divendres, 13 de juliol del 2007

La Saga de Felipe Pringao, detective privao

Cuando le dije a mi padre que de mayor quería ser detective privao, del hostión que me pegó casi me arranca la cabeza. Al cabo de unos años, tras muchos collarines, le repetí el mismo cuento, pero esta vez me adelanté a sus aviesas intenciones y le arranqué la cabeza de un tortazo. Un tortazo de los que escriben la historia…Perdón, de los que hacen historia, aunque en este caso concreto escribió mi historia.
A causa del parricidio semi-involuntario me tiré en la cárcel una buena temporada, donde, aparte del carnet de conducir carritos de la lavandería, me saqué el título de detective privao por correspondencia. Durante mi larga reclusión realizaba prácticas detectivescas por mi cuenta como, por ejemplo, intentar descubrir quién había violado al preso de la celda 397. En este caso, por cierto, resultó que el violador era una mujer, cosa que aún no acabo de comprender del todo.
Estas pesquisas amateurs me acarrearon algún que otro problema: De vez en cuando aún me duele cuando me siento.
Cuando salí de prisión, sin un euro y tal, resultó que me había tocado una herencia. Ya sé que no se dice así, como si fuera la primitiva, pero es que es cierto, joder: Me tocó.
Una herencia que me legó mi padre, ironías del destino: Según parece, el pobre (bueno, no tanto), debido al piñazo que le provocó la separación corporal, no tuvo tiempo de desheredarme. M i madre, cabreadísima por no constar en el testamento, renegó de mi padre, de su cabeza, de mí y de la madre que me parió que, casualmente, era ella misma, y se hizo prostituta, para joder.
Hace tiempo que no sé nada de ella (en los garitos donde suelo ir no está, al menos).
De mi hermana tampoco sé nada; no sé si lo había dicho, pero tengo una hermana. Ya cuando estaba en la cárcel apenas me hizo una visita. Tan sólo una vez, que yo recuerde, al principio, y vino a verme para insultarme y tal por lo que le había hecho a nuestro padre. Me dejó hecho polvo, la verdad.
Afortunadamente, con el tiempo me recuperé de la bulla hermanil
y pude soportar mi larga estancia entre rejas con relativa facilidad.
No deja de ser curioso, no obstante, que a duras penas haya padecido remordimientos por arrancar la cabeza paterna.
La cuestión es que, con los moniatos que me dejó mi padre, que su cuerpo descanse en paz mas no su cabeza pues voló por la ventana y cayó encima del remolque de un camión Pegaso que en ese momento pasaba por mi calle e iba hacia las Alpujarras, pude por fin realizar mi sueño de toda la vida: montar una agencia de detectives.
Bueno, agencia de detective, pues únicamente era yo.
O séase, Felipe Pringao, detective privao.

Y muy pronto tuve mi primer caso, que lo podríamos titular “El caso del hombre sin cabeza”. Pura coincidencia? Eh?
Lo sabréis en el próximo capítulo, chatos, que esto es una historia por entregas.