divendres, 14 d’agost del 2009

UHLISES (Cap II). Los lotófagos.








A bordo de su bajel “Bribónides IV” (ya los antiguos griegos usaban la grafía latina antes que los propios romanos) Ulises zarpó, por fin, junto con su tripulación, en busca de su amado reino. Iban bien pertrechados de víveres para mucho tiempo, pues la travesía se antojaba larga, azarosa y repleta de peligros acechantes.
- Vatericles, como te vea echar mano de los chorizos te cuelgo del tuyo en lo alto del mástil. ¿Ha quedado claro?-, gritó Uhlises a un rollizo remero del fondo a la derecha (como los lavabos, por eso le apodaban así).
- No os preocupéis, oh, gran Uhlises, rey de Hítaca; procuraré refrenar mis impulsos más primarios en aras de la comunidad y del interés general- respondió Vatericles, un poco avergonzado por su perenne gula.
Euríloco, el contramaestre, gritó desde la proa, dirigiéndose a los remeros:
- ¡Pandilla de holgazanes! ¿A esto le llamáis remar? ¡Hasta una tortuga boba avanzaría más que vosotros! ¡A este paso no llegaremos nunca a Hítaca! ¡Coldpléyade! ¡Ameniza y da ritmo con tus cánticos a estos inútiles!
Tras las proféticas palabras de Euríloco, como se comprobaría más tarde, Coldpléyade se arrancó:
- Yo solía gobernar el mundooooo, los mares crecerían cuando yo diera la palabraaaa, ahora en la mañana limpio soloooo, limpio las calles que solía dominaaaaar … -, y al poco se desató una terrible tempestad. Poseidón había sido despertado por los berridos de Coldpléyade e, irascible como era después de la siesta, removió las aguas con tal fuerza que el “Bribónides IV” fue desviado de su rumbo, perdiéndose en el horizonte a merced de los designios del dios del mar.
- ¡Cagüen Apolo, el dios de la música!-, tronó Poseidón- ¡Seguro que se encontraba de fiesta con Dionisos el día que nació ese tipo!¡Hala, esto os enseñará a despertarme de la siesta de este modo tan cruel!.


Durante la tempestad los navegantes perdieron la mayor parte de las provisiones, para gran desesperación de Vatericles, y un par de marineros cayeron por la borda, desapareciendo para siempre. Mas no Coldpléyade, para desgracia de todos. La tripulación, enfurecida, quiso arrojarlo al fondo marino atado a un arcón lleno de piedras, pero en el barco no habían piedras. Uhlises, movido por un parentesco lejano con el cantor de marras (perdón, no era de Marras, sino de Mileto), impidió el asesinato, a cambio de coserle la boca con hilo de pescar, acto que calmó al resto de tripulantes del “Bribónides IV”.
- Adefesio, te harás cargo de su cuidado. Dale de comer con una pajita-, sentenció el monarca viajero.
Euríloco se acercó a Uhlises.
- La ira de Poseidón nos ha desviado de nuestra ruta, y no tengo ni idea de dónde nos encontramos, oh, gran héroe de Troya.
- No me hagas la rosca, anda, que te tengo clichado. Vaya contramaestre que tengo, que no sabe ni dónde está…
Así estaban las cosas en el bajel, cuando…
- ¡Tierra!¡Tierra a la vista!- vociferó desde lo alto del palo mayor Dioptrío, el vigía.
Uhlises se volvió hacia donde le señalaban, escudriñando con su felina vista la costa que se alzaba ante sus ojos.
- Por su silueta no parece Hítaca, por Artemisa…-, comentó-; no obstante, pongamos rumbo hacia allí y busquemos un lugar donde desembarcar. Debemos aprovisionarnos de nuevo y encontrar agua dulce, que también se ha perdido con la tempestad de las narices.
Después de anclar el “Bribónides IV” en una pequeña ensenada, la tripulación al completo descendió del barco y se dispuso a explorar la zona a la búsqueda de alimentos.
- Tú te quedas aquí- dijo Uhlises mientras ataba al palo de mesana a Vatericles, en previsión de que pudiera zamparse lo poco que quedaba-; si nos acompañas corremos el riesgo de que volvamos con las manos vacías. Vigila el barco y si ocurre algo por aquí extraño pega un grito, igual te oímos y todo.
Una vez en tierra, en seguida se toparon con un grupo de personas vestidas únicamente con taparrabos. Uhlises, por si acaso fueran violentos (y no le apetecía nada ponerse a cortar cabezas tras lo de Troya), sacó de su zurrón unos cuantos abalorios y chatarra brillante y los ofreció con una reverencia al que parecía el cabecilla:
- Yo brindar estos presentes en nombre de Uhlises, hijo de Laertes y Anticlea y soberano del Hítaca, una isla que estar en el V olivo.
- Qué raro hablas, extranjero! ¿No te sabes los tiempos verbales o qué? – respondió Bonoloto, en efecto, el jefe-. Excúsanos por declinar tan asqu… tan admirables regalos, mas los lotófagos, nuestro pueblo, no tenemos necesidad de otra cosa que no sea esta flor, el loto, nuestro único alimento. Todo lo demás nos sobra.



Uhlises, poseedor de vasta cultura, había oído nombrar a dicho pueblo. Sabía que, si se comían dichas flores, que se encontraban por todo el territorio en gran abundancia, se olvidarían de todo de todo de todo y querrían quedarse a vivir allí para siempre, sumidos en un feliz e interminable sopor.
- No hace falta deciros que nuestra mítica hospitalidad os ofrece todo el loto que os apetezca-, convino Bonoloto.
- Te lo agradezco mucho, oh, amable Bonoloto, pero aún nos quedan vív…- y no acabó la frase: tres de sus hombres ya estaban paciendo a cuatro patas, como de vez en cuando algunos héroes griegos.
Al ver esto, Uhlises se abalanzó sobre ellos (no, no para eso, mal pensados) y les arreó una patada en la boca a cada uno, desparramando por el suelo dientes y loto a medio masticar.
Demasiado tarde: los tres estúpidos marineros estaban ya poseídos por los efectos loteros: se les hubiera extirpado el bazo y ni se hubieran enterado, henchidos de felicidad como estaban. Y encima no se querían ir, así que agarró el enorme escudo que le regalaron el día de su santo y lo estampó en las respectivas cabezas, dejándolos inconscientes.
Los lotofagueros estaban atónitos ante tal comportamiento. No conocían la violencia.
- Pero qué pimientos haces, oh, barbudo extranjero cargado de roña?
- ¿Y qué quieres, si en el barco no hay ducha… ¿Me lavo a salivazos? ¿A que te arranco la cabeza?- replicó, furioso, Uhlises. Tenía mucha hambre, y eso le causaba gran irritabilidad - Mira, me voy a llevar ahora mismo a estos capullos al barco (a éstos y a todos los demás) y pobre de ti que hagas el menor ademán de impedirlo. ¿Ha quedado claro, Primitivo, Bonoloto o como te llames?
- Bonoloto, me llamo Bonoloto. No te preocupes, Uhlises, viendo cómo las gastas no tenemos ninguna intención de impedir tu marcha. Que los dioses te acompañen, o no. Me importa una deposición de minotauro.
Uhlises, con semblante iracundo, clavó sus ojos en Bonoloto.
- Mira, comedor de alfalfa, no te machaco los huesos porque tengo prisa, me espera mi Penélope.
- La del Serrat?
- La misma que viste y va descalza.
- Pues pobre Penélope, que no le pase nada…- murmuró bajito Bonoloto.
- ¿Qué has dicho?
- Nada, nada, habrá sido la brisa que esparce Eolo, que a veces susurra cosas.
- Ah, pensaba…- Ulises se volvió a sus hombres: - ¡Venga, agarradme a estos tres desgraciados y embarquemos de una vez!

Al cabo de poco, el “Bribónides IV” ya se encontraba en el horizonte, viento en popa a toda vela y eso. Uhlises tenía la esperanza de ver pronto la costa de su querida Hítaca.

Qué ihluso, Uhlises…

dijous, 13 d’agost del 2009

UHLISES. La partida (cap. I)


Troya, tras lo del caballo, ardía por los cuatro costados.
Uhlises estaba hasta el gorro frigio de la maldita guerra, después de tantos años pegando espadazos a diestro y siniestro.
- Mira, Agamenón- le dijo al comandante en jefe de todos los griegos, limpiando de su cuerpo serrano la sangre de sus enemigos después de la última batalla-, me da lo mismo que tu cabeza y ojos sean como los de Zeus, tu faja como la de Ares y tu pecho, aunque con pelo, como el de Poseidón. Me la barniza, en serio, y me largo, si no te importa. Mi mujer Penélope, a la que Serrat, al cabo de infinitas lunas, le hará una canción, igual me espera aún, aunque mucho lo dude, ya que la carne débil es.
- ¿Y qué pasa con Telémaco?- respondió Agamenón.
- Tienes razón, oh, gran jefe… También hubiera podido componérsela a él, total… “Telémaco, con su bolso de piel marrón y sus zapatitos de tacón y su vestido de Domingo, Telémaco, se sienta en un banco en el andén y espera que llegue el primer tren meneando el abanico”…- cantó Uhlises, alardeando de voz-; ejem… La verdad es que si lo viera ahora no lo reconocería, partí de Hítaca cuando él acababa de venir al mundo. Supongo que debe de ser todo un mocetón. Ardo en deseos de reencontrarme con ellos y ver de nuevo el monte Nérito, Agamenón. Esto… Pues eso, que vuelvo a mi hogar. Que los dioses os sean propicios y con lo que de ello se desprende.
- Que Manitú te acompañe y proteja en tu azaroso y largo viaje, oh, gran Uhlises de Hítaca-, contestó Agamenón solemnemente.
- ¿Manitú? ¿Es un dios nuevo, éste? ¿Qué pasa, no hay suficientes en el Olimpo?
- Bueno, éste vaga por las praderas, según parece. Es un dios extranjero. Como puedes observar, querido Uhlises, Grecia ya no es lo que era-, replicó el aún jefe de los helenos.
- Cuánta sabiduría recogen tus palabras, oh, Agamenón de Micenas. A mí tanto dios me confunde un poco, como la noche a Dinio de Éfeso. Dale recuerdos a Clitemnestra cuando regreses a Creta. Hala, adiós.
- “¿Clitemnestra? ¿Ésa? Cualquier día me mata, en cuanto le dé la espalda. A eso se le llama tener el enemigo en casa; aunque tampoco me extraña, sacrifiqué a los dioses a nuestra hija…”- pensó Agamenón mientras observaba zarpar al rey de Hítaca y a su tripulación – “Si por mi fuera, me quedaría por aquí, con mi ejército. Además, no echo mucho de menos su lecho: después de haber probado el pescado, no sé qué es mejor, la verdad”.
Uhlises también tenía el enemigo en su hogar, pero eso él aún no lo sabía.
Y tardaría mucho tiempo en averiguarlo.

dilluns, 10 d’agost del 2009

OTTO


Apenas abiertos los ojos, Otto se despereza y alza el vuelo. Poder hacerlo le hace sentirse afortunado ante los demás animales. No necesita lavarse la cara ni peinarse ni ducharse, la brisa matutina le despierta al momento. Se lanza al vacío, cae en picado hacia el suelo a gran velocidad y en el último momento, casi rozando la hierba, cambia el sentido y se dirige ufano en dirección al sol.

Otto es feliz. Ninguna otra cosa le ofrece tanto por tan poco. Baja, sube, sortea los árboles, los matorrales, las paredes, cualquier objeto que se le ponga por delante. Juega con sus amigos, se persiguen los unos a los otros entre flores, sillas, mesas, libros, jamones colgantes, perros adormilados y nubes de polvo.

Surcando los cielos conoció a Hertha: hermosa, valiente, osada, imprudente. Fue ella la que le enseñó a volar con los ojos cerrados, tal como lo está haciendo en este momento.

¡Chof!

- ¡Caramba, cuantos mosquitos hay por aquí!-, protesta Dieter mientras conduce su Royal Enfield por la carretera que lleva a Wolfburg y cierra, precavido, la visera del casco.




Otto, al ser retirado del casco de un apesadumbrado Dieter.

divendres, 31 de juliol del 2009

EL GRAN DUELO (una de vaqueros)

Nabo City, el día de la fiesta de las carretas, en 1889.








En Nabo City(1) se avecinaban nubarrones de desmedida violencia sangrienta. Era mediodía, habitualmente la parte del día con más ajetreo en las polvorientas y destartaladas calles de la ciudad, pero aquel día no se avistaba un alma: todas las ventanas permanecían cerradas a cal y canto, selladas, los habituales perros sarnosos a la sombra habían desaparecido como por arte de magia, los caballos atados a los postes delante del saloon habían mordido sus correas y habían huido despavoridos hacia el desierto desierto, los buitres encaramados al cartel de madera en la entrada de la ciudad habían emigrado al cartel de Khalahorra Creek(2), el pueblo vecino, con el charlatán vendedor de crecepelo tras ellos intentando colocarles su mercancía, ya de paso; el sherif, Pat Garrido(3), casualmente, mira tú por dónde, había ido a pescar barbos al río Lunares(4), y eso que estaba seco (el río, claro, Pat Garrido llevó siempre encima su legendaria petaca de whisky). Incluso los matojos rodantes de rigor dejaron de hacer acto de presencia por la avenida principal, a pesar del fuerte viento.




Hasta el whisky se había evaporado (menos el de Pat Garrido).


Y es que aquel mediodía todos sabían que Perkins “The Capullo”(5) y Flannagan “The Vacilón”(6) iban a ajustar cuentas.


El duelo tuvo su origen en una solemne estupidez, como siempre. Dos días antes Perkins entró en Nabo City a lomos de su caballo “Flecha” (que tenía la mili hecha), cuando pasó por delante de “The Vacilón”, el cual se encontraba en el porche de la barbería vacilando (cómo no) con la mirada a todo el mundo, incluso a las gallinas que correteaban por las calles.


Se fijó en la cara de “The Capullo”: era acorde con su alias. Avanzó hacia él, cortándole al paso.


- ¿Tú eres Perkins “The Capullo”, no es cierto?

- Pues sí. ¿Pasa algo?


Flannagan “The Vacilón” separó las piernas vacilonamente, cómo no, y colocó las manos en el cinturón. Miró fijamente a Perkins.


- Tu caballo me ha relinchado.


Perkins “The Capullo” le devolvió la mirada y escupió al suelo, pero el viento reinante cambió el sentido del escupitajo y fue a parar a su propio ojo derecho.


- Desde luego, hijo, haces honor a tu nombre-, sonrió socarronamente Flannagan “The Vacilón”.


Perkins se limpió la cara con cara de pocos amigos.


- Bueno, y qué, si te ha relinchado. Suele hacerlo habitualmente. No le he oído jamás hablar, ni rebuznar, ni ladrar, ni se ha marcado nunca un maullido de puma.


- No me gusta que me relinchen-, respondió Flannagan, arqueando aun más sus patas. La culata blanca anacarada de su Colt calibre 38, repleta de muescas, ya asomaba, y resplandecía al sol abrasador del sur de Texas.
Revólver de Flannagan "The Vacilón". Museo del Forajido, Carson City.



- ¿Y qué quieres que haga, que lo mate? ¿Que le meta una colleja? ¿Que le deje sin postre?,- masculló irónicamente “The Capullo”.


“The Vacilón” le miró más fijamente aún, si cabe.


- Esta ciudad es demasiado pequeña para los dos.


- Y tú nunca debiste cruzar el río Lunares.


- No era el Mississipi?


- Es que le dado a la frase un punto más personal.


- Ah… Bueno, pues que sepas que ya sé que eres el hombre más duro al sur del Lunares… Después de mí.


- No era el Picketwhite?


- Si, pero hoy tengo el día original.


- Te voy a freír a balazos.


- Lo siento, pero no me gusta la carne frita.


- Siempre llevas el revólver encima?


- No, sólo cuando lo llevo.



Así se tiraron horas, diciendo las frases de rigor, hasta que empezó a ponerse el sol.


Se acercó Ben T. Packah(7), el dueño del saloon:


- ¿Qué? Os hago un plano? Para cuándo el duelo de marras? ¿Y porqué no lo acabáis de dirimir en mi garito, en vez de acabaros de achicharrar al sol?


Perkins “The Capullo”, alzando los ojos hacia el rojizo sol en su retirada diaria, dijo:


- ¿Quieres un trago?


Flannagan “The Vacilón”, mientras liaba un cigarrito mirando al suelo, respondió:


- Ya que he empezado de buena mañana con whisky, no veo por qué cambiar… Pero mejor que te bajes del caballo antes de entrar en el saloon, “Capullo”.


- Pues también tienes razón.


Dentro del garito, después de unos cuantos copazos, unas partidas al poker, unas magreadas a las desvergonzadas bailarinas y un par de peleas múltiples con sus correspondientes destrozos de mobiliario, Perkins “The Capullo” y Flannagan “The Vacilón”, a pesar de que ya se habían hecho colegas de barra, entre risas etílicas decidieron la hora del duelo: al cabo de dos días (para pasar la resaca), delante del saloon, a mediodía, cuando el Lawrence más pega.


Las doce, dos días después. Por la entrada sur de Nabo City se acercaba lentamente una silueta. Por la norte, otra. Los brazos entreabiertos, las piernas arqueadas, el clinc clinc de las espuelas, el sudor en la frente.


Por un lado, Perkins “The Capullo”. Por el otro, Flannagan “The Vacilón”.


Después de irse acercando durante tres horas, finalmente se detuvieron a la distancia pertinente.


- Ya era hora, cojones. Qué rollo de parafernalia… -, pensó Perkins “The Capullo”.


- Coño, me pesan las piernas, de andar tan despacio…-, reflexionó Flannagan “The Vacilón”.


Media hora más, mirándose el uno al otro fijamente a los ojos.


- Seguro que se está pensando en la frase más pomposa...-, pensó el uno.


- “Dale recuerdos a Dios, Capullo”… No, demasiado zafia… “Voy a darle trabajo al sepulturero, Capullo”… Jo, tampoco… Algo que rimara estaría mucho mejor…-, pensaba el otro.


Por fin, Flannagan “The Vacilón”, un poco más impaciente que su adversario, gritó, orgulloso de su frase:


- ¡Lo siento, majo, que te la pique un escarabajo! ¡Saluda de mis partes al Señor, con él vivirás mejor!


Perkins “The Capullo” respondió divertido:


- Que patético eres, hijo!¡Vaya mierda de rima!¡ Lástima que no tengas más tiempo para practicar la métrica… ¡Sólo por lo malo que eres te voy a dejar hecho un colador! ¡“Vacilón”!


Momentos de suspense, las manos que rozan las respectivas culatas.



...........


Desenfundaron ambos al mismo tiempo.


Clic!


Clic!


Clic clic clic!


Clic clic clic!


- Mecagüen San Manitú! ¡Olvidé las balas en casa de Molly!-, exclamó Perkins “The Capullo”.


- ¡Cagüen el diez de picas!¡ ¡Me he dejado las balas en casa de Virgil!- , maldijo Flannagan “The Vacilón”.


Los dos pardillos se estuvieron un buen rato con los brazos en jarras, sin saber qué hacer ni qué cara poner. Al cabo de un cuarto de hora, se entreabrió una ventana del piso de arriba de la tienda de ultramarinos desde donde resonó una voz:


- ¿Qué? ¿Os hago un plano? ¡Que es para hoy!


Era Ben. T. Packah, con su frase favorita, ávido de sangre, como toda la ciudad.


Perkins “The Capullo” se secó el sudor de la frente y quitándose su Stetson negro de 20$ se rascó la cabeza:
El Stetson de Perkins "The Capullo". Museo del Far West, San Diego.


- Bueno, ¿y ahora qué hacemos? ¿Has traído un puñal, al menos? Yo me lo he olvidado, ya se sabe, con las prisas…


- Pues a ver que mire…- respondió Flannagan “The Vacilón”. Se palpó los bolsillos, las botas… Nada.- Pues no, ni tan solo llevo el cortaúñas, ya ves tú.


- Jo… ¿Nos pegamos pues? Aunque darse de puñetazos, con este Lawrence…


- No, pegarnos no, que llevo la camisa de domingo y la calle está muy guarra.



Continuaron los dos en la misma posición, brazos en jarra y piernas arqueadas, como buenos pistoleros que sentían ser.


Finalmente…


- Oye, Perkins…


- Dime, majo…


- ¿No crees que estamos haciendo el ridículo?


- Si te soy sincero, hoy siento más que nunca que mi apodo es apropiado.


Flannagan “The Vacilón” sonrió:


- Nos lo pasamos bien el otro día en el saloon, eh?


- Anda que no, hacía un porrón de tiempo que no me divertía tanto-, respondió, jocoso, Perkins “The Capullo”.


Flannagan se relajó y se acercó a su aún adversario.


- Te propongo una cosa… ¿Y si nos vamos al saloon a continuar la fiesta del otro día y nos dejamos de duelos y tanta tontería?


Perkins carraspeó mientras se sacudió el polvo de su Stetson:


- Me parece perfecto, Flannagan. Pero mejor sería que nos fuéramos a otra ciudad, no me apetece nada ver las caras de chufla que pondrán todos los habitantes de aquí.


- Sí, es preferible, estos cabrones lo único que querían era ver sangre fresca. Cómo se nota que sólo leen el “Pink Herald”.


- Deberíamos matarlos a todos.


- Bah, no vale la pena, Perkins. Además, no tenemos balas. Anda, larguémonos de aquí. Cabalguemos hacia un lugar donde sirvan buen whisky y hayan mujeres espléndidas y hombres macizorros.


- Y peleas, que también hayan peleas-, respondió Perkins “The Capullo”, mientras se dirigía hacia su caballo “Flecha” (que tenía la mili hecha).


- Y si no hay, ya las provocaremos nosotros, juajuajua-, rió sonoramente Flannagan “The Vacilón”.


Y se alejaron de Nabo City a lomos de sus respectivos, dejando a todo el mundo sin espectáculo y con un palmo de narices.


Cuando la vista de las dos cabalgaduras desapareció en el horizonte Nabo City, poco a poco, volvió a la normalidad.


A su aburrida y monótona vida.


(1) Nabo City: ciudad fronteriza con México, en el estado de Texas, entre los ríos Pecos y Lunares. Fundada en 1864 por desertores confederados que huyeron de la batalla de Gettysburg, pronto se convirtió en una próspera ciudad comercial aprovechando su lugar estratégico, pues por allí pasaba la ruta ganadera que transportaba los grandes rebaños vacunos desde Texas hacia Denver. Tras el frustrado duelo de Perkins y Flannagan, Nabo City se llenó de maleantes y advenedizos, lo peor de cada casa, hasta que la ira de Dios se cernió sobre ellos: una noche cayó encima de la ciudad un meteorito de 197 m. de diámetro, borrándolo completamente del mapa y de la historia(menos mal que yo me lo sabía, si no de qué).



(2 ) Khalahorra Kreek: Ciudad vecina de Nabo City, aunque a ésta la fundaron colonos de Riojaville (Massachussets) que huyeron de la ley seca que se implantó en ese estado en 1856. Fue abandonada al cabo de pocos años de secarse el río Lunares, hacia 1892. Con el tiempo, el desierto la engulló completamente.


Khalahorra Kreek, en sus buenos tiempos.


(3) Pat Garrido(1848 – 1901): célebre sheriff, famoso por poner pies en polvorosa ante el duelo de Perkins y Flannagan, mala fama que arregló matando accidentalmente de una pedrada a Jimmy “The Ninio”,el famoso pistolero, mientras tiraba guijarros al río Lunares para hacerlos rebotar varias veces en el agua (y eso que estaba seco), asunto que aprovechó para hacerse el chulo y adquirir fama y tal. Cuando vio que ya no podía vivir más del cuento, por la edad, le entró la depre y se pegó un tiro entre ceja y pómulo, o sea, en pleno ojo.


Pat Garrido posando. Grabado. Museo de Frederick Remington, NY.

(4) Lunares: Río que era con el Pecos lo que el Tigris con el Éufrates pero en Texas, hasta que se secó. Eso no impidió que Pat Garrido fuera allí a pescar barbos.


El río Lunares, en la actualidad.

(5) Perkins “The Capullo” (1852 – 1896). Tras semanas y semanas continuas de fiesta junto con Flannagan “The Vacilón”, finalmente se hartó de llevar una vida tan disoluta y tan vacía y se largó a vivir a las montañas con Betty, la jefa del burdel de Levinston, que iba a hacerse monja, para gran pasmo de Flannagan. Falleció de la manera más capulla, claro: se equivocó y agarró un cuchillo en vez de un cepillo de lavarse los dientes. Murió desangrado frente a una Betty desolada e impotente.

Perkins "The Capullo". Gunmen's Museum, Tucson.

(6) Flannagan “The Vacilón” (1849 – 1907). Cuando fue abandonado así sin más por Perkins deambuló más solo que la una y sin ton ni son por Texas y estados limítrofes, hasta que se estableció definitivamente en San Francisco. Allí se asoció con Frank Gabannon, escocés macizorro con el que creó Flannagan & Gabannon, afamada marca de ropa que llegó a vestir al mismísimo presidente McKinley antes de que lo asesinaran. Murió de un paro cardíaco, como todos, durante una noche loca.

Flannagan "The Vacilón". Gunmen's Museum, Tucson.

(7) Ben T. Packah (1839 – 1917). Tras lo de Perkins y Flannagan se hartó de Nabo City y se trasladó a Tucson (Arizona), y desde allí a Tennessee, donde siguió con sus negocios en el mundo cabaretero. Se arruinó completamente en una mala noche jugando al poker y, desesperado, acabó volviéndose loco. Murió de otro paro cardíaco mientras pescaba barbos en el río Lunares.



Y eso que estaba seco.



Ben T. Packah, en su época de prosperidad. Museo del far West, San Diego.

divendres, 24 de juliol del 2009

LA SIJA

La ouija, SIJA en castellano.




El otro día, leyendo un cuento de Miguel Baquero, “El Éter” (trata de una disparatada sesión espiritista) recordé que, en mis años mozos, también hice mis pinitos en estas tonterías. Ya se sabe, es época de experimentaciones y de estar receptivo a todo.
En mi calle sólo vivíamos todo el año nosotros. Era una calle sin salida, con casitas una junto a la otra (nada de adosadas, eso es otra cosa), muy tranquila. El resto de las casas eran segunda residencia, venían de Barcelona a pasar el fin de semana y las vacaciones.
O sea, que yo sólo tenía pandilla los findes (pobrecito). Y en verano, claro.
Félix era uno de los veraneantes, vivía a dos casas de la mía. Tres años mayor que yo, tenía más experiencia en todo y sabía más de todo (o no, pero yo lo creía), así que siempre me interesaba todo lo que dijese o hiciese.
Un día nos propuso hacer una sesión de espiritismo en su casa, ya que sus padres no estaban. Nos apuntamos el Raúl (el hijo de Carlos Giménez, el gran dibujante de cómics), que vivía cerca, el Joan el gordo (le llamábamos así porque lo estaba, y para diferenciarlo de otro Joan) y el Marcel, uno al que le olía el sudor de mala manera, algo horroroso, sin adjetivo posible. En su casa no se podía entrar, lo juro. Todos olían igual.
Y creo que no había nadie más.
Llegó la noche señalada. Nos sentamos todos alrededor de la mesa redonda que había en el salón. En un trozo de cartulina dibujamos las letras del abecedario, el sí, el no, los números y toda la parafernalia, rodeando al vaso Duralex que usamos aquel día.

Apagamos las luces.
Después de los prolegómenos y las explicaciones pertinentes de Félix sobre el funcionamiento del tema, y tras reírnos nerviosamente un buen rato al intentar concentrarnos, nos lo tomamos más en serio.
Los cinco con el dedo encima del culo del vaso Duralex, mirándolo fíjamente.
Allí no se movía nadie, de pura concentración. Y el vaso, menos.
Pasó un buen rato y no ocurría nada de nada. Durante todo este tiempo, Félix no paraba de decir, en susurros:
- Si estás aquí, ves al sí. Si estás aquí, ves al sí. Si estás aquí, ves al sí.
Nada de “Oh, espíritu bienaventurado, muéstrate y deléitanos con tu presencia deslizándote hacia el sí” ni frases pomposas y peliculeras.
Si estás aquí ves al sí, y punto.
Pero allí todo seguía quieto. Incluso el tiempo se detuvo un poco.
Ya nos estábamos empezando a impacientar, a relajarnos y a no creernos nada de todo ese rollo, cuando…
- Si estás aquí ves al sí.
Y el Duralex, lentamente, fue al sí.
Nos quedamos sorprendidos y también temerosos, aunque más de uno pensó que era uno de nosotros el que movía el vaso con su dedo.
- Lo mueves tú?
- Yo no.
- Yo menos.
- Yo tampoco, lo juro por mi madre.
- Callaros, coño -dijo Félix, dirigiéndose al vaso,- ¿cuál es tu nombre?
- Pues Duralex, cómo se va a llamar…- comenté yo.
Félix me miró con cara de pocos amigos.
- Tú, gracioso, poca broma con esto. Y si es un espíritu malo?
Una de las historias que corría por ahí sobre las sesiones espiritistas era que de vez en cuando se presentaba un espíritu malvado, de esos que se habían quedado entre Pinto y Valdemoro, que te podía liar la del pulpo: quedarse en la casa, mover objetos, hacer ruidos… Como en las películas, vamos.
- Vale, vale, ya me callo-, respondí. La verdad es que tenía un poco de miedo, como todos los demás.
El espíritu en cuestión empezó poco a poco a responder nuestras preguntas. Al cabo de poco Félix le preguntó:
- ¿Eres un espíritu malo?
No contestó.
- ¿Te molesta alguno de nosotros?
Duralex entonces se movió hacia donde estaba Marcel.
- ¿No te gusta Marcel?
Duralex se le acercó aún más.
Félix observó a Marcel, que estaba aterrorizado, y vio que de su cuello colgaba una medalla de la Virgen del Loreto (a dónde me meto), o de alguna otra, de oro.
- ¿Es la medalla, lo que te molesta? Quítatela, Marcel. Déjala encima de la mesa.
Marcel, tembloroso, obedeció sin perder tiempo.
Fue depositar la medalla en la mesa cuando Duralex, sin ayuda de nadie, se abalanzó sobre ella y la empujó fuera de la mesa, cayendo al suelo. El vaso se detuvo en el borde.
Vaya susto que nos pegamos, madre mía.
Pero ahí no acabó todo.

Marcel, de súbito, puso los ojos en blanco, agachó la cabeza y empezó a soltar ruidos extraños, como si hiciera gárgaras y pequeños ronquidos:
- Glglgglglgll… Frrrrrrrfrrr….
- ¡Marcel! ¡Marcel! ¿Qué te pasa?
- Glglgglglgll… Frrrrrrrfrrr…. -, respondió.
Entonces levantó la cabeza, se tiró hacia atrás, abrió los brazos en plan Jesucristo y con la boca abierta los ruidos que salían de ella aumentaron considerablemente.
Joan el Gordo, Raúl, Félix y yo nos quedamos paralizados, sudorosos, sin saber qué hacer.
Mientras tanto, Marcel, a lo suyo:
- Glglgglglgll… Frrrrrrrfrrr… Glglgglglgll… Frrrrrrrfrrr….-, pero ya a lo bestia.
Parecía que estuviera sintonizando Radio Pirineos. Sólo le faltó echar espuma por la boca.
Finalmente, Félix reaccionó, abrió las luces y la puerta de par en par y le soltó un par de guantazos al pobre Marcel, el cual al momento dejó de hacer el burro y se quedó como dormido, aunque respiraba aceleradamente.
Poco a poco el ritmo cardíaco de Marcel recuperó a la normalidad, volvió en sí.
No se acordaba de nada.
Lo recogimos todo, rompimos el puto Duralex y cada uno se fue a su casa, cagados de miedo.
Cuando llegué a la mía, le pedí a mi hermana mayor que me dejara dormir con ella. A regañadientes, aceptó.
- Nunca más - me dijo enfadada (siempre estaba enfadada, y lo sigue estando) al día siguiente -, te mueves más que la cola del Prosit.
Prosit era nuestro perro, un pointer muy simpático, siempre estaba contento.
No como mi hermana.

dimecres, 22 de juliol del 2009

EL VIENTO Y MARÍA



Esa voz lejana de María
que nadie entendía
El olor a hierba nos traía
Tomillo, paz y malvasía
Mientras el viento nos decía:
Voy a ver el mar desde el acantilado.












Esto lo hacía cada día



Al poco volvía
Y susurrando nos decía
No he visto a María
Mas con gran algarabía
El agua hoy no estaba fría
Y yo pensaba y me perdía
Entre peces, algas y alegría

El viento otra vez nos decía:
Voy a pasear cerca del sol.





Esto lo hacía cuando quería



Al poco volvía
Y musitando nos decía
Tampoco he visto a María
La verdad es que me aburría
Demasiado calor hacía
Y yo creía y me sentía
Entre palmeras, agua y sequía







De nuevo el viento nos decía:
Voy ver las nubes desde lo alto.





Esto lo hacía con maestría



Al poco volvía
Y penosamente nos decía
No estaba allí María
Allí la vida no existía
Más abajo ella estaría
Y yo pensaba y decía
Hacia el este está María
Mientras algo me crecía





Escuché al viento que decía:
Voy a ver al este o al otro
Creo que se halla María
En casa de su tía






Yo sabía que ya no volvería



Ni el viento ni María


dimecres, 15 de juliol del 2009

NO SOMOS NADIE

(*)

Esto me lo contó un ATS durante una guardia, cuando trabajé en urgencias, hace unos años largos. El tipo, del que no recuerdo su nombre, era alto e imponente, enorme: pesaría 130 kg como poco. A pesar de eso, se movía con presteza y dinamismo, el tío era puro nervio.
Y muy simpático, me caía bien.


Felipe (por ejemplo, le llamaré así) no tenía plaza en la SS (tampoco en las SA ni en la GESTAPO), pero hacía guardias de vez en cuando como suplente, para redondear su sueldo. El trabajo estable lo tenía en las ambulancias que operan en las autopistas, esas equipadas con todo lo necesario para las grandes desgracias y, preparadas para salir zumbando y socorrer como puedan en caso de accidente. Y en las autopistas suelen haber pocos, pero cuando haylos casi siempre son bastante graves.
Como digo, estaba con él en una guardia. Ya era de noche. En ese momento no había faena, y estábamos charlando en la sala, matando el tiempo. Claro, por mucho que se intente no hablar de trabajo, al final la conversación acostumbra a versar sobre temas laborales y “de lo que de ello se desprende” (me encanta esta frase).
Me explicó a qué se dedicaba . Al cabo de un rato, para ilustrarme el espectáculo que podía llegar a encontrarse, me puso un ejemplo.
- Las he visto de muchos colores, pero esto, tío, es lo más bestia que he vivido. Es muy difícil imaginar que pueda llegar a ocurrir una cosa así. Ni en sueños.
Los ojos y las orejas y ya está se me ensancharon automáticamente.
Una noche Felipe se incorporó a su turno. Se subió a la ambulancia junto con sus compañeros y se dirigieron, desde Barcelona, hasta el campamento base desde donde salían cuando tenía lugar un accidente por su zona. Ésta comprendía un radio de acción bastante extenso, creo que llegaba hasta la frontera francesa, si no recuerdo mal.
Así, marchaban los integrantes del comando ambulanciero en pos de su deber, charlando animadamente (eso lo supongo, sabiendo del entusiasmo y del cascar de Felipe) por la A-7 en dirección Girona, cuando, en una larga recta, vieron, a unos quinientos metros, un coche que iba en dirección a Barcelona que cruzó volando al otro sentido de la autopista, el de ellos, estampando su panza en el carril central. Eso fue lo que a Felipe le pareció, pues se encontraban varios vehículos delante y no vio exactamente cómo fue la película, en aquel instante.
Luego si, y tanto que sí.
La ambulancia se detuvo en seguida frente a los coches hechos trizas.
Un todoterreno había perdido el control (bueno, el conductor) y se había precipitado al otro sentido de la autopista. Tuvo la mala suerte de chocar con la valla, reventarla e ir a parar a un baden que había en la mediana, con lo cual, con la velocidad que llevaba, salió disparado por el aire, voló sobre el tercer carril (pasó por encima de otro vehículo) y fue a estamparse encima de un Mercedes que circulaba tranquilamente por el carril central.
Le tocó al Mercedes.
Los dos coches estaban destrozados, hechos añicos, uno encima del otro. Felipe se dirigió primero al todoterreno, pero allí no había nadie. Supuso que el conductor habría salido disparado, así que se dispuso a buscarlo, mientras los otros ambulancistas inspeccionaban el Mercedes.
Encontró al pobre conductor en la cuneta, a unos metros del choque. Efectivamente, se había ido a tomar viento, desgraciadamente en todos los sentidos.
En el Mercedes, la cosa aún era peor.
Con la persona que conducía, un hombre, ya no había nada que hacer: estaba incrustado entre el volante y el techo del coche, aplastado por el todoterreno. El acompañante, una mujer, aún vivía.
Murió poco más tarde.
Los asientos traseros estaban en el mismo estado, pero no parecía haber ninguna otra persona. Cuando acabaron la búsqueda, inspeccionaron también los alrededores, como manda el protocolo, por si las moscas. Fue entonces cuando Felipe se encontró tirado un cochecito de bebé.
¡Un bebé!, se exclamó. ¡Llevaban un bebé! Entre el amasijo de hierros tenía que haber un niño. Y volvió corriendo hacia el Mercedes, avisando a sus compañeros del hallazgo. Reanudaron la búsqueda, aunque con pocas esperanzas de encontrar al bebé con vida.
Al poco, lo hallaron por allí debajo, y aún vivo.

Es curioso lo que nos atraen las historias truculentas, ¿no es cierto? Yo estaba flipado, pero es que además Felipe lo contaba muy bien. Te metía en el escenario.
- Jo, tío, vaya tela… Sabes qué ha sido del niño? ¿Se salvó?
Felipe sonrió.
- Si. Está bien, con la familia.
Y aún sonrió más.
Un gran tipo, el Felipe.

Todo esto iba por un día en que me dio por pensar en lo volátiles que somos todos. Hormigas, personas o ñandús. A veces me pasa, que pienso.
Como dicen en los entierros los que no saben qué decir pero tienen que decir algo adecuado para la ocasión, no somos nadie.

Pues yo prefiero NO SEMOS NADIE, queda mucho mejor, como la isla griega esa.
(*) La foto no tiene mucho que ver ,pero, ¿a que es bonita?