dimecres, 17 de desembre del 2008

FALTA DE RIEGO


Por el Catipén, el programa de radio en el que estoy metido desde hace demasiado tiempo (mi novio me tiene prohibido que lo deje), ha pasado bastante gente. El Rafa, el Alfons, el Jordi…Unos duraron más, otros menos, otros aún continuamos dando la vara todos los lunes.
Si es que alguien nos escucha, claro.
Uno de los personajes que circuló por el programa era el Dolby. Le pusieron este mote porque, según oí una vez, fue de los primeros en su pueblo en tener un equipo de música estereofónico. Otra versión es porque tocaba la guitarra eléctrica, y muy bien, por cierto. Aunque, como era tan disperso, era incapaz de acabar una canción entera. Empezaba la melodía y a los dos minutos se ponía a hacer un solo y desvariaba y desvariaba, hasta que se hartaba.
El Dolby imitaba muy bien a mucha gente, sobretodo al Cruyff. El número de teléfono de su casa, anteriormente, era de una empresa que trabajaba para toda la península. Había muchos clientes que no se sabían el nuevo número, así que llamaban a su casa cada dos por tres. Harto, se compró un contestador, y cada semana cambiaba el mensaje, imitando al ex entrenador del Barça. Lo hacía tan bien que la voz empezó a correr, y llamaba gente de todo el Estado, únicamente para escuchar las burradas que decía.
Un día le comenté si quería participar en nuestro programa, y aceptó. Al principio aprovechábamos su presencia como Cruyff para hacer una mini-tertulia futbolística, pero no acababa de quedar bien la cosa; además pensábamos que él estaba un poco desaprovechado, que podía dar más de sí. Así que le dije que se preparara su propio espacio en el programa, como hacíamos los demás: el Manolo, mi novio (y María, la novia de mi novio) escribía el editorial y entrevistaba a quien le parecía; entre Jordi y yo hacíamos un espacio de westerns antiguos. Aparte, yo también escribía cuentos chorras y surrealistas. Y no sé qué más, ahora no recuerdo.
Pero el Dolby era incapaz de pensar ni prepararse nada, entre otras cosas porque lo suyo no era la escritura, precisamente.
Así que le dije:
- Ya se me ocurrirá algo, para ti.
Y se me ocurrió: pensé en hacerle una especie de test, parecido a estos que hacen los psicoanalistas y psiquiatras (y psicólogos), cuando te muestran dibujos y tienes que comentar qué te sugieren. Lo mismo, pero con palabras.
Escribí la presentación del espacio como si fuera un parte médico, imitando a un psiquiatra argentino, claro (se me da fatal imitar, pero después de mucho ensayar, aún me quedó bien):
“El Hospital de la Santa Compaña comunica que el pasiente en cuestión no sufre de problemas mentales, ni depresiones pasajeras, ni tampoco triquinosis múltiple. El pasiente en cuestión, simplemente, adolese de FALTA DE RIEGO. Así, sin más”.
Algo así, era.
Entonces poníamos música de concentración, solemne, apagábamos la luz del estudio y yo le decía, por ejemplo: TRUCULENTO. Siempre procuraba plantear palabras no habituales, ya que el Estéreo no destacaba precisamente por su amor a los libros, ni por su gran vocabulario. Y soltaba lo primero que le brotaba de su neurona (eso ya se lo decía él mismo), siempre una chorrada de lo más surrealista y monumental. Siempre. Así hasta diez o doce palabras.
Nos tirábamos por el suelo, de la risa. A veces yo no podía ni formularle la pregunta., de tanta lágrima caída.
Cuando se me ocurrió el título, se lo comenté:
- Oye, que tu espacio se va a titular "Falta de riego". ¿Te parece bien?
- ¡Ah, si, si, está de puta madre!

Al cabo de dos semanas, lo vi en el bar de costumbre y me gritó, medio en serio, medio en broma:
- ¡Tú eres un cabrón!


Tardó quince días en pillarlo.