dissabte, 28 de juliol del 2007

Felipe Pringao detective privao (cap. V)

EL CASO DE LA BANDERA DE MONTJUICH (con hache).

El hombre entró a saco en mi despacho. El muy bestia casi se carga el marco de la puerta del portazo que pegó. Estaba gordo, muy gordo, sudaba como un cerdo, llevaba bigotillo fino, gafas de sol de ésas que te reflejan el careto y el pelo engominado y peinado hacia atrás. A pesar de tamaña estampa me mantuve impasible, observándolo detenidamente, y en un plis plas decidí que me daba muy mal rollo.
Pero que mucho.
Me empezó a soltar su perorata gritando y gesticulando como un energúmeno, expulsando capellanes por toda la oficina. Le dije que si no bajaba la voz le iba a atender su prima, que a mí no me gritaba ni Dios… José Antonio Alcázar, que así se llamaba el tipo, me replicó que él era muy macho y que su hombría implícita le impedía bajar el volumen, con lo cual y a la vista de que casi estaba en números rojos le indiqué que saliera al pasillo y desde ahí me gritara lo que le diera la gana.
José Antonio Alcázar era, como se dice vulgarmente, un facha. Hijo de legionario que sirvió junto a Franco en África, participó en la División Azul como manicura del general Muñoz-Grandes y fue condecorado por el mismísimo perro de Hitler con la Cruz de Hierro de primera clase por salvar a su perro, miembro de Falange, Fuerza Nueva, Triple A, amigo personal de Blas Piñar, Ynestrilllas padre, Milans del Bosch y demás elementos.
Una monja, vamos…
Me contó que, tras la muerte del Glorioso Caudillo, España había caído irremediablemente en el abismo judeo-masónico, la amenaza marxista y el infierno comunista; ellos, los salvadores de la patria, habíanse visto obligados a refugiarse en sus nostalgias de los tiempos aquellos en que la madre patria funcionaba como Dios manda. José Antonio Alcázar padecía, según decía, una profunda depresión desde hacía ya veinticinco años, mitigada por los recuerdos y objetos recopilados durante tantos lustros de bienestar y progreso: sables, espadas, uniformes de la guerra, discos de piedra con el “Cara al Sol” interpretado por el mismísimo Serrano Suñer (q.e.p.n.d.), discursos de Franco en directo, etc, etc…
Y la bandera, la joya de la colección, el estandarte rojigualdo de la verdad suprema con el Águila de San Juan al frente, que presidió toda ufana ella el desfile de la Victoria de Barcelona, en 1939.
Pues bien, ésta había desaparecido.
Me pidió, gritando, claro, que por el amor de Cristo Rey la recuperara, ya que si no fallecería de pena o haría alguna tontería, pues no podía sonarse sin otra cosa que no fuera su bandera querida, su reliquia, su amor…
Le referí mis honorarios, y aceptó y yo acepté a mi pesar, pero sólo si me pagaba en duros del rey, no de Franco, a lo cual, a regañadientes dio su consentimiento…
Me puse en seguida manos a la obra: el primer paso era infiltrarme en los grupos fascistas de marras: frecuenté el Valle de los Caídos, la Casa del Legionario, me afilié a La Falange, entablé amistad con el hijoputa del Ynestrillas hijo e incluso me aprendí de memoria el “Caralsol”, además de dejarme bigotiyo y llevar gafas oscuras…
Joder, lo que hay que hacer por la pasta!!
Pero todos los esfuerzos realizados no me conducían a ninguna parte, ya imaginaba que lo tenía crudo pero no tanto, ni una maldita pista: Estos cabrones son impenetrables, caramba…
Un día, harto ya, me acerqué al Museo Militar de Montjuich(con hache); quizá allí supieran algo. Los bedeles de estos lugares, como cobran una miseria, se dejan untar con una facilidad pasmosa, y me dediqué a ello, claro.
Y bueno, tras varias untadas, la encontré: En la sala llamada del Movimiento allí estaba, en primera fila, como si recordara tiempos pretéritos: El bedel, un tipo de Frejenal de la Sierra según me dijo, me contó que el tal Ynestrillas se la vendió al director del museo por 1000 duros de Franco. El tío se la había robado a un compañero de ideales, un coleccionista fanático de símbolos y demás chorradas franquistas.
Ese compañero era, en efecto, José Antonio Alcázar…
Y como no tenía ya más dinero para sobornos, y estando solos, pues quién coño iba a ir a un museo como éste, le metí cuatro hostias al bedel, dejándolo estabornido al instante, y me agencié la bandera en un tiquitaque.
Y me fui tranquilamente ya que sabía que no podían denunciarme por robar un objeto ya robado (cosa que no es cierta, pero bueno, teóricamente si…)
Quién roba a un ladrón tiene 100 años de perdón, dicen.

(Tampoco me creo nada, pero aquí acaba este capítulo).

Ah, le pasé el trapo de los huevos al Alcázar, mi cliente, cobré y todo, y afortunadamente no lo he vuelto a ver, pero me temo que no tardará en aparecérseme.
Es la putada de ser detective privao, que siempre tienes estas sensaciones tontas.