dimecres, 13 d’agost del 2008

TETRALOGÍA BESUGA (I)


- ¡Hombre, Antonio! ¡Cuánto tiempo!
- ¿Yo a ti te conozco de algo?
- Si, ayer fui al cine.
- Pues estoy en absoluto desacuerdo, que lo sepas.
- Te entiendo, pero resulta que perdí las zapatillas de charol, no hay manera de hablar con ellas.
- Qué coincidencia, yo también tenía un destornillador verde.
- Claro, ya lo decía mi abuela: gato escaldado del agua fría huye.
- A que estoy estupenda, Mariano?
- Perdona, pero yo me llamo Ramón, como la Thatcher.
- Vaya, hubiera jurado que ibas en moto…
- Pues no, precisamente por esta razón me saqué el carnet de manipulador de bebidas alcohólicas, para no tener que torear a ningún avestruz.
- Pues si que has viajado, te envidio.
- Como me envidies te parto la cara.
- Yo, las nueces las parto con las uñas de los pies.
- Ya, pero ayer cené en el chiringuito y me acosté tarde, por eso me he comprado un helado de chorizo.
- Qué suerte, con lo que me gustan los altramuces…
- Planta un chopo, y asunto arreglado.
- Pues también tienes razón, me tomaré un puré de berzas.
- Mientras tanto, me podrías atar los zapatos?
- No puedo, tengo que tomar la diligencia.
- Dale recuerdos a tu periquito.
- De nada. Que te aproveche la copa de caldo.
- Esto es un bocata de acelgas.
- Ya me parecía a mí que tenías acento del Bierzo.
- No, de berzas no, he dicho acelgas.
- Me marcho, señora Alfonsa.
- Adiós, Benita.

divendres, 8 d’agost del 2008

LA LENGUA


Tirándose en forma de abanico en su gran cama, Bienzobas se dispuso a dormir. El día había sido duro, más que nada por la ola de calor que azotaba la región durante aquel agosto, y se sentía fatigado, sin fuerzas.
En seguida se durmió, profundamente... La ventana de la habitación estaba abierta de par en par, y, a pesar del bochorno reinante, al vivir en un piso alto, el aire fresco inundaba la habitación. El ruido de los vehiculos que circulaban no le molestaba lo más mínimo, dado el cansancio que acumulaba desde hacía días.
Al cabo de un par de horas, notó que algo se deslizaba por su oreja. Amodorrado como estaba, le costaba discernir qué era lo que corría por allí, hasta que sus neuronas volvieron de su viaje onírico y decidieron que aquello que se movía era una lengua.
Una lengua juguetona que masajeaba el lóbulo con destreza de cirujano, explorando concienzudamente cada centímetro, dejándolo todo húmedo a su paso.
Bienzobas, medio dormido, medio pensaba.
“Y ahora qué hago?”, se preguntaba a oscuras. “¿Me giro y me dejo llevar por mis impulsos libidinosos?¿Sigo durmiendo?”.
Después de mucho medio meditar, Bienzobas decidió que tenía mucho sueño.
La pereza venció al sexo.
A la mañana siguiente, se despertó. Se sentó en el borde de la cama y se frotó la cabeza con las uñas.
- Lo siento. tenía mucho sueño.
Cuando se incorporó para ir al baño y andaba por el pasillo, se detuvo de golpe.
- Pero si vivo solo!!!
En ese momento se le acercó su gata, frotándose en su pierna.
- No habrás sido tú, verdad?

dijous, 7 d’agost del 2008

EL CAPULLO


Jacinto se fue a dormir a medianoche, y rápidamente se quedó roque.
De pronto, a las dos de la mañana le suena el teléfono, se lo mira y el número no le suena, pero lo coge (primer gran error!)... Es su hermana Vicenta, que la llama para que la vaya a buscar a la rotonda de Montgat, a 10 km de casa más o menos, ya que los mozos de los huevos han hecho soplar al tío que iba con ella y ha dado positivo. Positivo de alcoholemia, no de sida, que aún no han llegado a tanto, pero todo se andará. Se caga en sus muertos (en los de su hermana, no en los de los mozos) y se va pallá, después de lavarse los dientes y beber un poco de agua.
Incluso pilla un cd para escuchar por el camino.
Tal como sale de casa se le cruza un gato negro, y se dice a sí mismo: "Bah, chorradas!!".
Medio dormido aún llega a la rotonda, y efectivamente ahí está su hermana Vicenta
con un tío gordo con bigote, la furgoneta de los mozos y dos de ellos, uno
más alto que el otro, como siempre, estilo Tip y Coll ( han bajado la
estatura para poder entrar en e cuerpo, y no sólo la altura). Su hermana Vicenta viene y le empieza a decir cosas, "ho sento molt ho sento molt" (siempre dice lo mismo, eso y "no et preocupis"). Le dice a Jacinto que le compensará y éste le responde que se calle y que nos vayamos, que tengo sueño.
El tío del bigote no dice nada, y pobre de él.
El mozo alto se acerca a Jacinto y le dice que si él es el que tiene que mover el
coche (ya lo sabe porque mi hermana ya le ha contado su vida, pero se lo debe preguntar), y le responde que si, que si, claro, para eso he venido.
Se va y antes de irse del todo (ya habían desmontado el chiringuito) vuelve y le dice que si coge el coche inmovilizado tiene que soplar... Jacinto le dice que se acaba de levantar, que no malgaste el pitorro ése; el mozo le responde que es lo que toca hacer, que si conduce ese coche está obligado a hacerlo. Si no, pues el coche se queda ahí con el cepo, se lleva a su peña y no pasa nada.
Jacinto, tranquilo y medio dormido le contesta que bueno, que sopla si quiere, no hay problema (segundo gran error!!). Se mete en la furgo sopla, y...
Y da positivo. Como lo oyen, 0,4.
Jacinto se había tomado un par o tres de chupitos de whisky, después de cenar con su amigo Cirilo, que había vuelto de vacaciones y había que celebrarlo. En ningún momento pensaba que daría positivo, al cabo de una hora y pico de estar durmiendo.
Pues sí, ya ves qué gracia. Se queda blanco de la rabia, de su estupidez,
etc etc, y le hacen la contraprueba al cabo de 10 minutos.
El mozo, todo hay que decirlo, más amable que la madre que lo hizo.
Jacinto volvió a dar positivo, así que la moderna menemérita la mete la multa (de 600 euros, por cierto).
Cuando van a poner el cepo a su coche, a Vicenta le da por llamar a un taxi y
resulta que es coleguita suyo, y lo lía para que lleve a Jacinto con su coche a
casa, dejando el taxi ahí, en la rotonda. Cuando todos, incluso el señor del bigote, que no ha abierto la boca, se van para casa, se aperciben de la chorrada que están haciendo (la hermana de jacinto es una lianta que noveas, pero la quiere mucho…): Quién va a recoger el taxi?)), se dan media vuelta y vuelven a la rotonda y el taxi se va, dejándonos ahí de nuevo.
Los mozos, a todo esto, ya han acabado su ronda, se supone qu esatisfechos del deber cumplido y esas cosas que se dicen, y ya se han marchado...
Jacinto se queda un rato dentro de su coche para que baje el grado y cuando no
han pasado diez minutos se harta de esperar, que mañana tiene que trabajar, arranca el coche, agarra a su hermana y se larga pitando para casa.
El del bigote se queda sólo, dentro de su coche, esperando para poder
conducir. A Jacinto le sabe mal por él, pero que le den morcilla, haberse quedado su
hermana a hacerle compañía.
Y nada, que Jacinto, con la tontería, llega a casa a las cuatro y pico, cagándose en todo, se encuentra a su perro en la puerta, que se lo queda mirando con una expresión extraña. Jacinto, se para ante él y se lo mira a su vez, fijamente.
Y le dice :- Tienes razón, soy un verdadero capullo…

dissabte, 2 d’agost del 2008

ESPERANÇA



En agosto, cuando la mayoría de seres y estares se deslizan sinuosamente hacia sus tumbonas mentales, yo trabajo.
Siempre he procurado, y hasta ahora lo he conseguido, hacer mis vacaciones en cualquier otro mes que no sea el inventado por el emperador Augusto el día que se levantó y sintió envidia cochina de Julio César, que puso su nombre al mes de julio.
Las calles están vacías, la actividad diaria se paraliza en gran medida y, si no te vas hacia la costa, conduces tan tranquilamente mientras escuchas a Kiko Veneno y te preguntas para qué narices construyen tantas autopistas (de peaje, claro) para tan pocos automóviles que se ven.

Yo me voy a una playa desierta

con los pies muy negros

voy buscando mi libertad


Pero el precio de las cosas

puede más que las olas,

las olitas del mar


Y yo llamo a las personas

para que salgan

los animales y las plantas

porque tengo, todavía tengo yo


Esperanza, yo quisiera encontrarte

y soñar sin tener que sufrir siempre

yo quiero rechazar los pensamientos malos

y quiero vivir


Yo me voy con mi pena

donde me lleven

el aire del levante y las olitas del mar


En esta vida maldita

las cosas más le faltan

siempre le faltan más

al que más las necesita


Pero yo sigo esperando

sigo esperando esa lucecita de la libertad

porque yo tengo


Esperanza que se va por el aire

sin decir si vendrá un día de color

yo quiero rechazar los pensamientos malos

y quiero vivir


Con esta canción, hasta el cabo de Gata. Allí la encontraré, a la Esperanza esta, pero en septiembre. Mientras tanto, canto a viva voz de camino a casa, a regar las plantas.


divendres, 1 d’agost del 2008

VELOSO




Ayer actuó Caetano Veloso en Palafrugell. Me lo perdí, maldita sea…
La primera vez que lo vi fue en el siglo pasado (a que suena lejano, como si hablara de la guerra de Cuba?), en el Poble Espanyol. Íbamos en realidad a ver a Djavan, cabeza de cartel, que había sacado un disco no hacía mucho: sonaba por todas partes “Flor de Lis”, canción que años más tarde versionaría Ketama, cuando se tiró al rollo comercial.
Veloso actuaba junto con Gilberto Gil, que ha sido, hasta ayer, ministro de cultura del gobierno de Lula (según parece, lo deja para dedicarse en exclusiva a la música. No me lo creo, seguro que está hasta los mismísimos).
Por esa época, yo escuchaba habitualmente otro tipo de música. Me tiraban más los grupos post-punk., como Psychedelic Furs, Talking Heads, Echo & The Bunnymen... La bossa nova me atraía, pero aparte de los dos míticos discos de Toquinho y Vinicius de Moraes en La Fusa, poca cosa más había oído.
Allí estaba pues, en la puerta de entrada pseudonosequé del Poble Espanyol, con un calor bochornoso, con el Amadéu, la Moni, el Pions, la Glòria, el Toni, el Primo, el Ribilias y no sé quién más. Entramos. La plaza central del recinto, una recreación de una plaza de estilo castellano, creo, estaba a rebosar.
Cerveza y porro en manos, empezó el concierto.
Ahorraré crónica del recital.
Sólo decir que lloré.
A partir de entonces, siempre que ha pasado por Barcelona, he ido a verle.Ya no lloro, pero siempre se me pone la piel de gallina.

dimecres, 30 de juliol del 2008

III. ASUN Y LOS DOS BOTONES



Una vez me regalaron un abrigo negro. Perdón, gris marengo. De lana, estilo clásico, lo que se conoce habitualmente por un tres cuartos. Antes llevaba prendas más largas, tipo gabardina, pero ya no hace tanto frío como hace unos años.
Cosas del cambio climático, según los expertos.
Echo de menos, las gabardinas.
Llegó la Asun a las tres, como siempre puntualísima, excepto cuando la tusa se retrasaba (autobuses de la empresa TUSA, ahora Tubsgal). Cuando llegó mi hora de tomar algo, saqué el abrigo de mi taquilla y al salir, la Asun me vio y exclamó:
- Caram, quin abric més xulo que portes!
- Gràcies, me’l van regalar ahir.
Ya teníamos tema de conversación durante dos semanas por lo menos: el dichoso abrigo.
Cuando encontraba algo qué hablar, la Asun se convertía en una ametralladora Thompson (la que llevaban los mafiosos de los años 30) de las palabras. El problema es que tenía muy pocas cosas que le interesaran, o quizás en su cabeza (y eso que la tenía grande) no cupiera mucho. Muy pocas. A saber:
1. Su padre.
2. Su madre (ya fallecida).
3. Todo lo relacionado con su padre y su madre.
3. Recuerdos de su infancia y juventud (siempre eran los mismos), con su padre y su madre siempre por enmedio.
4. La Seguridad Social, pero cuando entró, con dieciocho añitos.
Y poca cosa más.
Cuando volví, pasó al ataque, sin piedad alguna:
- Pues es muy bonito, tu abrigo. Debes ir muy contento por la calle, eh? Vas muy elegante, las mujeres se te rifarán…
- Si, seguro-, contestaba yo, sin entusiasmo.
Ya se había arrancado:
- Mi padre tiene uno parecido, es marrón, de espigas, y tiene unos botones como los tuyos, así, jaspeados, bien grandes.
- Ah…
- Y también tiene cuatro, como el tuyo!
- Ah, collons…
- Te queda casi tan bien como a mi padre, es casi tan alto como tú.
- Ah, cojones...
(Iba cambiando la interjección, para no aburrirme…).
- El abrigo de mi padre es de más calidad, se lo regaló mi pobre madre, que se murió de un mal malo (un mal dolent, en catalán), y aún lo lleva cuando sale a pasear por la calle del Mar, y le sienta como un guante, y…
Y así dale que te pego, hasta que se iba a merendar (ver capítulo II).
Cuando volvía, seguía con la misma matraca, pero yo ya no decía ni ah, ni collons, ni cojones ni nada, sólo asentía con la cabeza, sin mirarla.
Así siguió, pesada como nadie, unos cuantos días. Maldito el momento en que me regalaron el abrigo de marras.
Una tarde dejó de hablar de ello. Ya era hora, pensé.
Al acabar la jornada, cuando la Asun ya no estaba (se iba antes, no sé porqué), fui a ponerme el abrigo. Cuando fui a abrochármelo, cuál no sería mi sorpresa que me faltaban dos botones del medio, de los cuatro que tenía.
Estaban bien cosidos, y habían cortado el hilo con unas tijeras.

Mejor dicho, la Asun había cortado el hilo con unas tijeras, llevándose los botones para el abrigo de su padre.
Quién iba a ser, si no?
Quién coño iba a robar DOS botones de un abrigo?
Me pegué un hartón de reír, de lo surrealista de la situación.
Y nunca le he dije nada sobre esto, a la Asun.
Para qué? Para que me montara un pollo de mil pares?

Deixa, deixa...

dimarts, 29 de juliol del 2008

II. ASUN Y EL COMER


Anda que no le gustaba comer, a la Asun… Arramblaba con todo lo que pasaba ante sus ojos. Que se lo pregunten, si no, a sus compañeras.
Llegaba a las tres, después de comer. Después de su semi-siesta habitual en el mismo mostrador, se espabilaba un poco, y entre perorata y perorata sobre su padre (o su madre, que ya hacía años que se había muerto, y supongo que por homenaje a su figura se ponía sus vestidos), llegaban las seis de la tarde.
Hora de merendar.
Como era del puño cerrado, Asun nunca compraba nada, así que se hacía la loca y picando por aquí y por allá se iba zampando, sin prisa pero sin pausa, todo lo que traían las demás compañeras de trabajo. Luego, cuando todas las demás se reincorporaban al trabajo, ella se quedaba un rato más en el comedor y acababa con lo que había sobrado.
Habían días en que la merienda sobrante era para la jornada siguiente, y claro, se encontraban las demás sin nada que comer.
Todo el mundo sabía que había sido la Asun, pero nadie osaba decirle nada. Hasta que un día, harta, la Mari Mar le cantó la caña.
El espectáculo fue mayúsculo, bronca, gritos histéricos que se oían por toda la sala… La Asun, como estaba previsto, se ofendió muchísimo, diciendo que ella no había sido, pero tú qué se había creído , acusarme a mí de ladrona, te vas a enterar… La pobre Mari Mar aún debe estar arrepentida de haberle dicho nada.
Al día siguiente, la Asun, ofendidísima (pues se acabó autoconvenciendo de que ella no había sido), cambió su horario de merendar. Se compró un paquete gigante de madalenas “La Bella Easo” (les que comprava la meva pobre mare, snif), y subía al comedor cuando las demás ya habían vuelto al tajo. Como mínimo se comía media bolsa, unas quince o veinte madalenas, y cuando bajaba, aún, de vez en cuando, se zampaba alguna más, para hacer tiempo antes de acabar la jornada.



Azúcar & Bella Easo: impagable.




Así fue la cosa durante una temporada, hasta que un buen día pensó que la cosa esta de las madalenas, a pesar de su querida madre, le resultaba demasiado cara. De modo que se pasó a los caramelos.
Un ambulatorio siempre está repleto de caramelos, que regalan los visitadores médicos en momentos débiles de generosidad. Así que, a por ellos.




Su estrategia no le duró mucho. Se los comía con tal avidez que en pocos días no tenía qué comer. Yo mismo, una vez, hice una prueba: agarré un puñado de caramelos, unos veinte, y los dejé en su lugar de trabajo antes de que ella llegara, para ver cuánto tardaba en tragárselos.
Dicho y hecho: llegó, vio y se los comió, sin dejar rastro, en poco más de cinco minutos. Una máquina.
Al cabo de poco tiempo, viendo que cada vez le costaba más encontrar caramelos, y supongo que ya convertida en adicta al azúcar, optó por la solución más drástica y directa: se dirigía a la máquina del café, metía la mano en el cajón de los azucarillos y se llenaba los bolsillos de su amada bata de sobrecitos.







Qué espectáculo tan delicioso, para la Asun...




De esta manera, durante la tarde iba vaciando los sobres (para que yo no la viera, disimulaba girando la cabeza hacia el lado contrario a mí, pero yo no llevaba orejeras), hasta quedarse sin azúcar.
Su bata, claro, porque su cuerpo andaba sobrado, cada vez más y más.