
Apenas abiertos los ojos, Otto se despereza y alza el vuelo. Poder hacerlo le hace sentirse afortunado ante los demás animales. No necesita lavarse la cara ni peinarse ni ducharse, la brisa matutina le despierta al momento. Se lanza al vacío, cae en picado hacia el suelo a gran velocidad y en el último momento, casi rozando la hierba, cambia el sentido y se dirige ufano en dirección al sol.
Otto es feliz. Ninguna otra cosa le ofrece tanto por tan poco. Baja, sube, sortea los árboles, los matorrales, las paredes, cualquier objeto que se le ponga por delante. Juega con sus amigos, se persiguen los unos a los otros entre flores, sillas, mesas, libros, jamones colgantes, perros adormilados y nubes de polvo.
Surcando los cielos conoció a Hertha: hermosa, valiente, osada, imprudente. Fue ella la que le enseñó a volar con los ojos cerrados, tal como lo está haciendo en este momento.
¡Chof!
