diumenge, 9 de novembre del 2008

LANCASTER, 20




Cuando decidí largarme de casa, hice el petate y bajé a la cocina-salón, donde se encontraba mi madre viendo uno de sus programas favoritos de sobremesa, un documental de algún pintor, o yo qué sé. Me situé detrás de la butaca donde estaba apoltronada y le dije:
- Mama, que me’n vaig a viure fora.
Ni se giró.
- Doncs adéu.
Fue tan calurosa la despedida que no supe qué decir.
- Bé… Adéu…
Al abrir la puerta, sonaron las cañas colgadas en el techo. Aún siguen haciendo ruido (no desde entonces, sino que las cañas continúan allí, moviéndose cuando alguien entra o sale). Me alejé, despacio, por en medio de la calle, confundido y triste, pero sobretodo confundido.
Iba a escribir sobre un vecino que tuve, Blas, todo un personaje, pero acabo de recordar otra cosa.
Otro día, Blas, tranquilo, no te preocupes, que ya pillarás.
Sigamos con mi madre.
Teníamos unos vecinos, ya mayores, que vivían enfrente, en una casita. Eran de Barcelona, y venían casi todos los fines de semana. Cuando murió la señora María, la vecina, el sr. Jaume, lleno de pena, vendió el piso que tenía en la calle Lancaster, paralela a las Ramblas. Es una calle corta, empieza en Nou de la Rambla y termina en l’Arc del Teatre, casi tocando a Colom.
La vendió por doscientas mil pesetas, regalada.
Yo ya no vivía en casa (creo que estaba en Castelldefels), pero acompañé a mi madre a ver el piso.
Calle Lancaster, 20.


El 20 es el primer portal de la izquierda. La persiana de al lado era un establecimiento de comidas para pobres. Por trescientas pesetas, comías. Poco, pero comías.

El edificio era antiquísimo, destartalado, por fuera y por dentro. Se entraba por un portalón que pesaba un montón (rima fácil) y chirriaba como un elefante en celo. Las escaleras, muy amplias, estaban desconchadas, llenas de baches y agujeros, y había que vigilar un poco para no darse de morros contra el suelo.
El piso era un entresuelo, y nunca mejor dicho. La puerta baja, debías agacharte (yo, al menos) para entrar; una vez dentro, se bajaban unas escaleras muy estrechas, también peligrosas. Detrás de la puerta, una taza de water, que a duras penas cabía en el cuartucho.
El piso era minúsculo, veintidós metros cuadrados.
Cuesta creer que dos personas mayores pudieran vivir allí dentro: era una habitación dividida en dos por medio tabique, con una sola ventana que daba a un patio interior, sin ducha, con un hornillo eléctrico como cocina. Las paredes estaban empapeladas de flores de color amarillo chillón, aunque con el polvo incrustado eran de un ocre oscuro. Armarios antiguos, enormes, lámparas de cristal llenas de roña, y dos camas donde uno no osaría acostarse, así por las buenas. Para acrecentar la sensación de claustrofobia, había un sobretecho de yeso, cañas y paja que yo tocaba con las mano sin ponerme de puntillas.
A pesar de todo, era un regalo, ¿no? Doscientas mil pesetas…
Cuando volví de Castelldefels encontré un trabajo en un pequeño hotel de Barcelona, de recepcionista, y le pedí a mi madre que me dejara vivir allí, en su piso. A regañadientes, aceptó.
Una vez instalado, mi madre contrató a un paleta que conocía de l'Escola Massana, donde estudiaba pintura, escultura, retablo y todo lo que se le ponía por delante (mi madre, no el paleta). Éste era un hombrecillo pequeño, delgado, el típico albañil chapucero, que igual te levantaba una pared que te freía un huevo (de gallina). Pero lo veía poco, mi turno era de mañanas y cuando él acababa, yo aún no había vuelto.
Eso cuando venía, porque lo hacía cuando le daba la gana. Imagino que mi madre haría lo mismo, a la hora de pagarle.
Colocó un plato de ducha en lo que era la cocina, cambió el inodoro, y entonces se dedicó a quitar el falso techo. Yo, que soy un desastre en el tema del orden, tenía toda mi ropa, sin doblar ni nada, encima de una de las camas.
Un día, al volver del hotel, me encontré con que el paleta de las narices había tirado el techo, sí, pero no había cubierto nada: a saco, Paco. Todo el piso estaba lleno de cañas, paja y yeso, sobretodo yeso, por el suelo, las camas, toda mi ropa blanca, los cables de la instalación eléctrica por allí colgando… Y eso que había un plástico grande para cubrir, pero no, el señor no se debió acordar que allí vivía alguien.
Pillé un cabreo de mil pares, y creo que celebré mi mala leche con una botella de vino blanco a granel y doscientos gramos de mojama exquisita que vendían en una charcutería-bar que estaba en las Ramblas, y que ya la cerraron, como han cerrado ya casi todos los garitos que valían la pena por el Raval.
Evidentemente, a finales de la tarde ya se me había pasado el enfado, ya estaba hecho, què hi farem. Por la noche, vinieron unos amigos a verme. El Gole, que es un cabroncete (como yo, más o menos), empezó a chincharme diciéndome que debería echarle la bronca al paleta. Al final me convenció y le escribí una nota, que colgué en uno de los cables colgantes, para que la viera cuando llegara al día siguiente.
La nota decía algo así:
“ES USTED UN CERDO. ¿No sabe que aquí vive gente? ¿No podía haber cubierto, al menos, la cama? Espero que la próxima vez tenga el pequeño detalle de hacerlo, ya que, si a usted le da lo mismo ir por la calle hecho un asco, a mi no. ¿De acuerdo? ¿me ha entendido con claridad?
Firmado: Llorenç."
Se fueron los colegas, y a las seis y media me levanté y me fui a trabajar.
El paleta, cuando llegó a casa, lo primero que vio fue la nota que le escribí. Se pondría furioso el tipo, porque se fue corriendo a l’Escola Massana, en la calle Hospital, cerca de allí, y entró en el aula rebosante de alumnos, donde estaba mi madre, sin llamar, blandiendo el papel de marras y gritando como un poseso:
- ¡Mire!¡Mire!¡Mire lo que me ha escrito su hijo!
Cuando volví a casa, sobre las cuatro, mi madre estaba allí, y ya me había recogido los bártulos.
- Hola, ¿qué haces aquí?
Mi madre, sin mirarme casi, dijo:
- Ya puedes agarrar tu petate y largarte de aquí.
Entonces comprendí.
- ¡Pero mama, si es verdad, es un cerdo!
- Que te vayas.
- Y dónde voy ahora?
- Yo qué sé, ya te apañarás.
El bochorno que debió pasar en la clase, la pobre, debería ser impresionante.
Y bueno, me fui con viento fresco.
A los dos minutos, me encontraba caminando, macuto en ristre, subiendo por las Ramblas, pensando dónde pasar la noche…


Esta es mi madre.

dijous, 6 de novembre del 2008

SANGRE


Eran siete hermanos

Tres tenían seis

Tres tenían cinco

Uno tenía tres

dimecres, 5 de novembre del 2008

JUEGOS


Suelo leer todo periódico que pasa ante mis narices, aparte de comprar el mío propio, cosa que, como no tiro nada, al cabo de unos días tengo overbooking de papel. Si tuviera chimenea me irían de perlas, pero como no es el caso (qué pena), pues voy haciendo slalom, esquivando los diferentes montones de diarios que voy dejando por casa. Tendré síndrome de Diógenes?
Vaya, ya me estoy dispersando, para variar.
Sigo.
Las noticias las miro así por encima, total, en todas partes hablan y dicen lo mismo. Me detengo, sobretodo, a leer los artículos de opinión.
Javier Ortiz, Josep Pernau, Maruja Torres, Josep Mª Espinàs, Baltasar Porcel, Isabel-Clara Simó, Iu Forn, Rafael Reig, Quim Monzó (al que últimamente no sé qué le pasa, está raro), Sergi Pàmies… y Màrius Serra. Y alguno más que me dejo, claro.
M. Serra es muy divertido.
Juega.

Verbalia.com. El país de los herbívoros. Màrius Serra i Roig (Barcelona, 1963) se toma la vida con Filología, desde antes incluso de licenciarse en la Universidad de Barcelona en la modalidad (o disciplina) Inglesa. Màrius Serra, fundador de Verbalia, Rafael Hidalgo y Beatrice Parisi, gobiernan de modo un tanto anárquico el pais de los verbívoros, y son los principales irresponsables de propagar la epidemia, porque promueven el uso y abuso de las lenguas sin tomar ningún tipo de medidas. Por separado son peligrosos, y juntos ni se sabe, porque no se pueden ni ver (están muy atareados).

Juega con las palabras.

En su artículo del lunes, habla de una invitación que recibió para asistir a una conferencia que daba Joan Puigcercós, “Una mirada republicana als valors”:

No asistí (…) Recibí un correo de un lector que me incitaba a buscar dónde había pronunciado la conferencia. Lo miré: en el Auditori ONCE de Barcelona. La conclusión de mi corresponsa era clara: ir a definir la “mirada” republicana en el auditorio nacional de “ciegos” es, cuanto menos, chocante” (…) A mí, la presunta paradoja de la mirada de Puigcercós me recordó una comparecencia de la consellera Montserrat Tura cuando dirigía el Departament d’Interior. La consellera presentó un plan para intentar que los accidentes disminuyeran y lo llamó, como quien no quiere la cosa, “pla de xoc”.

Luego, ya se va soltando:

También oí a una líder feminista declarar, en un contexto que aludía a la discriminación laboral de la mujer cuando estaba embarazada:”les dones no hem estat mai compreses”. La perversidad del lenguaje es una constante.

Quizás lo que más me atraiga sea que, aprovechando los juegos, cuenta anécdotas. Más adelante habla de un caso en que una pareja que se había comprado un piso que estaba afectado y a punto de demoler:

Lo sarcástico del triste caso es que el piso en cuestión estaba sito en la calle Passerell (pardillo, en castellano).

Otra. Siempre va a comprar petardos, cuando llega la verbena de Sant Joan, a la misma caseta:

Como voy sólo una vez al año, me costaría mucho más orientarme si no fuera porque recuerdo bien el nombre de la calle: Perill (peligro). En Girona, en cambio, en la calle Perill no venden petardos, pero sí productos relacionados con el cannabis en una tienda de nombre muy vegetal: Dr. Cogollo.

Bueno, sobre esto último, personalmente, no veo peligro al tema del cannabis. En todo caso, y siguiendo con el juego de palabras, al hecho de fumar petardos.

Y la última:

El lingüista Lluís de Yzaguirre me recordaba como una de las primeras clínicas que practicaron abortos en Barcelona estaba sita en la calle Cardenal Vives i Tutó, tres nombres que chocaban por motivos obvios con dichas prácticas.

A esto, entre otras muchas cosas, supongo, se dedica este hombre. Envidia sana, me da.

Qué bien se lo pasa, verdad?

dimarts, 4 de novembre del 2008

LES NOIES DE TOST


Vista del valle de Tost, con el Cadí al fondo.

Las reuniones familiares, habitualmente, son un coñazo, al menos para mí (sé que a algunos, como a Javier Ortiz y a María, la novia de mi novio, no les gusta este término: lo correcto sería, según ellos, peñazo, o tostón, o similar, pero como me gusta llevar la contraria, pues eso, coñazo). Pero, de vez en cuando, suceden cosas que hacen que haya valido la pena asistir.
Por ejemplo, el viernes pasado fui a casa de mis padres a celebrar la castañada. Y mi padre me contó una historia.
A finales del siglo XIX, Tost (Alt Urgell, Lleida) era un pueblo ya en franca decadencia, no sólo económicamente, sino también en lo demográfico. Muy lejos, lejísimos, quedaban los años prósperos, los tiempos de Arnau Mir de Tost, allá por el siglo XI, al que a alguien se le ocurrió llamarle “El Cid catalán”, por sus hazañas bélicas (que manía tienen algunos, con esto de las
comparaciones).

Castillo de Mur, una de las muchas fortificaciones fronterizas
que Arnau Mir de Tost mandó erigir en su lucha contra los árabes
(ilustración cedida amabilísimamente por Llorenç Pubill).
Por aquel entonces, el gobierno del estado español tenía implantado el servicio militar obligatorio, y todo varón apto (pobre, porque el rico no iba: pagant, Sant Pere canta) debía acudir a la llamada de las armas, sí o si. A principios del siglo XIX la duración del servicio llegó a ser de ocho años, y se fue reduciendo hasta los tres, hacia el final del siglo (http://www.elmundo.es/papel/hemeroteca/1996/04/28/cronica/104956.html).
Esta medida era una verdadera sangría para las familias con menos recursos, evidentemente, pero en el valle de Tost aún lo era más, ya que la tierra era seca, poco fértil y con gran escasez de agua, lo que hacía que la economía local no pasara más allá de la purasubsistencia. Encima, el ejército les privaba de la principal mano de obra para trabajar los campos.
En esos tiempos, el secretario del pueblo de Tost se llamaba Ignasi Vilarrubla. Este buen hombre, propietario de unas cuantas tierras, veía como el nivel de vida de la población del valle, ya de por sí bajo, iba menguando a ojos vista: los campos se quedaban a medio labrar, y las familias a duras penas tenían para comer.

Aspecto de una de las constucciones que, como pueden,
aún resisten el paso del tiempo en el valle: La Barraca, en Cal Serradal.
Un buen día al secretario se le ocurrió una idea luminosa: como él mismo era el que escribía
y registraba a todos los niños que nacían en el municipio, que comprendía Torà, Castellar, Sauvanyà y La Bastida, además de Tost, decidió, a todos los recién nacidos varones, ponerles nombre de niña.
Así, de esta manera, al llegar a la edad de ser llamados a filas, el mando militar, simplemente, no reclamaba a nadie de por allí. Ignasi Vilarrubla, no obstante, no hacía esto únicamente para ayudar a sus vecinos: a cambio de esta medida, pedía a los padres del niño-niña que nacía que, cuando estuviera en edad de agarrar el azadón, trabajara gratis en sus tierras durante dos meses. Trato que aceptaban todos de buen grado.
Esta argucia del secretario funcionó durante muchos años: nacían niños, se les ponía nombres femeninos, al cumplir diez o doce años se ponían a trabajar durante dos meses a las órdenes del sr.Vilarrubla, no hacían el servicio militar, ya que nadie los reclamaba, y sanseacabó.
Pero, evidentemente, un buen día alguien se fijó en este pequeño detalle. ¿Cómo era posible
que en Tost sólo nacieran niñas? Así que las autoridades pertinentes resolvieron enviar un representante al valle, a ver qué diantres ocurría.
Y, claro, finalmente se descubrió el pastel. El revuelo que se montó fue considerable.

A Ignasi Vilarrubla lo denunciaron, pero, a una semana de la celebración del juicio, el pobre falleció de repente. A las niñas que en realidad eran niños, y muchos no tan niños, se les obligó a hacer el servicio militar en La Seu, en cuanto les tocara. A los que ya habían sobrepasado la edad de ir, también se les obligó. Y, cuando los quintos normales veían a esa gente tan mayor, en comparación con ellos, vestidos de uniforme y recibir instrucción como a cualquier recluta,
y preguntaban quienes eran, las gentes del lugar respondían:
-Són les noies de Tost.
Toda esta historia se lo contó a mi padre el padrí, mi bisabuelo Ignasi, al que yo llegué a conocer (murió con noventa y tres años). También le explicó que, cuando enterraron al secretario, acontecimiento que reunió a buena parte de la comarca, lo que había en el féretro no era el Sr. Vilarrubla, sino un tronco de roble.
Por cierto, el padrí, mi bisabuelo Ignasi, también trabajó durante dos meses en las tierras del Sr.Vilarrubla.
Y, cuando nació, le pusieron Ignacia.

dijous, 30 d’octubre del 2008

LA OSA HVALA



Hace muchos muchos años un oso mordió a un cazador en la Val d’Aran. Hacía poco que este animal se había reintroducido en el Pirineu con ejemplares traídos de Eslovenia; este programa, avalado por el gobierno francés, la Unión Europea y la Generalitat, era motivo de fuerte controversia en el valle y en el resto de la cordillera. Por un lado estaban los ecologistas y la opinión pública en general, que estaban a favor de la medida, y en el bando contrario se alineaba la mayoría de la población que vivía en la zona donde habitaba el oso, por los daños materiales, económicos y personales que pudiera ocasionar.
Dicho incidente provocó que el gobierno de la Val d’Aran, desoyendo órdenes superiores, organizara batidas para atrapar al animal y trasladarlo a espacios protegidos, lejos del mundanal ruido y de la actividad del hombre. Un zoo encubierto, vaya.
Debido a la orografía pirenaica, localizar a la osa en cuestión (era una osa, de nombre Hvala) era arduo y complicado, a pesar de contar con los más sistemas de búsqueda más modernos.
Un buen día, semanas después del mordisco en cuestión, un miembro de una de las cuadrillas, Bertomeu Llach, de profesión panadero en Montaut, se topó con la osa Hvala en un claro del bosque, cerca de Canejan. Asustadísimo, se quedó quieto como una estatua, mientras, muy despacio, colocaba en posición el rifle, cargado con dardos narcóticos para abatir al plantígrado. Hvala, por su parte, no se apercibió de la presencia de Bartomeu debido al viento en contra (los osos tienen un olfato finísimo), y siguió a lo suyo hasta que un golpe de aire le acercó el olor humano del panadero.
Éste ya tenía el rifle a punto de disparar. Hvala se giró hacia Bertomeu, que estaba paralizado por el terror e incapaz de mover un dedo, ni tan solo apretar el gatillo.
De golpe, la osa se levantó sobre sus dos patas traseras (con las delanteras hubiera tenido más gracia), miró al cielo, cerró los ojos y…
Y se puso a cantar:
“Perquè ningú no em contarà els seus somnis
perquè és tot urgent i res no s'acaba
perquè el que em pugues dir ja ho duu el diari
perquè ja ens veurem, que no tinc temps ara

M'invente sol un amic per parlar
per recordar records, velles històries
per retrobar el que a ciutat es perd
entre els neons, el tràfec i les boires

Passege avui fent esforç de memòria
sobre l'asfalt impassible i negrós:
la voluntat d'arrels, molt més present
que la nostàlgia d'origen fosc

El verd suau dels pins llepats de pluja
la justa llum que em fa palpar les hores
la veu del vent, oh música oblidada
el gust salat de la vida i la mar

Perquè ningú no em contarà els seus somnis
perquè és tot urgent i res no s'acaba
perquè el que em pugues dir ja ho duu el diari
perquè ja ens veurem, que no tinc temps ara


M'invente sol un amic per parlar
per recordar records, velles històries
per retrobar el que a ciutat es perd
entre els neons, el tràfec i les boires


Jo sé que algú em pot dir que no m'adapte
que em costa molt de perdre el dialecte
que no m'esforce gens a assimilar-me
que no vull oblidar que sóc de poble


Que vaig idealitzant la meua infància
que passa a molta gent a la trentena
que tot això no té cap importància
que el món és fet de gent de tota mena

Perquè ningú no em contarà els seus somnis
passege avui fent esforç de memòria:
el verd suau dels pins llepats de pluja
m'invente sol un amic per parlaaaaaaaaaaaaaaaaar”


Cuando acabó, volvió a ponerse a cuatro patas y continuó con sus quehaceres anteriores, haciendo caso omiso de la presencia de Bertomeu Llach.
Si ya fue mayúscula la sorpresa de encontrarse frente a Hvala, aquello ya fue la repera. ¡Una osa cantante!¡Y encima cantaba de maravilla¡ A Raimon (el autor de la canción) hubiera llorado de la emoción. Sus ojos y oídos no daban crédito a lo sucedido. Bajó el rifle, se lo colocó a la espalda y bajó corriendo al valle a dar la buena nueva.
- ¿Pero tú que vas borracho o qué?
- ¿Has comido setas?
- Bertomeu, ¿no deberías ir al médico?
Frases como éstas y mucho peores tuvo que escuchar Bertomeu en Montaut. A pesar de ello, él insistió e insistió ante todo el mundo de que aquello que contaba era absolutamente cierto, per ma mare que en el cel sia. La noticia llegó a oídos del Síndic d’Aran, que lo llamó a su hermoso despacho. Tanto fue la tenacidad de Bertomeu con su relato, que el mandamás aranés decidió acompañarlo él mismo hasta el lugar donde se había topado con Hvala.
Por increíble que parezca, la osa seguía allí, tan campante. Al verlos, realizó la misma maniobra: se alzó y se puso a cantar, sólo que esta vez se arrancó con “Summertime”, de Georges Gershwin.
El Síndic rompió a llorar de la emoción. Jamás había oído cantar a nadie así, y menos a un oso. Cuando Hvala acabó su cante, los dos hombres se retiraron, intentando no perturbar a aquel animal tan peculiar.
En cuanto llegó a Vielha, convocó al gobierno con carácter de urgencia y, después de unas cuantas comilonas y demás decidieron suspender la búsqueda y captura de cualquier oso que se encontrara en la Val d’Aran, y crearon disposiciones urgentes para proteger a los plantígrados, promoviendo este hecho diferencial como reclamo turístico.
Y así fue como el oso, en este hermoso valle pirenaico, nunca más fue motivo de polémica, y vivió tranquilo y en su hábitat natural, sin apenas injerencias humanas.
Hvala, por su parte, continuó con su vida normal, cantando cuando le apetecía, tuvo hijos, a los que les inculcó el arte del canto (nada de óperas, que daña los abetos), y sus descendientes continuaron con la tradición.
La Val d’Aran se convirtió, gracias al oso y al turismo, en una próspera y rica comarca, envidia de los vecinos
Actualmente, si uno pasea por el bosque aranés, es frecuente escuchar a lo lejos, o no tan lejos, la melodía de, por ejemplo, “Soon forget”, de Pearl Jam.

Que ser un plantígrado no está reñido con el buen gusto.




Vielha, 32 de marzo de 2069.

dimecres, 29 d’octubre del 2008

ASUN Y EL CAMBIO DE HORARIO


El lunes, Asun apareció vestida impoluta con su prístina bata blanca, perdón, encajada en ella (seguro que tiene un calzador de batas, si no ya no entiendo nada), con sus labios mal pintados de rojo carmín, su habitual peinado del día de la tortilla aderezado con las pinzas que se acostumbra a olvidar en el pelo y sus prehistóricas zapatillas del 39, también blancas, con agujeritos.
- ¡Hola bona tardaaaaaaaaaaaaaaaaa!-, dijo, en un alarde de originalidad.
Yo sonreí y respondí:
- Coño, Asun, qué haces por aquí? Si aún no son las dos…
El reloj marcaba la una.
- Uy, si que es pronto, si…
Teresa, una de las compañeras de trabajo, le espetó:
- No sabes que este sábado se ha cambiado la hora?
Asun puso una de sus caras de circunstancias, como haciéndose la tonta, y mirando al suelo dijo:
- Ah, ah… Pues no sé, no me he enterado, no he visto la tele este fin de semana.
Eso era mentira.
- Pues encima he cogido un taxi, que llegaba tarde…
Escondimos nuestras caras tras el fichero, para no molestar. Asun es muy tacaña, pero susceptible aún lo es más. Mucho más. Como los corsos (según Astérix), pero a lo grande.

Después de procesar la situación, a Asun le cambió la cara y se sentó en un rincón, al lado de la ventana y, según me contaron al día siguiente, no se movió de allí en toda la tarde.

(Me tapo la boca, que me parto y no queda bien).

dimarts, 28 d’octubre del 2008

LA URRACA Y EL ARCO IRIS



El otro día salió el sol.
Ya sé que no eso no es nada reseñable, de hecho sale todos los días (sería curioso, como mínimo, que un día no amaneciera, verdad?). Pero es que estaba lloviendo también, algo que, aunque no tan habitual como la salida diaria del sol, también es un hecho frecuente (aunque cada vez menos).
Pues bien, después de llover toda la noche (y de despertarme por una maldita gotera que apareció en la habitación), me lavé y acicalé con esmero, cosa rara en mí, y salí de casa.
Llovía a mares, a océanos, a ríos, a cataratas, a lagos, pero no me importaba, me gusta la lluvia. Me dirigí al coche, calándome hasta los huesos. Tras quince minutos de viaje aparqué en el descampado donde suelo hacerlo todos los días, a unos cientos de pasos del trabajo. Supongo que serán unos cientos, vaya, tampoco los he contado nunca.
Al bajar del coche, seguía lloviendo, pero con menos virulencia. En ese momento apareció también el sol, luciendo en todo su esplendor. Me quedé observando el espectáculo unos momentos, me daba igual si llegaba tarde, entre otras cosas porque casi siempre lo hacía. La lluvia resbalaba en mi cara, brindándome una sensación de frescura y pureza.
Así que me alegré el alma, hala.
Ya me iba a ir hacia mi lugar de trabajo cuando apareció un arco iris, así de sopetón. Me quedé extasiado observándolo, hacía muchísimo tiempo que no veía ninguno y se me quedaron los ojos clavados en él, pensando en el camino parabólico que surcaba hacia el cielo, y que luego descendía. Me preguntaba qué vista tan maravillosa se divisaría desde las alturas, y a qué lugar nos llevaría el final del arco iris.
Mientras pasaban por mi mente estos pensamientos y continuaba mojándome sin apenas apercibirme de ello, oí una voz a mis espaldas:
-Ahora verás cómo sale otro arco iris.
Me giré, y no vi a nadie. Qué extraño, pensé, hubiera jurado oir una voz
-Eh, que estoy aquí abajo, a tus pies, y vigila con pisarme.
Miré hacia el suelo y lo que vi me dejó parado... Me estaba hablando una urraca (Pica pica)!! La veía cada mañana al aparcar en el solar, a ella y a su compañera, me encantaba observarlas, tan curiosas, de un lado a otro, brincando de rama en rama, buscando no se sabe qué. Pero aquello me dejó casi sin poder articular palabra.
-Pero... Tú... Tú hablas?
-No, ha sido la colilla ésta que está aquí en el suelo, no te digo… ¿A ti qué te parece? ¿Ves a alguien más?
Miré a mi alrededor y, efectivamente, tan sólo estábamos ella y yo.
-¿Y tu compañera? He observado que siempre váis juntas en todas partes.
La urraca abrió el pico y dijo:
-Si, es cierto, nos queremos mucho y no nos separamos jamás, pero es que mi urraco (es un macho, que lo sepas) ha tenido que ir al ayuntamiento para empadronarnos.
-No me digas!! Las urracas también tienen que hacer papeleo?
-Buff!! Si tú supieras... Con esta tendencia de quererlo regular todo, al final no podremos ni volar libremente. La semana pasada vinieron los municipales a nuestro nido, y entre otras cosas, nos dijeron que teníamos quince días para empadronarnos, so pena de tener que abandonar nuestro querido hogar.
-Jo, pues si que está mal el patio...
-Mira si está fatal el tema que nos han obligado a llevar encima una bolsita de plástico para recoger nuestros excrementos, imagina la dificultad cuando estás en el aire, cagas y al momento tienes que hacer un vuelo en picado para recogerlo y meterlo en la bolsa, todo eso en pleno vuelo... Hemos tenido que hacer un curso de vuelo en picado con un halcón peregrino para poder hacerlo bien y llegar a tiempo antes de estamparte contra el suelo. Y encima, claro, tienes que hacerlo a más altura para tener tiempo de hacer la recogida, con el consiguiente peligro de pillar un resfriado, ya que arriba hace más frío. Claro que eso tú no tienes por qué saberlo, no vuelas...
-Qué, tienes ganas de hablar, eh?
-Pues sí, pasa algo?
-No, no, ni mucho menos, me encanta oír hablar a una urraca, no sucede todos los días... Y por cierto, qué me decías al principio?
La urraca miró al arco iris y me respondió:
-Que ahora va a salir otro.
-Otro arco iris?
-Si.
-No me lo creo.
-Ah, no? Tú espera y verás. Por cierto, no tienes un cigarro, mientras?
Lo que me faltaba por oír, una urraca que fuma.
-Te va bien un Fortuna?
-Yo me lo fumo todo, que lo sepas.
Saqué el paquete, se lo encendí (encima), y se lo coloqué en el pico.
Aspiró una calada larguísima y exclamó:
-¡Mira, ya sale, ya sale!


Efectivamente, otro arco iris se alzó esplendoroso detrás del primero, creando una atmósfera mágica que me embriagó por completo.
Me quedé con la boca abierta y los ojos como platos, sin decir nada.
-Qué, es bonito, verdad?-, dijo la urraca.
Asentí con la cabeza, sin mirarla.
-No te gustaría subirte al arco iris y contemplar el paisaje desde ahí arriba?
Ahora sí que me giré, hacia abajo. Enarqué las cejas y le contesté, socarrón:
-Si, y qué más?
La urraca pegó unos saltitos delante de mi y se alejó, diciéndome:
-Va, cállate ya y sígueme.
Y, sin saber cómo, la seguí, elevándome por encima de los edificios, y me perdí entre los colores de los arco iris.