dijous, 2 d’abril del 2009

UNA DE INDIOS






Seguramente, la única cosa que pueden agradecer las tribus indias de Norteamérica a los colonizadores europeos es la introducción del caballo. Hasta la aparición del hombre blanco en esas tierras no conocían otro medio de transporte que sus propias piernas; incluso desconocían el uso de la rueda.
Hasta entonces, al ser la gran mayoría tribus nómadas, el desplazamiento de un lado a otro resultaba largo y penoso. Además, siendo la caza la base principal de su alimentación, las complicaciones para realizar con éxito esta actividad eran varias: entre otras cosas, no podían seguir a los bisontes en sus desplazamientos, y la caza de este animal era extremadamente peligrosa. El cazador se camuflaba con una piel de zorro y andaba a gatas entre los enormes cuerpos de los ungulados hasta encontrar un ejemplar enfermo o viejo que fuera más fácil de eliminar. En muchos casos el indio moría en el intento, aplastado y pisoteado.
Cuando descubrieron el caballo, la vida de las tribus cambió completamente. Aparte de tener mayor facilidad para desplazarse de unas tierras a otras, la caza del bisonte resultó mucho menos peligrosa para el indio, con lo cual la alimentación de los pueblos mejoró, aumentando la natalidad y la población de la mayoría de las razas indígenas.
Aunque, de vez en cuando, llegaban épocas de penuria.
Aquel invierno resultó especialmente duro para la tribu de los sioux Wahpekute (los que disparan entre las hojas). El frío intenso y la nieve se prolongó más de lo debido, y los víveres guardados para soportar la estación se agotaron. Apenas pudieron salir en todo ese tiempo de sus tee-pees, y llegaron al punto de que tampoco tenían fuerzas para echar un kee-kee de vez en cuando.
Washtawapeton, el gran jefe de los Wahpekute, junto a su tee-pee.
El gran jefe de la tribu, Washtawapeton (Cerumen entre las Nalgas), ordenó sacrificar a los caballos para poder sobrevivir. A pesar de esta drástica medida, muchos miembros de la tribu murieron de hambre y frío, sobretodo los más débiles de defensas (ancianos, niños y enfermos).
Cuando llegó la primavera y se inició el deshielo, Cerumen entre las Nalgas mandó a dos de sus mejores guerreros, Palaswhatha (Escupitajo de Puma Amanerado) y Unhapethwom (Pinrel Hermoso como una Deposición de Nutria), a perderse en las llanuras para capturar unos cuantos caballos salvajes, imprescindibles para la normalización de la vida habitual de lo poco que quedaba de la tribu.
Palashwatha y Unhapethwom se pertrecharon y avituallaron adecuadamente para la misión y partieron inmediatamente hacia las grandes llanuras, donde suponían que avistarían alguna manada equina.
Transcurrieron varias lunas, sin que los dos bravos guerreros transformados en cazadores se toparan con ningún caballo. El invierno aún no se había ido del todo, y la mayoría de animales que se habían desplazado más al sur aún no habían vuelto a las praderas.
Unhapethwom (Pinrel Hermoso como una Deposición de Nutria), el más listo de los dos indios, tuvo la ocurrencia de que uno de los dos se subiera a una loma cercana para intentar divisar desde allí alguna manada de caballos. Palashwatha (Escupitajo de Puma Amanerado), más atlético y ágil, trepó hasta la colina y se sentó a otear el horizonte en busca de tan necesarias presas.
Al cabo de un par de horas, Palashwatha creyó divisar una nube de polvo a lo lejos. Se fijó un poco más y aquello que se veía en lontananza le pareció que eran caballos. Pegó un grito a Unhapethwom, que se encontraba unos metros más abajo:
- A mí parecer caballo ver!!
A lo que Palashwatha contestó, mirando unos grandes y espesos nubarrones negros que se acercaban hacia ellos:
- ¡Bueno, pues yo paraguas traer!

Palashwatha, a punto de que lo masacraran en Wounded Knee (1890). Unhapethwom no quiso salir en la foto (no se había acicalado), pero fue igualmente asesinado en la matanza.

*(Petición de un anónimo. Me falta la de vaqueros).

PORRA