dissabte, 28 de juliol del 2007

Felipe Pringao detective privao (cap. IV)

Era una mañana brumosa, brumosa, triste, de pinícula inglesa… Había estado lloviendo durante seis días, sin apenas asomar el sol, y el viento soplaba con fuerza, salpicando con fuerza la lluvia contra los cristales de la ventana de mi oficina. Ello hacía que pensara en otra cosa parecida, pero no me apetecía ir al lavabo… Me había dejado influir por este tiempo de perros, y mi moral estaba cada vez más por los suelos. Además la noche anterior me dopé, así que tenía el bajón y encima no pude apenas pegar ojo.
Y me sentía solo. Muy solo. Hacía una semana por lo menos que nadie aparecía por la oficina y el teléfono apenas había sonado: sólo un capullo llamó a las cinco de la mañana y se había equivocado de número. Encima. La soledad me oprimía y mucho, así que resolví contratar una secretaria, al menos me haría compañía. También me podía comprar un loro, pero me hacía más gracia una chati.
Es la verdad.
Así que llamé al periódico para poner un anuncio de trabajo: “Se necesita secre, a poder ser de muy buen ver, para agencia de detective privao. No imprescindible experiencia. InteresadAs llamar al 555 3104”.
Puse los pieses sobre la mesa, encendí un cigarrito, me serví un whisky (esta vez un Dimple) y esperé.
Quién dijo que me sentía solo? Yo, no? Pues me equivoqué: Al día siguiente se me llenó la oficina de mujeres. La cola llegaba hasta el Prica, situado a cuatro kilómetros: En un solo día entrevisté a 2752 posibles secretarias, acabé reventado; no sabía yo que hubiera tanto paro, caramba.
Debería empezar a leer algún periódico un día de éstos…
Por fin me decidí y contraté a la candidata número 1432: Se llamaba Fátima Tabaco, pero no fumaba. La seleccioné porque estaba que te cagas, para qué me voy a engañar a mí mismo. También porque sabía contar historias, como la Scherezade ésa de las Mil y Una Noches, y con eso ya tenía suficiente.
Además aceptó las condiciones económicas sin rechistar, y eso que era un asco de salario. Le dije que la esperaba mañana mismo, a las nueve en punto.
Las nueve en cuestión y Fátima Tabaco, mi nueva secretaria, aún no había aparecido… Bueno, pensé, con este tiempo puede haberse retrasado, es normal. Pero llegaron las diez, las once, las doce, la una y unas cuantas más, y yo seguía esperando…
Ya empezaba a estar hasta… Hasta que, a las diez de la noche, al fin, sonó el teléfono. Una voz de cazalla habló al otro lado del hilo. Me decía ésta que si quería volver a ver viva a mi nueva secretaria, Fátima Tabaco, que por cierto no fumaba, debería llevar un maletín de color fucsia con medio millón a la esquina de la calle SanBenito Puto con la Avenida San Millán de los Cogollos, y que esperara allí.
Le respondí que vaya putada que me estaba haciendo, con el tiempo que hacía fuera. El cazalla me contestó que él ya se había empapado, y que no había para tanto, y que yo mismo: Tenía media hora justa para estar en el punto acordado.
Y colgó.
Me pregunté que qué me importaba a mí que el tío se hubiera mojado, y muy a pesar mío me dirigí al coche con un maletín de color fucsia pintado con plastidecor. Quién iba a comprar algo así? Yo no, desde luego, faltaría más. Y tuve suerte que aún me quedaba pasta de la herencia en palanca, y más tuvo Fátima Tabaco de que yo la tuviera.
Ya me estoy liando…
En fin, cagándome en todo me dirigí andando, sin paraguas, al punto acordado, calándome hasta los huesos. De la que caía apenas sabía qué dirección tomaba, pero al final conseguí llegar a tiempo a la esquina de marras. Y allí no había nadie.
Bueno, si, estaba yo, el listo. Lo que sí había era una nota escrita con spray en la pared que decía: “Ahora dirígete al barrio del Copón, a la calle General Tufillo, esquina Taladro. Y ojito que te estamos vigilando”. Estaba yo que trinaba ya y seguía lloviendo a capazos, pero me fui pallá.
Cuando llegué a General Tufillo tampoco había nadie, y encima no encontré ni un solo taxi, cosa normal en el Copón, y más lloviendo a mares. Otra nota pintada en la pared decía así: “Pareces un bacalao remojao, matao. Vete ahora a la calle Chicle esquina Pegadolsa y espera. Y recuerda que te estamos controlando”. De allí de nuevo me enviaron al paseo del Cepillo , de ahí a la calle Deshollinador de Boston, y de ésta a la calle La Madre que me Parió.
Tampoco aparecía nadie, así que, harto ya de ir arriba y abajo, saqué un rotulador del bolsillo y escribí en la pared de la esquina: “Mira, tío… Por mi como si te la machacas con un martillo pilón y luego te tiras al Nilo en forma de abanico, cual martín pescador. A Fátima Tabaco le dices que lo siento mucho pero que se pida un cigarro antes de que la matéis, y que se lo fume, claro. Hala, que te den morcilla, cabrón, que eres un cabrón”.
Y me fui a mi casa, mojado pero tranquilo. Si una secretaria me tenía que dar problemas antes de empezar a trabajar, era mejor no tenerla, me dije. Además, seguramente no la matarían, pues estaba muy buena. Y había conservado el dinero, o sea que me daba lo mismo.
Lo único que saqué de toda esta historia fue un catarro sobrenatural que me dejó la voz de gangoso durante un mes y la nariz ejerciendo de grifo.
Incluso sopesé cambiarme temporalmente el nombre: Felipe pringao detective mojao, pero al final lo dejé correr.