dilluns, 23 de juliol del 2007

Felipe Pringao detective privao (cap. III)

El caso anterior, el primero, resultó muy provechoso profesionalmente hablando, ya que me lo pasé tan bien que me lo gasté todo, con dos cojones.
Y estaba en ello yo pensando cuando, de repente, un olor hiperpenetrante me tumbó de espaldas: una catipén hipohuracanada me dejó conmocionado por unos instantes interminables, hasta que mi pericia subliminal y mis reflejos innatos encontraron unas pinzas de hacer calçots debajo de la mesa, que coloqué rápidamente en mi nariz, apretando con firmeza.
Si dudarlo un ápice abrí de par en par las ventanas para que aquel tufo nauseabundo se abriera con celeridad de mi despacho. Me volví y vislumbré, aún con los ojos enrojecidos, a un hombre rechoncho con peinado estilo monje, bajito y con una mirada acorde con su olor, taimada, felina, de malignas intenciones. Un calco de Peter Lorre, pero a color y con olor.
Tras acostumbrarme a duras penas al ambiente, me dispuse a escuchar y oler aquel estercolero andante. Dijo llamarse Ramon Nariz, y estaba desesperado el tío, pues decía que había desaparecido su china. Decía que no podía vivir sin ella: su china le transportaba al paraíso, le hacía olvidar sus desgracias, le hacía reir, le hacía llorar, le hacía sentirse vivo. Le hacía feliz, vamos.
Era la única razón de su existencia.
Yo le contesté que cortara el rollo, que no me contara su vida, que mi tiempo era un bien precioso. Le pregunté si era china, japonesa, de Indonesia, del Vietnam o coreana, más que nada por preguntarle algo… No, que era china, china auténtica, china de la China. Y le fui haciendo preguntas rápidas para ver si se iba pronto el tío: la atmósfera se tornaba irrespirable.
De lo que me iba contestando el señor Nariz iba encajando las piezas del puzzle con mi temple y saber estar: tenía que estar la china en su casa, ya que según él no había podido salir de ella de ninguna de las maneras, y además no tenía perro, con lo cual la opción canina quedaba descartada por completo. Mientras barajaba hipótesis mi cerebro y mi cliente iba cascando, mi mano izquierda seguía sosteniendo con firmeza las pinzas que tapaban la nariz.
Mi nariz, no la nariz de Nariz.
De golpe me dio el punto le solté que se callara de una puta vez y le pedí que buscara en sus bolsillos, Buscó y rebuscó con ahínco en su abrigo, mas no encontró nada aparte de alguna que otra tacha. Y…
Y entonces comprendí.
Todo cuadraba.
Anteriormente, cuando entró el señor Nariz a mi oficina, observé que andaba un poco ladeado, con el hombro derecho más caído que el izquierdo: es decir, que iba un poco de canto. Le pedí que me prestara su abrigo un momento y lo sopesé con detenimiento. Lo levanté como si lo fuera a tender y noté que mis brazos se iban ligeramente hacia uno de los lados.
Estaba claro, uno de los lados del abrigo pesaba más que el otro.Como había sospechado. Tomé unas tijeras de podar que siempre tengo en palanca y fui cortando la prenda a tiras ante la mirada estupefacta del señor Nariz. Y en un momento dao las tijeras de podar se toparon con algo duro. Rasgué la tela y extraí una china de hachís de 125 gramos, luego la pesé. La muy ladina se había colado por el forro del abrigo del señor Nariz, que tenía un agujero. Cosa muy normal, por otra parte, ya que ahora los abrigos que venden llevan unos forros de mierda y en cuatro días se agujerean, joder, que ya está bien.
Con que una china de hachís, eh? Mi error de apreciación al principio se debió se debió sin duda a la peste que metía el Nariz éste, que me anestesió malamente durante un buen rato.
En fin, caso resuelto. Nariz se puso loco de contento y alucinó aún más que yo hubiera resuelto el caso sin moverme de mi oficina, como en las pinículas. Me ofreció el oro y el moro, pero yo le dije que con el oro ya tenía bastante. Pa qué quería yo un moro, a ver? En todo caso una mora, o una tarta de ellas…(*)
Además, Nariz me invitó a unas petillas-degustación, y bueno, la cosa acabó como acabó, qué os voy a contar. Ese día, en vez de Felipe Pringao detective privao me convertí en Felipe Pringao detective fumao.
Pero la pinza en mi nariz, no en la nariz de Nariz.
Que por cierto, ahora que lo pienso, era un poco gilipollas.


(*) Sólo es un juego de palabras.