y, desesperado, acabó volviéndose loco. Murió de otro paro cardíaco mientras pescaba barbos en el río Lunares.



Y eso que estaba seco.



Ben T. Packah, en su época de prosperidad. Museo del far West, San Diego.