dimecres, 30 de juliol del 2008

III. ASUN Y LOS DOS BOTONES



Una vez me regalaron un abrigo negro. Perdón, gris marengo. De lana, estilo clásico, lo que se conoce habitualmente por un tres cuartos. Antes llevaba prendas más largas, tipo gabardina, pero ya no hace tanto frío como hace unos años.
Cosas del cambio climático, según los expertos.
Echo de menos, las gabardinas.
Llegó la Asun a las tres, como siempre puntualísima, excepto cuando la tusa se retrasaba (autobuses de la empresa TUSA, ahora Tubsgal). Cuando llegó mi hora de tomar algo, saqué el abrigo de mi taquilla y al salir, la Asun me vio y exclamó:
- Caram, quin abric més xulo que portes!
- Gràcies, me’l van regalar ahir.
Ya teníamos tema de conversación durante dos semanas por lo menos: el dichoso abrigo.
Cuando encontraba algo qué hablar, la Asun se convertía en una ametralladora Thompson (la que llevaban los mafiosos de los años 30) de las palabras. El problema es que tenía muy pocas cosas que le interesaran, o quizás en su cabeza (y eso que la tenía grande) no cupiera mucho. Muy pocas. A saber:
1. Su padre.
2. Su madre (ya fallecida).
3. Todo lo relacionado con su padre y su madre.
3. Recuerdos de su infancia y juventud (siempre eran los mismos), con su padre y su madre siempre por enmedio.
4. La Seguridad Social, pero cuando entró, con dieciocho añitos.
Y poca cosa más.
Cuando volví, pasó al ataque, sin piedad alguna:
- Pues es muy bonito, tu abrigo. Debes ir muy contento por la calle, eh? Vas muy elegante, las mujeres se te rifarán…
- Si, seguro-, contestaba yo, sin entusiasmo.
Ya se había arrancado:
- Mi padre tiene uno parecido, es marrón, de espigas, y tiene unos botones como los tuyos, así, jaspeados, bien grandes.
- Ah…
- Y también tiene cuatro, como el tuyo!
- Ah, collons…
- Te queda casi tan bien como a mi padre, es casi tan alto como tú.
- Ah, cojones...
(Iba cambiando la interjección, para no aburrirme…).
- El abrigo de mi padre es de más calidad, se lo regaló mi pobre madre, que se murió de un mal malo (un mal dolent, en catalán), y aún lo lleva cuando sale a pasear por la calle del Mar, y le sienta como un guante, y…
Y así dale que te pego, hasta que se iba a merendar (ver capítulo II).
Cuando volvía, seguía con la misma matraca, pero yo ya no decía ni ah, ni collons, ni cojones ni nada, sólo asentía con la cabeza, sin mirarla.
Así siguió, pesada como nadie, unos cuantos días. Maldito el momento en que me regalaron el abrigo de marras.
Una tarde dejó de hablar de ello. Ya era hora, pensé.
Al acabar la jornada, cuando la Asun ya no estaba (se iba antes, no sé porqué), fui a ponerme el abrigo. Cuando fui a abrochármelo, cuál no sería mi sorpresa que me faltaban dos botones del medio, de los cuatro que tenía.
Estaban bien cosidos, y habían cortado el hilo con unas tijeras.

Mejor dicho, la Asun había cortado el hilo con unas tijeras, llevándose los botones para el abrigo de su padre.
Quién iba a ser, si no?
Quién coño iba a robar DOS botones de un abrigo?
Me pegué un hartón de reír, de lo surrealista de la situación.
Y nunca le he dije nada sobre esto, a la Asun.
Para qué? Para que me montara un pollo de mil pares?

Deixa, deixa...