dilluns, 16 de juliol del 2007

Felipe Pringao, detective privao (cap II)

Estaba yo muy contento por el cumplimiento de mi sueño, espatarrao en mi butaca nueva, con los pies encima de la mesa, fumándome un puro de quince euros, acompañado de su Knockando pertinente… Como estaba mandao, vaya.
Pero claro, ahora lo que necesitaba era empezar a trabajar.
Un caso.
Necesitaba un caso. Necesitaba un caso como el agua que necesita un whisky.
Para al que le guste el whisky con agua, claro.
Así estaba yo calibrando cuando en ese momento la fortuna llamó a la puerta (la estrenaba). Mas no apareció en forma de mujer despampanante como en las pinículas, sino que lo que vi casi me tira para atrás: Un hombre sin cabeza, vestido impecablemente con un traje negro milrayas, entró de espaldas hacia mí. Con mi habitual perspicacia, supuse que, ya que no tenía cabeza, el hombre debería ver por el ojo del culo.
De ahí su andar extraño.
Y de ahí que se subió encima de una silla, para verme mejor, con más panorámica.
Aún estaba reponiéndome de la impresión cuando el hombre me pasó al estilo Magic Johnson una nota en la que había escrito ésto: “Necesito encontrar mi cabeza de una puñetera vez. Mi padre me la arrancó de un tortazo cuando tenía diez años; desgraciadamente, no tengo ni una sola foto con la que usted pueda iniciar sus pesquisas, pero es que añoro mucho estornudar.
Puede usted ayudarme o qué?”.
Yo le respondí que haría todo lo que estuviera en mis manos o algo así, pues necesitaba moniatos. En otras circunstancias me hubiera colocado delante de él, ya que veía al revés, y me hubiera escaqueado subrepticiamente en forma de abanico hacia la salida.
Pero no era el caso. La pasta es la pasta, así que acepté: Le pedí un anticipo y le aseguré que haría virguerías, aunque no sabía como empezar.
Me puse manos a la obra, no sin antes acabarme el puro y el whisky que tenía entre manos.
Bueno, la botella entera, qué cojones, que para eso soy detective privao.
Como en las pinículas, inicié la búsqueda un poco por intuición, en los bajos fondos, preguntando a personajes facialmente sospechosos, por una cabeza suelta que pudiera andar por allí. Ya que no tenía ninguna foto, nadie sabía nada, claro. Como último recurso utilizaba una imagen de mi cliente, pero sin cabeza, o sea que ya me podía matar preguntando…
Investigué en el depósito de cadáveres, con el Instituto Forense, con el Departamento de Objetos Perdidos, con la policía; incluso me atreví con la Guardia Civil… Nada. Ni una maldita pista. Incluso contacté con MacDonalds,Kentucky Friend Chiken y Pokins, a ver si se les había colado alguna cosa más extraña de lo normal en sus suministros cárnicos.
Ni con ésas. Se me acababan las ideas.
Iban pasando los días y cada vez lo veía todo más borroso, en parte por los whiskises, que iban cayendo uno tras otro, sin cesar y sin evitar tampoco. Mi cliente, que por cierto jamás me dijo su nombre ni yo tampoco porque lo ponía en la puerta, el hombre sin cabeza, aparecía de espaldas mirándome por el ojo del culo día sí y día también, indagando sobre mis progresos. Yo le iba dando largas.
Y él me daba anticipos, anticipos que yo me pulía con celeridad.
Hasta que un día, harto ya de exprimirme la cabeza, recordé porqué estuve en la cárcel. ¿Dónde estaría la cabeza de mi padre? Eh?
Y tuve una idea espléndida. Bueno, espléndida no sé, pero es lo primero que se me ocurrió, y ya se sabe que la primera idea es la que vale.
La cabeza de mi padre desapareció en un camión que iba a las Alpujarras, no? Pues automáticamente me fui pallá, e indagué con tesón y pundonor de sabueso en esos lugares olvidados de la mano de Di… Del Dinero, quiero decir.
Nadie sabía nada del asunto, y finalmente, harto pero más cabezón aún, llegué a un pueblo amurallado en el que se entraba por una única puerta. Estilo Edad Media, sí, pero faltaba la guardia.
Instintivamente levanté la cabeza hacia las murallas y…
Encima de la puerta había una jaula con una cabeza dentro. Eso sí que era estilo Edad Media! La observé detenidamente y me dije a mí mismo: “ Coño, si es mi padre!! Mecagüen la hostia! A ti te estaba buscando!!”.
Lo que pasó fue que el camión en cuestión, un Pegaso, llegó al pueblo ése y descargando descargando encontraron la cabeza entremedio de los melones que transportaba. Y como la peña era muy supersticiosa y sigue siéndolo colgaron la cabeza de mi pobre padre en la puerta de entrada al pueblo, para protegerse del diablo, de los chorizos, de los yonquis y de los fumetas. Y también, ya puestos, de los comunistas, qué coño.
De los alcohólicos no, que eran mayoría y mandaban.
Bueno, pues esa misma noche, gracias a mi pasado de escalador a pelo, sin cuerdas ni ná (y era muy bueno, según decían), me encaramé en un periquete a la jaula deslizándome subrepticiamente otra vez asiéndome en las hendiduras muralliles. Y me hice con la cabeza de mi padre, que antaño arranqué yo mismo.
Volví a casa con rapidez, viajando toda la noche; únicamente me detuve a dormir doce horas en un área de servicio de la autopista. Me levanté fresco como una rosa y me dirigí a mi oficina, situada a tres km escasos de allí.
De mi oficina me encaminé raudo a casa de mi amigo el taxidermista del museo de cera, y después de un tira y afloja monetario me dejó la cabeza como una patena en un par de días.
Llamé a mi cliente sin tarro para comunicarle que ya estaba todo arreglado…
Este apareció en seguida, andando patrás como siempre, y mirándome por el ojo del culo (aspecto al cual nunca me acabé de acostumbrar), sudando de emoción… Lo coloqué de frente, saqué la cabeza de mi padre reluciente e impoluta, se la coloqué. No me hizo falta girarla apenas, de lo suave que encajó.
Le dije que lo sentía mucho, pero que debería seguir andando para atrás y mirar por el ojo del culo, ya que la cabeza, tras años a la intemperie, no conservaba todas sus facultades.
No le importó lo más mínimo al tío: me pagó un buen fajo de billetes y me regaló además una botella de burbon, que luego me enteré que era americano. Si lo sé le cobro el doble…
Y me dijo también que iba a aprender también a andar normal, hacia delante.
Si.
Y qué más.
El dinero me sirvió para pagar mis deudas, que ya tenía un montón, y eso que llevaba ná en el oficio.
Y…
Como había resuelto el caso, me invité a mí mismo a un burbon. Gratis.