dijous, 16 d’abril del 2009

ALA DELTA DEL EBRO


El deporte del ala delta está pensado para gente especial, solitaria e independiente.

Aparte del gran placer que debe ser volar como un pájaro, en silencio, poca cosa más tiene de atractivo. Cuando se llega a la pista de despegue en lo alto de la montaña, hay que montar concienzudamente el armatoste que previamente se ha cargado en lo alto del coche. Esta operación dura casi media hora, ya que hay que estar muy atento de que el ala esté perfectamente montada, no sea que se plegue el aparato en pleno vuelo, y adiós muy buenas. Una vez listo y haberse disfrazado para la ocasión con el arnés, el mono, los guantes, las gafas y toda la parafernalia de rigor, hay que tener en cuenta el viento, claro. Si no sopla, no se vuela. Si es invierno tampoco, ya que las corrientes térmicas que ascienden sólo se producen en verano. Además, antes de salir hay que estar siempre pendiente del señor del tiempo de las narices, con lo cual muchas veces en que se espera sol pega una tormenta de mil pares, y tira para casa con el gozo en el pozo del vecino.
Eso, sólo para despegar.
Lo mejor viene con el aterrizaje y la recogida, suponiendo que se haya conseguido alzar el vuelo, que puede durar diez minutos o varias horas, según los caprichos eólicos y la pericia del piloto aladéltico. Una vez de nuevo en el suelo, hay que desmontar el ala y plegarla en la funda, tarea que no baja de los veinte minutos. Luego hay que llamar a un amigo, ya previamente avisado, para que le recoja (de ahí “recogida”) allá donde uno esté, a diez minutos o a cinco horas del punto de partida. Eso en la actualidad, antes aún era peor, ya que el móvil no existía y si te quedabas tirado en medio de un prado alpino había que andar hasta encontrar un teléfono con el que llamar al chófer particular, y eso podían ser unos cuantos kilómetros. Finalmente ya sólo toca esperar y tener paciencia, mucha paciencia. Es mejor ser fumador, así se soporta mejor.
Qué coñazo, ¿no?.
Y eso sólo en el plano deportivo. En lo social es casi peor. Aparte del amigo que se presta a hacer de chófer, no hay muchas más opciones de entablar amistades, a no ser que ocurra la pista de despegue o si uno se ha pegado un hostión (y no se ha matado, que esa es otra…). Como mucho, puedes congeniar un rato con un buitre o similar, si le da por hacer compañía.
De hecho, lo mejor que le puede pasar a un aladeltista es echarse novia (o novio) que le acompañe y le haga de conductor y de apoyo logístico. Esto, como es de suponer, es harto difícil que suceda: los hobbys de la mayoría van por otros derroteros. Y si hay suerte, lo más probable es que se harten y le acaben dejando a uno más solo que un búho nival.
¿Y a qué viene todo esto, si yo no practico este deporte? Yo sólo quería escribir un cuento donde saliera un ala delta…
Mañana, quizás.


(*Dedicado a mi hermano, que hace ala delta y no se come un torrao).